El Anacoreta y su joven seguidor se paseaban por la montaña.
En un recodo del camino se abrió ante ellos la vista impresionante de un valle hermosísimo.
El joven seguidor exclamó:
- ¡Qué maravilla de paisaje! Al contemplarlo parece que el tiempo se detiene...
El Anacoreta se sentó sobre una roca y dijo:
- Eso es amor. Cuando amamos el tiempo se detiene, no existe. Entramos en la
eternidad...
Luego, sonriendo al joven, añadió:
- El amor a la naturaleza y el amor al prójimo se complementan. Ambos, si son auténticos se
basan en la renuncia a la voluntad de dominio.
Se detuvo un instante antes de concluir:
- El querer dominar la naturaleza nos conduce a su destrucción. El querer dominar al otro
nos lleva a la manipulación. Sólo el amor hace que admiremos a la naturaleza y respetemos y hagamos crecer al otro. Simone Weil escribió, que no puede haber contemplación del mundo si no hay amor. La belleza del mundo es el orden del mundo desde el amor...
Y se quedaron un buen rato contemplando aquel paisaje...
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