lunes, 30 de enero de 2012

¡Y COMIENZAN A SUCEDER MARAVILLAS!


Cuando el mayor deseo en el corazón de un hombre es que Dios haga en él su Voluntad, cuando ese hombre se abandona con humildad en Sus manos, con la certeza plena de que es el buen Padre quien mejor nos conoce y quien mejor sabe lo que nos conviene, entonces comienzan a suceder maravillas.

Sólo hay que abandonarse por completo y dejarse llevar. Dicho así, ¡qué fácil parece! Pero enseguida nos tropezamos con nuestra realidad, y chocamos con nuestras limitaciones. Ese orgullo, esa vanidad, esa soberbia (que nos convence de que solos podemos), o cualquier otro defecto que nos impida presentarnos ante el Señor, con las manos vacías, llenos de humildad para decirle: “Haz de mí lo que quieras. No me fío de mi, Padre, sólo en Ti confío. Haz que en mi
vida sólo se cumpla Tu voluntad y no la mía, porque yo soy un auténtico desastre y ando siempre tropezando en las mismas piedras. Arranca cualquier cosa que de mí te estorbe, hazme a tu gusto. En Tus manos me pongo. Me fío por completo de Ti.”

Reconozco que yo lo he intentado, y lo intento, con frecuencia. Lleno mi corazón de buenos deseos y dispongo mi voluntad para luchar contra lo que me impidiera ese abandono tan deseado. Pero uno está lleno de limitaciones, y resulta agotadora esa lucha permanente… e interminable. Al menos en mi caso no funciona. La voluntad flaquea. Mi debilidad. Un día,
bastante cansado, así se lo dije a Jesús: “A ver, Señor, yo no puedo más, no me sale, no llego. YO SÓLO, NO PUEDO. ¿Acaso tú no podrías quitarme lo que me impida abandonarme por completo a la Voluntad del Padre? Porque querer sí que quiero, pero está claro que yo solo no puedo.” Y algo me dijo en mi interior que Él me había escuchado. Incluso con agrado. Y también en ese instante, supe que me iba a ayudar.

Y así fue. Y comenzaron a sucederse las maravillas, una detrás de otra. Menudo pasmo. Descubrí que en asuntos de Dios no hay lucha que valga cuando Él está en nuestro corazón. Si acaso, esfuerzo. Pero para los que somos más pequeños, para los que realmente sin Él nada podemos, el Padre suple todas nuestras carencias.

Nos lo da todo. Si nos sobra vanidad, lentamente nos despoja de ella. Y a quien le estorba el egoísmo, sin que apenas se dé cuenta, se lo va borrando, haciéndole cada vez más generoso, en silencio, suavemente.

Descubrí que la mano del Señor es suave, y que actúa siempre con suma delicadeza y eficacia. Descubrí que cuanto más consciente es uno de no ser nada sin Él, más grande es la labor que el Señor realiza en nosotros. Como por milagro, aumenta el amor en nuestro corazón, y la fe; y el Espíritu Santo no deja de iluminar a quien se lo pide, no sólo mostrándole el camino con mil
señales, sino susurrándole palabras de ánimo, inspirándole buenas obras y pensamientos, limpiando a fondo el corazón. Descubrí, en definitiva, que la huella de Dios es siempre dulce, tierna y amorosa; que caminar de su mano, abandonado por completo a Su Voluntad, es garantía de llegar al Cielo.

Cuando dejamos que Dios trabaje en nosotros, cuando por completo nos abandonamos a Su Voluntad, vemos con auténtico asombro cómo vamos mejorando, y cómo nuestro corazón se transforma lentamente, para parecerse más al Corazón divino de nuestro amadísimo Jesús. Yo lo tengo claro. Cuando le dejamos actúar, Dios obra maravillas en nosotros. ¡Bendito seas por siempre, mi Señor!

Guillermo Urbizu

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