Leí una vez, hace ya tiempo, una historia que relataba la Madre Angélica.
Y como pienso que todo lo que nos pasa a nosotros y pasa en esta vida tiene una impronta divina y que nada queda ni se escapa del control del Señor, voy a relatar esta historia, no textualmente sino resumidamente, pues de ella como de todo lo que nos sucede o sucede en el mundo, siempre podemos extraer unas consecuencias de orden sobrenatural.
Bueno… ¿y quién la Madre Angélica?, se preguntará más de uno; otros puede ser que tengan conocimiento de quién es esta señora consagrada al servicio del Señor. La Madre Angélica es una monja católica norteamericana de la orden de San Francisco, nacida en 1923 en Canton Ohio EE.UU. Creo que aún vive y tendrá ahora unos 88 u 89 años. Antes de profesar su nombre era Rita Rizzo, una chica pobre y enfermiza sin más estudios que los de secundaria. Para aumentar sus problemas de salud, el Señor permitió que tuviese un accidente dentro del convento, quedando inmovilizada siendo aún muy joven, pero ella no se amilanó y empezó a querer ser útil, difundiendo la palabra del Señor, en el mundo de la radiofonía. Termino montando una emisora de radio, y más tarde una cadena de emisoras. Siguió trabajando y cuando llegó la televisión, terminó fundado una cadena de televisión, la “Eternal Word Televisión Network EWTN”. Que tiene estaciones de televisión a lo largo de todo el país.
Está fantástica monja escribió un delicioso libro titulado “Respuestas, no promesas de la Madre Angélica” (Ibsn 84-08-02961-4.) editado hace ya 12 años por la editorial Planeta. Este libro es el fruto de las contestaciones que daba en las estaciones de radio, a las cuestiones que les planteaban los oyentes. Pues bien. en este libro narra la M. Angélica, una historia que al decir de ella, le contó el sacerdote que fue testigo de los hechos.
En un pueblo norteamericano, donde al parecer había un nudo ferroviario, al lado de este estaba la iglesia y todos los días, en la hora en la que el sacerdote decía la homilía en la misa del día, se abría la puerta, entraba un operario del ferrocarril, se arrodillaba se levantaba y se iba. El sacerdote estaba incómodo con la costumbre de este operario, pues le interrumpía la homilía ya que todos los que estaban en misa se volvían para mirar atrás a ver quién había llegado tarde a la misa. Lo cual no tiene nada de extraño pues se trataba de un pueblo donde todos se conocen y si hay una ocasión de cotillear, uno no se la van a perder.
EL sacerdote molestó ya, un día interpeló al ferroviario y le preguntó que porqué entraba y salía de la Iglesia sin pararse un momento. El ferroviario le respondió: Mire Ud. soy maquinista y solo dispongo de un par de minutos entre el cambio de máquina de una a otra, pues los horarios en el ferrocarril son muy estrictos y esos minuto los empleo en ir a la iglesia, arrodillarme y decirle al Señor: Hola Jesucristo, yo soy Jimmy y no me da tiempo para nada más.
El sacerdote se quedó un poco cortado con esta explicación pues él estaba pensando en algo distinto, y no le dijo nada más al maquinista ferroviario. El maquinista siguió con su costumbre, después de esta conversación con el sacerdote encargado de la iglesia, y todo continuó igual.
A los pocos meses hubo un accidente ferroviario, en la estación de este nudo de comunicaciones, con lesiones y muertes fruto de un choque de trenes. El sacerdote fue llamado para dar la extremaunción a los que estaban a punto de morir, y entre ellos estaba nuestro amigo Jimmy. El sacerdote tremendamente impresionado, por el panorama que había creado el choque se acercó a Jimmy que yacía moribundo en el suelo, y le dio la extremaunción, acabada de dársela Jimmy murió y el sacerdote muy impresionado, rezo un responso y terminado este, oyó claramente una voz en el cielo, que decía: Hola Jimmy, yo soy Jesucristo.
Desde luego que no era mucho lo que hacía Jimmy, era un simple acto de amor y un simple acto de amor a los ojos de Dios es mucho es una inmensidad que nunca quedará sin ser retribuida. En San Mateo podemos leer: "El que os recibe a vosotros, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envío. El que recibe al profeta como profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe al justo como justo, tendrá recompensa de justo; y el que diere de beber a uno de estos pequeños solo un vaso de agua fresca en razón de discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa”. (Mt 10,40-42).
Blosio escribe diciendo: “Así cualquiera que ponga una simple flor en un altar por amor de Dios, o adorne la imagen de algún santo con buena y santa intención, sin duda recibirá gran premio. Aquel que sólo inclina la cabeza o se arrodilla para honor y gloria de Dios, no perderá la paga”, pues como dice Jesús, “recibirá cien veces más”. (Mt 19, 29). “De modo que si te niegas un gozo, te dará cien veces más el Señor en esta vida espiritual y temporalmente: como también, por un gozo que tenga de cosas sensibles, te nacerán cien de tristezas y angustia”. Nos dice San Juan de la Cruz.
San Agustín describe la gloria eterna a la que estamos destinados con estas tres palabras: veremos, amaremos, gozaremos. San Juan, nos dice que en el cielo “veremos a Dios tal cual es” (1Jn 3,2). Ello será posible, como enseña la teología católica gracias al lumen gloriae, que elevará y perfeccionará sobrenaturalmente el entendimiento de los bienaventurados para que puedan ver a Dios directa e inmediatamente tal como es en sí mismo cara a cara como dice San Pablo “ahora vemos por un espejo y oscuramente, entonces veremos cara a cara” (1Cor 13,12). El lumen gloriae la luz de la gloria, reforzará sobrenaturalmente la potencia de nuestro entendimiento para que pueda unirse directa e inmediatamente con la esencia misma de Dios.
Amaremos a Dios en el cielo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas, porque le veremos tal como es y su infinita hermosura arrebatará nuestra alma en un éxtasis inmenso. Gozaremos; el gozo es pleno dice Santo Tomás cuando ya no queda nada por desear. Mientras permanecemos en este mundo es imposible alcanzarlo plenamente, puesto que todavía no poseemos a Dios por la visión y el gozo beatífico. En sí la eterna felicidad que esperamos consiste en integrarnos definitivamente en el amor de la luz divina.
Los atractivos del cielo, para muchos son escasos, pues no aciertan a comprender el goce de la contemplación de Dios. Solo en la medida en que un alma avanza en el desarrollo de su vida espiritual, ella va valorando cada vez más los atractivos fundamentales del cielo y va reduciendo su aprecio por el llamado cielo accidental, es decir aquel que satisface la parte material de nuestro ser. Los musulmanes centran los atractivos del cielo solo en la satisfacción de apetencias materiales. Nosotros centramos el atractivo del cielo en la satisfacción de apetencias espirituales, pero si estas no existen en una persona por no haber desarrollado su vida espiritual, difícilmente podrá comprender esta, los atractivos básicos que Dios nos promete en el cielo, cual es la contemplación de la Luz divina, una vez ya hayamos sido plenamente integrados en la gloria de Dios.
El cielo es la vida eterna, y esta se encuentra en el pleno conocimiento de Dios, lo cual implica a su vez el poseerlo eternamente. Y esta posesión de Dios que podemos llegar a tener, es lo que le hace exclamar a San Agustín: ¡Pudiendo poseer al que lo hizo todo!, ¿porque te emperras en querer poseer aquí abajo, cualquiera de las cosas materiales que Él ha creado? Alcanzar el cielo, es lo más hermoso que nos puede pasar, porque alcanzar el cielo es alcanzarte al Señor e integrarnos en su maravillosa luz de amor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario