«Es nuestro deber
comprender a quienes tienen este problema. Aceptar al homosexual significa
ofrecerle nuestra amistad desinteresada y ayudarle a que pueda afrontar su
situación, siempre con el fin de desarrollar su personalidad, a fin que
encuentre un clima sereno en el que pueda realizarse, para que pueda alcanzar
libremente la propia madurez en sus relaciones con Dios y el prójimo»
Sabemos por la
investigación científica que la homosexualidad es un fenómeno muy complejo que
desafía toda clasificación conforme a unas ideas rígidas y determinadas,
existiendo múltiples polémicas y discusiones sobre la naturaleza de la
homosexualidad. Para unos se trata de una desviación del comportamiento sexual,
mientras que otros la consideran una “variante”, una “preferencia”, una
“condición constitutiva”, un estilo de vida alternativo. Para quienes así
piensan, la homosexualidad ha de considerarse como una opción personal al mismo
nivel de la opción heterosexual.
El sujeto homosexual ha tenido con frecuencia una relación poco sana con sus
padres en la más tierna infancia. El homosexual se ve impedido, sin culpa suya,
a ir hasta el final del amor heterosexual, provocándose en consecuencia un
autoerotismo y una regresión. En la fase inicia descubre en un proceso doloroso
su diferente manera de ser. El homosexual no decide serlo, sino que se
encuentra que lo es. Le sigue la fase de la necesidad de satisfacción con
personas de su mismo sexo. Viene luego la fase de la recíproca toma de contacto
corporal. En la fase última hay desde relaciones homosexuales plenas hasta la
convivencia de parejas homosexuales. La experiencia dice que ésta dura varios
años sólo en pocos casos.
Podemos preguntarnos: ¿la homosexualidad o por lo menos la disposición a la
homosexualidad es en sí natural?; y ¿si es natural, y esa orientación en sí
misma no es inmoral, su ejercicio es inmoral?
Ante todo, recalquemos que el hecho de ser homosexual no pertenece al orden
moral. Las tendencias en cuanto tales no son objeto de valoración moral. No es
ni una “falta”, ni un “pecado”, ni un “vicio”: es un hecho. El sujeto que tiene
tendencias homosexuales no ha escogido tenerlas, y sería injusto
reprochárselas. Hay ciertamente que distinguir entre tendencia y conducta,
entre sentimientos y actos. Además, el tener una orientación homosexual no
significa que el sujeto quiera ejercer una actividad homosexual. Inclinación y
comportamientos están relacionados, pero no se identifican ni se implican
incondicionalmente.
Está claro que la homosexualidad se origina generalmente antes de que puedan
tomarse decisiones personales y conscientes, es decir no es una elección libre
que pueda ser cambiada fácilmente, aunque sí es posible salir de la
homosexualidad, si uno está muy decidido a ello y encuentra las ayudas
apropiadas. Por ello la condición homosexual no es en sí pecaminosa, aunque
constituye, sin embargo, una tendencia más o menos fuerte, una tendencia hacia
un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral.
La orientación homosexual forma parte de la personalidad de algunos individuos,
pero la persona humana es más grande, no se agota en esta orientación. Los
seres humanos, seamos homo u heterosexuales, hemos sido creados a imagen y
semejanza de Dios y redimidos por Cristo, por lo que todos tenemos la misma
dignidad personal. La persona es siempre más que su sexualidad o su
comportamiento. El error reside a menudo en considerar que la homosexualidad
define toda la identidad de la persona. Nuestro punto de partida no puede ser
sino nuestra aceptación de ellos como personas, intentar comprenderles y
solidarizarnos lealmente con sus sufrimientos y problemas, tales como son, de
tal modo que se sientan acompañados y no rechazados ni abandonados. Se trata de
tenderles puentes que ayuden a estas personas a sentirse integradas en una
comunidad de gracia y acogida, que intenta hacer presente la misericordia de
Dios hacia todos sus hijos. La persona homosexual tiene derecho a ser
respetada, ya que su dignidad personal y sus derechos se basan en el hecho de
ser seres humanos e hijos de Dios, no en su orientación sexual. “Es de deplorar
con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de
expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la
condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen. Revelan
una falta de respeto por los demás, pues lesionan unos principios elementales
sobre los que se basa una sana convivencia. La dignidad propia de toda persona
siempre debe ser respetada en las palabras, en las acciones y en las
legislaciones” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de
la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº
10, 1-X-1986).
La maduración de la sexualidad en el hombre y en la mujer, además de ser un
proceso biológico, es también un proceso psicológico, que necesita ser ayudado
y dirigido para que termine bien, es decir para que termine en una personalidad
integrada, libre y responsable. En ellos están debilitadas la autoconfianza y
la alegría de vivir, aparte de que con frecuencia las actitudes sociales hacia
esta condición crean una actitud de tensión, de marginación, que puede tener
efectos negativos profundos en el desarrollo de su personalidad y conducta,
pudiendo conducir a un deterioro del carácter que impida su integración
efectiva en la comunidad. No hay nada alegre en el estilo de vida homosexual,
que muy a menudo consiste en una búsqueda interminable de amor a través de
relaciones de codependencia. De hecho, entre los sujetos que tienen tendencias
homosexuales, parece que sólo una pequeña minoría no experimenta su situación
como una dificultad de la vida. Aquí se trata de ayudarle a encontrar su propio
camino para que pueda sentirse a gusto consigo mismo, aunque esto no suponga la
accesión a la heterosexualidad, que no hay por qué excluir a priori.
Comprender, aceptar y aprobar la homosexualidad son cosas muy distintas. Es
nuestro deber comprender a quienes tienen este problema. Aceptar al homosexual
significa ofrecerle nuestra amistad desinteresada y ayudarle a que pueda
afrontar su situación, siempre con el fin de desarrollar su personalidad, a fin
que encuentre un clima sereno en el que pueda realizarse, para que pueda
alcanzar libremente la propia madurez en sus relaciones con Dios y el prójimo.
Lo que no hemos de hacer es equiparar la homosexualidad con la
heterosexualidad, o considerar como bueno lo que es simplemente una anomalía
del instinto, si bien esta anomalía aún no tiene carácter moral.
Pedro Trevijano
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