75º aniversario de su muerte.
Alfonso García Nuño acaba de publicar la que probablemente es la obra definitiva para comprender a Unamuno y su anhelo de transcendencia.
El próximo 31 de diciembre se cumplirá el 75º aniversario de la muerte de Miguel de Unamuno. Aquél día de 1936, recibió en su casa al profesor y falangista Bartolomé Aragón. Al final de la conversación, en la que tuvo un lugar destacado la guerra civil que unos meses antes había empezado, el visitante le dijo que a veces pensaba que Dios le había vuelto la espalda a España disponiendo de sus mejores hijos. Entonces Unamuno se inclinó hacia la mesa-camilla, dio un golpe sobre ella y dijo: «¡No! ¡Eso no puede ser, Aragón! Dios no puede volverle la espalda a España. España se salvará porque tiene que salvarse». Dicho lo cual murió.
En sus últimas palabras estuvieron presentes dos de las más grandes preocupaciones de su obra: Dios y España. Pero sin duda fue el problema religioso lo central en ella.
¿Pero quién era Unamuno? ¿Qué puede aportarnos su pensamiento religioso? Lo cierto es que, pese a que suele ocupar algún espacio en los estudios de literatura en la enseñanza secundaria, no es un autor conocido, su obra suele estar oscurecida por buen número de tópicos que en nada responden a la riqueza de su pensamiento.
Con el deseo de que nos dé alguna claridad, hemos entrevistado a Alfonso García Nuño, profesor de la Universidad San Dámaso y autor de un importante libro recientemente aparecido, El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno.
En el prólogo a esta obra, Ciriaco Morón Arroyo, profesor de Cornell University (U.S.A.) y uno de los máximos especialistas en el rector de Salamanca, dice de este libro: «El profesor García Nuño ha escrito la exposición más extensa y sistemática que yo conozco sobre el pensamiento de Unamuno. […] La obra más importante publicada hasta ahora sobre el pensador… ¿vasco?, ¿castellano?, ¿español? Creo sinceramente que de talla universal. […] Es un libro de pensamiento riguroso, con la estructura de una obra de arte, y con el entusiasmo de un maestro, que se contagia a sus lectores».
- ¿Era Unamuno creyente o era un ateo?
- Era una persona muy religiosa. A nada que haya leído uno un poco a Unamuno, se sorprende de que siga circulando el tópico de su ateísmo. Ciertamente sus creencias no eran del todo católicas, pero era profundamente cristiano, aunque siempre estuviera atormentado por las dudas.
- Entonces, ¿por qué sigue siendo corriente esa opinión sobre él?
- Hay quienes tienen interés en asociar a personas ilustres el ateísmo para darle mayor prestigio; sería interesante hacer un estudio de esto en los libros de enseñanza secundaria y bachillerato. Pero también influye una mentalidad muy española que identifica el ser religioso con ser católico.
- En el título de su libro se habla del problema del sobrenatural, ¿qué significa esto?
- Esta cuestión ha sido el centro de uno de los debates más intensos e interesantes de la teología durante el s. XX. Hoy en día ha perdido la centralidad que tuvo en pasadas décadas en las discusiones de los teólogos, pero sigue siendo un elemento central no solamente para poder comprender nuestro mundo tan secularizado y alejado de Dios, sino también para poder afrontar adecuadamente los retos de la evangelización.
- Era una persona muy religiosa. A nada que haya leído uno un poco a Unamuno, se sorprende de que siga circulando el tópico de su ateísmo. Ciertamente sus creencias no eran del todo católicas, pero era profundamente cristiano, aunque siempre estuviera atormentado por las dudas.
- Entonces, ¿por qué sigue siendo corriente esa opinión sobre él?
- Hay quienes tienen interés en asociar a personas ilustres el ateísmo para darle mayor prestigio; sería interesante hacer un estudio de esto en los libros de enseñanza secundaria y bachillerato. Pero también influye una mentalidad muy española que identifica el ser religioso con ser católico.
- En el título de su libro se habla del problema del sobrenatural, ¿qué significa esto?
- Esta cuestión ha sido el centro de uno de los debates más intensos e interesantes de la teología durante el s. XX. Hoy en día ha perdido la centralidad que tuvo en pasadas décadas en las discusiones de los teólogos, pero sigue siendo un elemento central no solamente para poder comprender nuestro mundo tan secularizado y alejado de Dios, sino también para poder afrontar adecuadamente los retos de la evangelización.
- ¿Por qué?
- Para explicar esta cuestión me gusta hacer uso del salmo que dice: «Como desea la cierva las fuentes de agua así mi alma te desea a ti, Dios». ¿Está nuestro deseo de divinización tan arraigado como la necesidad de agua en un animal? Si no fuera así, si solamente fuera algo aditivo, entonces el hombre podría ser feliz solamente con lo natural, el cielo sería para él algo perfectamente prescindible, un elemento, si acaso, lujoso. Y el infierno sería un absurdo. Pero el caso es que Dios nos ha creado para la divinización.
- … pero Dios no es como el agua.
- Efectivamente, veo que vd. ha captado la paradoja y la dificultad. Nuestro «apetito de divinidad», como diría Unamuno, es el deseo de lo más necesario para el hombre, pero al mismo tiempo de lo inalcanzable para él, siendo para él imprescindible la contemplación divina, sin embargo es algo que con su capacidad natural le es inasequible. Lo más necesario es lo más imposible, esa sed solamente se puede saciar por gracia. Si la divinización no fuera lo único que plenificara de verdad al hombre, entonces sería posible crear una sociedad al margen de Dios en la que tal vez hubiera un rincón para los que quisieran ese aditivo prescindible de felicidad. Y, desde el otro punto de vista, si ese deseo tuviera que ser saciado forzosamente por Dios o alcanzable con las fuerzas humanas, entonces a lo que se tendría que dedicar el hombre es a construir la torre de Babel, para exigírselo o conquistarlo.
- ¿Y este problema fue importante intelectualmente para Unamuno?
- No solamente fue importante, sino que creo que fue el problema central de su vida, en torno al cual gira su pensamiento. Se suele decir que lo fue la muerte o la inmortalidad. Pero esto es insuficiente, lo que le acuciaba no era simplemente el deseo de ser siempre, sino el de ser más, el de ser participe de la divinidad. Aunque él no se considerara católico y algunas de sus afirmaciones no lo fueran, aunque sus páginas sean no pocas veces de difícil lectura, sin embargo ofrece muchas riquezas, no solamente para la filosofía o la teología, sino también para el creyente.
- ¿Por ejemplo?
- Su poesía, especialmente El Cristo de Velázquez. Parte de otro de sus poemas se reza como himno de la Hora Intermedia del domingo de la tercera semana de la Liturgia de las Horas.
- Para explicar esta cuestión me gusta hacer uso del salmo que dice: «Como desea la cierva las fuentes de agua así mi alma te desea a ti, Dios». ¿Está nuestro deseo de divinización tan arraigado como la necesidad de agua en un animal? Si no fuera así, si solamente fuera algo aditivo, entonces el hombre podría ser feliz solamente con lo natural, el cielo sería para él algo perfectamente prescindible, un elemento, si acaso, lujoso. Y el infierno sería un absurdo. Pero el caso es que Dios nos ha creado para la divinización.
- … pero Dios no es como el agua.
- Efectivamente, veo que vd. ha captado la paradoja y la dificultad. Nuestro «apetito de divinidad», como diría Unamuno, es el deseo de lo más necesario para el hombre, pero al mismo tiempo de lo inalcanzable para él, siendo para él imprescindible la contemplación divina, sin embargo es algo que con su capacidad natural le es inasequible. Lo más necesario es lo más imposible, esa sed solamente se puede saciar por gracia. Si la divinización no fuera lo único que plenificara de verdad al hombre, entonces sería posible crear una sociedad al margen de Dios en la que tal vez hubiera un rincón para los que quisieran ese aditivo prescindible de felicidad. Y, desde el otro punto de vista, si ese deseo tuviera que ser saciado forzosamente por Dios o alcanzable con las fuerzas humanas, entonces a lo que se tendría que dedicar el hombre es a construir la torre de Babel, para exigírselo o conquistarlo.
- ¿Y este problema fue importante intelectualmente para Unamuno?
- No solamente fue importante, sino que creo que fue el problema central de su vida, en torno al cual gira su pensamiento. Se suele decir que lo fue la muerte o la inmortalidad. Pero esto es insuficiente, lo que le acuciaba no era simplemente el deseo de ser siempre, sino el de ser más, el de ser participe de la divinidad. Aunque él no se considerara católico y algunas de sus afirmaciones no lo fueran, aunque sus páginas sean no pocas veces de difícil lectura, sin embargo ofrece muchas riquezas, no solamente para la filosofía o la teología, sino también para el creyente.
- ¿Por ejemplo?
- Su poesía, especialmente El Cristo de Velázquez. Parte de otro de sus poemas se reza como himno de la Hora Intermedia del domingo de la tercera semana de la Liturgia de las Horas.
Ante el próximo aniversario de su muerte, creo que podríamos recordar los cuatro versos que figuran en la lápida de su nicho en el cementerio de Salamanca: Méteme, Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar.
Fernadez Gonzáles Torres/ReL
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