Adoracion de los Magos
(Alonso Berruguete)
El 28 de diciembre resulta cada vez más frecuente leer o escuchar en los medios
de comunicación alguna alusión a la matanza de los inocentes, decretada por el
rey Herodes y conmemorada litúrgicamente en dicha fecha, desposeyéndola de
carácter histórico y convirtiéndola en un episodio más o menos simbólico.
El último comentario en ese sentido lo escuché el pasado miércoles en el
programa “Así son las mañanas” en la COPE. A uno de
los participantes en una tertulia acerca de las inocentadas le parecía un tanto
macabra la deriva que ha tomado esta celebración en el día de los inocentes a
pesar de recordarse “una leyenda” teóricamente referida a la muerte de miles
niños “que nunca ocurrió”.
La cuestión viene de lejos y tiene más importancia de la que a primera
instancia pudiera pensarse; en primer lugar porque en el trasfondo laten
aspectos como la propia historicidad, no solo de los relatos de la infancia o
del episodio de la adoración de los Magos - parable éste de la matanza de
los inocentes — sino de todos los Evangelios. Pero sobre todo, porque más que de
dificultades de carácter científico que impidan ratificar la veracidad del suceso,
nos encontramos, con la radical incomodidad que éste provoca. Y es que no deja
de ser acusado el contraste entre la religiosidad moderna — eminentemente
antropocéntrica — con el hecho de que el nacimiento del Hijo de Dios encarnado
vaya acompañado de un derramamiento de sangre que convierte en testigos de
Cristo a unos niños inocentes. El propio dramatismo de la escena ha inspirado
innumerables representaciones gráficas de los pequeños arrancados de los brazos
de sus madres, cayendo bajo los golpes de espada de los soldados de Herodes.
Podemos dividir en dos grandes grupos las objeciones a la historicidad de la
matanza: las más clásicas, de carácter “historicista” y las vinculadas a
posiciones que niegan la historicidad de los evangelios de la infancia desde
perspectivas que pudiéramos denominar “teológicas”.
matanza: las más clásicas, de carácter “historicista” y las vinculadas a
posiciones que niegan la historicidad de los evangelios de la infancia desde
perspectivas que pudiéramos denominar “teológicas”.
Objeciones historicistas.
Las razones históricas aducidas se sostienen en el silencio de los
historiadores romanos y judíos y particularmente de Flavio Josefo, que tan
extensamente relata el reinado de Herodes en sus Antigüedades judaicas.
Quienes dan tanta importancia al silencio de los historiadores antiguos, caen
en el contrasentido de negar la validez histórica de una noticia transmitida
solamente por San Mateo, precisamente a quien la tradición cristiana considera
autor del primer Evangelio a partir de testimonios como los de Papías y San
Jerónimo. Sin olvidar la propia credibilidad histórica común a todos los
relatos evangélicos por su condición inspirada, podemos añadir que el Evangelio
de San Mateo enlaza con las fuentes de la primera comunidad cristiana en
Palestina y su autor fue discípulo desde los comienzos, de ahí su alto valor
como testimonio histórico que no cabe menospreciar a priori.
Por otro lado, la verdadera magnitud del suceso nos ayuda a entender que
prescindieran de él autores como Flavio, más atento a las vicisitudes que
afectaban a los protagonistas históricos de mayor rango.
Ciertos comentaristas antiguos proporcionaron cifras simbólicas y carentes de
cualquier fundamento histórico pero una atenta consideración de los hechos nos
sitúa mucho más cerca de la realidad. Belén en tiempos de Jesucristo era una
pequeña aldea que, más allá de su significado religioso como cuna de la estirpe
de David, carecía de cualquier importancia económica y política. Si pensamos en
unos mil habitantes (como parece deducirse de Miq 5, 2), cabe pensar en unos
treinta nacidos por año, de los que habría que descontar las niñas por lo que
hoy se coincide en pensar que los inocentes asesinados por orden de Herodes se
pudieron situar en torno a catorce. Tal vez algunos más en proporción, si la
población de Belén — como piensan otros — se situaba en torno a los dos o tres
mil habitantes.
Escasa importancia podía tener la muerte de unos pocos niños para aquéllos que
nos transmiten el carácter cruel y sanguinario del reyezuelo idumeo que no dudó
en aniquilar a cuantos pretendieron interponerse en su camino o disputarle el
trono, fueran éstos enemigos o parientes. Por ejemplo, cuando subió al trono de
Jerusalén, hizo matar a cuarenta y cinco partidarios de su rival Antígono, así
como a numerosos miembros del Sanedrín. Al final de su vida, ordenó que fueran
ejecutados unos notables del reino para que las gentes de Judea, lo quisieran o
no, lloraran su muerte.
Objeciones teológicas.
A pesar del escaso peso de las objeciones historicistas, en realidad éstas han
servido de apoyo a un cuestionamiento de mayor calado que viene a atribuir, de
manera general los Evangelios y más en particular los relatos de la infancia,
al resultado de una intensa y profunda elaboración teológica.
Al margen de cualquier referencia real, nos encontraríamos con proclamaciones
de la fe en Jesús propias de comunidades cristianas tardías pues la única
manera de justificar este proceso es retrasando arbitrariamente la composición
del Evangelio de San Mateo hasta los años 75-80 cuando su redacción, de acuerdo
con la sentencia más probable, puede situarse en torno al 50 (Cfr. PRADO, Ioh.,
Praelectionum biblicarum compendium, III, Madrid: Perpetuo Socorro,
1952, p. 23-24 y las Respuestas de la Comisión Bíblica sobre la cuestión).
Las objeciones pseudo-teológicas han sido propuestas de diversas maneras y con
mayor o menor radicalidad, pero todas parten de un argumento común: subrayar la
identidad entre el episodio que estamos comentando con un motivo legendario
presuntamente común a las infancias de los héroes. Ahora bien, de acuerdo con
los estudios de Salvador Muñoz Iglesias, de los paralelismos
propuestos el único atendible es el que relaciona el relato de Mateo con el del
Éxodo: “El relato canónico del Éxodo refiere que Moisés, el futuro
Libertador, fue librado del exterminio decretado por el Faraón, gracias a la
estratagema de la exposición en un cestillo de mimbres sobre las aguas del
Nilo. Posteriormente, siendo ya mayor, escapó por segunda vez de la muerte,
huyendo a Madian. Las tradiciones recogidas en el Targúm de Jerusalén, en la
Crónica de Moisés, en el Midras Rabbah y en las Antigüedades judaicas de Josefo
relacionan el decreto del Faraón con un sueño o con la predicción de un escriba
que anuncian el nacimiento de un Caudillo Libertador del pueblo hebreo”
(cfr. «Los Evangelios de la Infancia y las infancias de los héroes», Estudios
Bíblicos 16 (1957) 5-36; «El género literario del Evangelio de la Infancia en
San Mateo», ib. 17 (1958) 243-273).
Huida a Egipto (Jacopo Bassano 1538)
El primer Evangelio fue compuesto para una comunidad cristiana de origen judío
y por ello se subraya el cumplimiento de las profecías así como la reprobación
del viejo Israel. A largo de todo el Evangelio de la infancia, San Mateo
demuestra que Cristo cumple las profecías mesiánicas: es el hijo de David,
nacido de una Virgen en Belén, luz de las gentes y objeto de una gran
hostilidad de la cual saldrá finalmente vencedor. A la hora de transmitir el
episodio que estamos comentando, utiliza paralelismos que tienden a demostrar
que Jesús es el auténtico y definitivo salvador mesiánico, cuyo tipo y figura
fue el protagonista del Éxodo sin que los paralelismos obsten para la
historicidad de fondo al tiempo que las diferencias con el modelo avalan dicha
credibilidad.
De la historia a la Liturgia.
Podemos concluir recordando cómo los relatos evangélicos de la infancia de
Jesucristo contienen una narración de verdades fundamentales: su ascendencia
davídica, su concepción virginal, el nacimiento en Belén..., y, en última
instancia, su misma divinidad. Por tanto, la historicidad del conjunto, y la de
cada uno de los episodios de que constan, es algo que afecta al núcleo de la fe
misma; y ha sido constantemente afirmada por la Iglesia.
Por otra parte, esos relatos forman una unidad con los Evangelios respectivos,
y su historicidad está apoyada, en el terreno de la crítica, por las mismas
razones que la de dichos libros en su conjunto, lo que no impide precisar el
género literario de esos capítulos, para obtener así una mayor comprensión de
los mismos. Poco, sin embargo se puede avanzar por este camino más allá de
recalcar determinadas dependencias literarias sin que ello vaya en detrimento
de su carácter histórico.
Otra prueba de que la Iglesia lo ha considerado así, es la celebración de una
fiesta dedicada a estas primicias de los mártires de Cristo. Su origen está en
el norte de África, en el siglo V pasó a Roma, y desde allí se extendió al
resto de la Cristiandad quedando fijada durante la Edad Media en el 28 de
diciembre. Y con los versos inspiradísimos del Himno Salvéte flores Mártyrum,
canta la liturgia a estos niños, sin nombre ni rostro, que parecen alegrar el
Cielo con la eterna alegría de haberse acercado "ad Deum qui laetificat
iuventutem meam" — "al Dios que es la alegría de mi juventud"
(Sal 42).
Salve, flores de los Mártires,
que en el mismo umbral de la vida
fuisteis arrebatados por el perseguidor de Cristo,
cual rosas nacientes por el huracán.
Vosotros sois las primeras víctimas de Cristo,
los tiernos corderos inmolados
por Él, y jugáis, inocentes,
ante Su altar con la palma y la corona.
Angel David Martín Rubio
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