En una época en que parece que sólo fueran noticia los matrimonios deshechos, las familias destrozadas, los niños que no nacen porque sus padres no les dejan, los hombres y las mujeres que se maltratan mutuamente, nos encontramos también noticias tan reconfortantes como la que les voy a comentar ahora, de la que nos informa el New York Daily News.
Diane Aulger estaba a dos semanas de dar a luz mientras su marido Mark Aulger, con sólo 52 años de edad, descontaba ya sus últimos días en este mundo, presa de un maléfico y devastador
cáncer de colon, que así de maldita es esta enfermedad. Cuando el 16 de enero el médico informo a Mark de que apenas le quedaban cinco o seis días de vida, toda su preocupación era: “quiero
conocer a mi niña”. La niña era la que su mujer, Diane, portaba todavía en el vientre, fruto del amor que ella y Mark se profesaban. Pero la niña no tenía que nacer hasta el 29 de enero, trece días después. Mark no los tenía. Así que, dado que Diane, su esposa, ya manifestaba síntomas de pre-parto, ella y su médico acordaron que se adelantaría el alumbramiento al día 18 de enero. El hospital lo preparó todo para que Diane pudiera disponer de una cama al lado de Mark.
Savannah nació, y nació perfectamente. Ese mismo día, Mark pudo sostenerla en sus brazos durante cuarenta y cinco minutos. Los dos días siguientes, su situación de agotamiento apenas le
permitió mantenerla un par de minutos. El 21 de enero, tres días después de nacida su hija, Mark cayó en coma, y dos días más tarde murió. Había conocido a su hijita, que seguramente, llenó
sus últimos días de vida, sus últimas horas en realidad, haciéndolas impagables.
Mark dejaba de su matrimonio con Diane otros dos niños, de diez y de siete años. A ellos aportaba Diana otros dos, de quince y trece. Cuatro niñas y un niño en total. Una familia compleja y grande, cinco niños finalmente. Diane dice que todos ellos saben muy bien que “papá está aquí con nosotros”.
Muy probablemente, la polémica girará ahora sobre si se puso en riesgo la vida del bebé para cumplimentar “un caprichito” de su papá. Es posible también, - el mundo que vivimos está así de enloquecido - que los que más alcen la voz en ese sentido, sean los que también con más
vehemencia defienden el derecho de las madres a destruir a voluntad los niños dentro de su vientre. Sinceramente, no tengo ni mucho menos la impresión de que tal riesgo existiera y sí, por el contrario, la de que hoy día la ciencia está capacitada para llevar a cabo milagros como el que les acabo de relatar.
Menos aún me parece que lo que tuvo Mark pueda ser tildado de "caprichito". Me parece que cuando el fin es tan hermoso, referirse al riesgo ínfimo rayano en cero, no son sino ganas de
discutir. Y Mark murió con el más bello de sus sueños hecho realidad. Cuando un día le digan a esa niña que su padre, al que ella no conoció pero al que aunque no lo recuerde sintió alguna vez, esperó a conocerla para morir, será seguramente la persona más feliz del mundo, y si ha crecido sana y ha recibido una buena educación, no sentirá otra cosa que ganas de transmitir el mismo amor que recibió ella nada más nacer.
Luis Antequera
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