jueves, 16 de febrero de 2012

DURACIÓN DE LA VIDA


Nadie se pone de acuerdo; para unos la vida es muy corta y para otros es muy larga. Es decir, para unos el tiempo transcurre muy lento y para otros muy deprisa y lo curioso es que de acuerdo
con la edad de la persona, esta aprecia de distinta forma, la velocidad a la que transcurre el tiempo. Y sin embargo, todos sabemos que el tiempo siempre transcurre a la misma velocidad para todo el mundo, y en cualquier parte del mundo, porque aunque el tiempo está totalmente relacionado, con la velocidad con la que el mundo gira sobre su propio eje, no por ello el tiempo le transcurre más deprisa a los que habitan en los paralelos polares, que los que
habitan en los paralelos ecuatoriales.

Una cosa es, el ritmo siempre constante con el que se consumen nuestra horas de vida, y otra muy distinta, es la apreciación de la velocidad del transcurso de esas horas por parte nuestra.
Algo parecido pasa también con el frio y el calor, que siendo el mismo medido en grados, la sensación térmica humana es distinta de acuerdo con la existencia o no de corrientes de aire. Y si seguimos avanzando en este tema, nos damos cuenta de que son muchos los factores que nos influyen en nuestro grado de apreciación de la velocidad con la que se nos pasan las horas, los días, las semanas, los meses y en definitiva nuestra vida; porque por si alguien todavía no se ha enterado todos nos vamos a marchar de aquí, dejando nuestro cuerpo y partiendo con nuestra alma, porque más que tener alma es que somos alma, salvo los casos del profeta Elías, la Virgen y el Señor, que partieron con cuerpo y alma. Como vulgarmente se dice: Nadie se queda aquí para simiente de rábano.

Pero es el caso, de que a pesar de que las anteriores consideraciones, que todo el mundo las conoce, el deseo de agarrase a esta vida, impera en la gran mayoría de los seres humanos, tengan fe por ser creyentes o no la tengan. Los que tiene fe, saben que lo que les espera es mejor que lo que aquí abajo tienen. ¡Y que si quieres arroz Catalina!, se aferran a esta vida con el mismo entusiasmo con el que se aferran los no creyentes, aunque hay que reconocer que hay honrosas excepciones, pocas desde luego pero existen. Los demás parece ser que se han aprendido y lo practican el refrán que dice: Más vale pájaro en mano que ciento volando. Y este deseo de agarrase a esta vida, esencialmente lo fundamenta el miedo a la muerte. Aquí cabe decir lo que decía Santa Teresa de Lisieux.
¡Pero como voy a tener miedo a encontrarme con quien tanto amo!

Y lo dicho, son unas de las causas fundamentales para que a cada uno le transcurra la vida más deprisa, o más despacio. La apreciación personal de la velocidad del transcurso del tiempo, se
diría que es distinta en cada uno de los seres humanos, y además no es siempre constante
pues también depende de la edad en que se encuentre, la persona de que se trate. En la infancia el tiempo se nos hace larguísimo, todos los niños están deseando acabar cuanto antes, con ese suplicio de tenerse que levantar temprano e ir al colegio, quieren llegar a ser mayores rápidamente. Y no se dan cuenta ni saben apreciar debidamente el cariño de unos padres, la falta de problemas y preocupaciones de que disfrutan. En cuanto a ese tormento de tenerse que
levantar temprano, lo van a tener casi toda su vida; solo cuando lleguen a la senectud y estén jubilados, posiblemente pueda levantarse tarde, pero ¡ah! sorpresas que nos guarda la vida,
entonces posiblemente no aguante en la cama y a las seis de la mañana ya está levantándose.

La vida sigue avanzando y en la juventud y en la madurez, el tema de la velocidad a la que pasa la vida, no es muy importante. En la juventud, el deseo de vivir y de situarse en la vida le apartan de la reflexión acerca de si el tiempo pasa rápido o despacio. En la madurez en la medida de que uno se va situando y encontrando su acomodo en el entramado social, la madurez va avanzando caminos de la tercera edad y las personas se vuelven más reflexivas, los hijos que han tenido van creciendo y dejan de ser pequeños, comienzan los estudios en diversos niveles, de acuerdo con la edad de estos hijos y los padres empiezan cada vez más a darse cuenta de lo deprisa que les ha pasado la vida; ¡Si parecía que era ayer cuando iban al jardín de la infancia!

Pero en la medida en que se va avanzando más, en la vejez primero y en la senectud después el problema se va complicando y con más frecuencia se mira para atrás. Los recuerdos sean buenos
o malos afloran a la mente y le incitan a uno a pensar: ¡Dios mío cómo pasa de deprisa el tiempo! Pero la mente se para y no sigue pensando, en que el tiempo siempre pasa a la misma velocidad, que es el deseo de agarrarse a este mundo, unido quizás al miedo a la muerte, el que nos hace crear un tiempo psíquico, independiente del tiempo real. Un tiempo psíquico que unas veces nos hace estimar el tiempo real más deprisa y otras veces, más lento.

La felicidad y el sufrimiento, independientemente de la edad que se tenga, nos hace pasar el tiempo real con más rapidez o más despacio según los casos. Hay una vieja expresión castellana
que dice: Más largo que un día sin pan. Evidentemente, el sufrimiento que se tiene cuando uno pasa hambre y no tiene nada que comer, psíquicamente alarga el tiempo. De la misma forma que a sensu contrario, cuando uno es feliz el tiempo psíquico se pasa enseguida. La felicidad humana crea esta sensación, el tiempo se nos pasa volando. De la misma forma que si miramos para atrás y nos recreamos en los buenos momentos pasados, el inconsciente deseo de que esos buenos momentos vuelvan de nuevo y el recreo mental que efectuamos sobre estos buenos recuerdos, nos llevan a pensar acerca de lo rápido que pasa el tiempo.

Indudablemente que la felicidad y el sufrimiento, nos llevan a distorsionar la realidad del tiempo real y nos crean unos tiempos psíquicos, que serán más cortos en el caso de la felicidad o
placer y más largos en el caso del sufrimiento. Pero todo esto es más intenso en unas personas que en otras, según sea el desarrollo de si vida espiritual, porque una fuerte fe propicia un fuerte amor al Señor y ese fuerte amor genera un anhelante deseo de llegar cuanto antes a que nuestra alma se glorifique y se integre para siempre en la luz de amor del Señor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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