viernes, 16 de diciembre de 2011

LA SILLA DEL AMIGO



Es esta una historia más de las que llegan a mis manos.

En esta historia como en todas ellas, y como en todo lo que sucede a nuestro alrededor, hay siempre una llamada a nuestras almas que el Señor nos hace. Él tiene siempre muchas formas de hablarnos y así continuamente lo hace, pero el problema radica, en que estamos tan atareados en la vida de este mundo, que raramente nos paramos a escuchar lo que el Señor nos dice, por medio de los hechos y circunstancias que rodean nuestra vida.

Esta historia hace referencia a una persona que quería orar y no sabía que había que hacer, cosa que aunque parezca mentira le suele ocurrir mucho a personas que se han pasado muchos años alejados del Señor, y de pronto sienten la necesidad de acercarse a Él, pero se dan cuanta que han olvidado de cómo se reza un Padrenuestro y creen que tienen que aprender a orar, sin caer en la cuenta de que orar es hablarle a Dios, y para ello no es necesario acordarse de la letra del Padrenuestro.

Orar, es simplemente contactar con Dios, cualquiera que sea la forma o el procedimiento. Es algo muy simple y fácil de alcanzar, pues la oración es una parte fundamental de la vida espiritual de una persona, y como todo lo que pertenece al mundo de nuestra alma, nada hay que aprender ni comprar, solo basta con desear: el que desea orar, ya está orando; el que desea amar, ya está amando; el que desea entregarse al Señor, ya se está entregando al Señor; el que desea tener fe, tiene ya el principio del don de la fe, y todo funciona así. El deseo en el mundo de nuestro cuerpo y por consiguiente en el de la materia, no es nunca inmediatamente ejecutivo. Se desea pero hay que ejercitar la voluntad trabajando para adquirir, el objeto del deseo. En el mundo de nuestra alma, el deseo es siempre inmediatamente ejecutivo, se desea y se adquiere de inmediato el bien espiritual, que sea objeto del deseo, aunque solo sea de una forma incipiente y pequeña, pero ya crecerá. Y esto funciona así, porque el Señor está siempre ansioso de que le amemos y de derramar sobre nosotros su amor y sus dones.

La historia dice así:
La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su anciano padre que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación, encontró a este pobre hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote pensó que el hombre sabía que vendría a verlo.

-“¿Supongo que me estaba esperando?” -, le dijo.
-No, ¿quién es usted?” -, dijo el hombre enfermo.
-Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted; cuando entré y note la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo vendría a visitarlo”.
-Ah sí, la silla - respondió en anciano enfermo y le dijo al sacerdote - ¿Le importa cerrar la puerta?”

El sacerdote sorprendido cerró la puerta. Entonces el anciano enfermo le dijo al sacerdote:
-Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda mi vida le he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la Iglesia he escuchado siempre con respecto a la oración, cómo se debe orar y los beneficios que la oración trae... pero siempre esto de las oraciones; ¡noo, no sé...! Me entra por un oído y me sale por el otro. De todos modos no tenía idea de cómo hacerlo. Entonces... Hace mucho tiempo abandoné por completo la oración. Esto ha sido así en mí, hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús, así es como te sugiero que lo hagas:... Te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente tuya, luego con fe miras a Jesús sentado delante de ti. No es algo alocado el hacerlo pues Él nos dijo: ‘Yo estaré siempre con vosotros. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo ahora conmigo. Es así que lo hice una vez y me gustó, de forma que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija... Pues me internaría de inmediato en el manicomio.

El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era algo muy bueno lo que venía haciendo, y que no dejara de seguir haciéndolo nunca. Luego hizo una oración con él. Le dio su bendición y se fue a su parroquia.

Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó:
-“¿Falleció en Paz?”.
-Sí, cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama. Me dijo que me quería mucho y me dio un beso. Cuando regresé de hacer unas compras una hora más tarde ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño con respecto a su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar esto?”

El sacerdote profundamente estremecido, se secó unas lágrimas de emoción que se le saltaron y le respondió:
-Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera.

Después de leer esta historia, yo me pregunto: ¿Tenemos conciencia de que en todo momento Dios está con nosotros? Y me viene a la mente esos bonitos versos hispanos que nos dicen: Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que vas a morir, mira que no sabes cuándo.

La constante presencia de Dios en nuestras vidas es indudable. Antes de abandonar definitivamente este mundo nos dejó dicho: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo. (Mt 28,20). Pero nosotros miramos a nuestro alrededor con los ojos de nuestra cara y no lo vemos, y no lo vemos porque no usamos los ojos de nuestra alma. Hay una norma cierta, y es la de que Él siempre se nos manifiesta, manifiesta si presencia ante nosotros en la misma medida, de nuestro amor a Él. Puede ser que te creas que no sabes rezar, pero si lo amas, Él se sentará en tu silla al dado de tu cama y cuando abandones este mundo, podrás tener la dicha como San Juan evangelista de apoyar tu cabeza en su pecho y así abandonar este mundo, para entrar triunfante por la puerta grande en su reino de amor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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