Es una triste realidad. Todas las relaciones comienzan con amor y promesas, pero demasiado frecuentemente las vemos debilitarse, desmoronarse y finalmente, fracasar. Qué triste que todas
las relaciones no sean como las de las aves. Sé que suena extraño, pero sigan leyendo.
Hace muchos años, cuando era sólo un muchacho, una pequeña ave amarilla golpeó nuestra puerta frontal. Cuando miré fuera, ví aquel diminuto cuerpo inmóvil sobre el piso. Abrí la puerta para ver si estaba atontado o, en caso extremo, muerto. Estaba arrodillado sobre ella cuando mi mamá se me unió.
-“Michael, creo que está muerta. Escuché el golpe contra el vidrio. Se pegó muy duro”.
-“Mamá, ¿deberíamos enterrarla?”
-“No estoy segura, Michael. Cuando miré la primera vez vi a otra ave aterrizar junto a ella. Parecía querer recogerla. Creo que deberíamos dejar que la naturaleza se encargase de esto. Pongámosla en el techo del auto y veamos qué pasa”.
Colocamos la avecilla inmóvil en el techo del auto de mi papá y entramos a la casa. Desde la ventana de nuestra sala observamos a la compañera del ave volar a su lado, agarrando cuidadosamente el torso del cuello del ave muerta en su diminuto pico, y con una fuerza que sólo el amor y la devoción pueden proveer, la levantó en el aire.
Llevó el cuerpo desde el auto, al otro lado de la calle, a unos árboles cercanos en un prado. Voló a sólo unos pocos metros del suelo. A veces se remontó a unos dos metros de altura, pero entonces
el peso de su compañera le hacía descender de nuevo. Su lucha fue grande, pero su deseo de no separarse de su compañera fue mayor.
Treinta y cinco años después, salí de mi hogar en una caliente mañana de verano. Miré en dirección de mi vecino de al lado – vivíamos en casas adosadas – y noté una hebra sencilla de la tela de una araña atada del arbusto de la esquina de su casa a la llanta de uno de sus autos. Pensé que era extraño que una araña tejiera tal red, especialmente de una sola hebra.
Me acerqué para investigar. Cuando me incline para romper la red descubrí que no era tal. Era parte de una cuerda de pescar. Le di un jalón y vi que estaba enredado en los arbustos, y que el
otro extremo estaba atado bajo el auto. Uno de los muchachos estaba sentado en la cubierta frontal de la casa.
Comenté: “Parece que alguien camuflajeó una trampa alrededor del auto de tu amigo”.
Se acercó para ver de qué hablaba. Le di un jalón a la cuerda. Estaba firmemente atorada debajo de la llanta del vehículo.
“Qué extraño, parece que se extendiese totalmente por debajo”, dije.
Caminé hacia la parte de atrás del auto y vi a un petirrojo. Batió las alas para alejarse, pero la cuerda, que estaba enredada en su diminuta pata, la mantenía firmemente atada. La pobre ave
aleteaba alrededor del pavimento con solo unos treinta centímetros de cuerda de movilidad.
Lentamente me acerqué e intenté agarrarla. Cuando mis dedos tocaron primeramente sus plumas, graznó y se alejó aleteando de mí. Me moví más rápido en mi segundo intento y logré asir su tembloroso cuerpo. Se retorció y giró su cabeza para picarme, pero mantuve mi agarre.
El muchacho se acercó para mirar, y entonces fue a buscar un cuchillo. Cuando regresó me di cuenta de que probablemente le rompería la patita a la pobre ave al estirar la cuerda antes de cortarla así que le envié a buscar unas tijeras. Regresó y con mucho cuidado removimos el hilo.
El ave quedó libre, pero la mantuve agarrada un poco más, para poder quitarle la última hebra de cuerda de su patita. Hizo un gran esfuerzo y escapó de mi alcance. Voló bajo por sobre el
pavimento, bajo una fila de buzones, y hacia un árbol. Era libre de nuevo.
Entonces observe a un segundo petirrojo volar desde un árbol cercano y aterrizar junto al recién liberado petirrojo. Había permanecido cerca, mientras su compañero luchaba por su libertad, y no se hubiera ido hasta que la libertad o la muerte terminasen su relación.
Las aves que observé se apareaban de por vida y las luchas que vienen con ella. ¿No desearía usted que más de nuestras relaciones fuesen como las de las aves? Yo sí lo desearía.
Michael T. Smith
Dios desea que mantengamos nuestra fidelidad a él y luego a los demás. Fidelidad con fidelidad se paga.
«Bendito sea el Señor, el Dios de mi amo Abraham, que no ha dejado de manifestarle su amor y fidelidad, y que a mí me ha guiado a la casa de sus parientes.» Génesis 24:27.
El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad. Éxodo 34:6.
Su obra es perfecta, porque todos sus caminos son justos; Dios de fidelidad y sin injusticia, justo y recto es El. Deuteronomio 32:4.
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