jueves, 10 de noviembre de 2011

SOMBRAS DE MI CUERPO MÍSTICO



(Confidencias del Señor a Mons. Octtavio Micheline)

Hijo, todos los miembros de un cuerpo tienden armoniosamente a un único fin; la conservación y el crecimiento del mismo cuerpo.

Así en mi Cuerpo Místico, todos los miembros deberían tender razonablemente al supremo bien del Cuerpo Místico, que es la salvación de todos los miembros de los que está formado.

El hecho de que estos miembros sean libres e inteligentes, capaces de discernir y de querer el bien o el mal, constituye una razón más para que todos tiendan al bien común. Sin embargo no es así.

Seducidos y engañados muchos miembros, rompiendo la armonía del Cuerpo del que forman parte, persiguen el mal tenazmente, dañando no sólo a sí mismos, sino a todos los otros miembros del cuerpo.

Si además, estos miembros son sacerdotes, ellos destruyen la armoniosa cohesión con un daño incalculable para sí mismos y para comunidad cristiana entera.

En mi Iglesia todos los sacerdotes deben tender esforzadamente al bien común de todas las almas; para esto han sido llamados, sin ninguna excepción.

No hay en Mi Iglesia distinción de fines: la finalidad es una sola para todos los miembros, de modo muy particular para mis sacerdotes: salvar almas, salvar almas, salvar almas.

El último sacerdote, (último en la forma vuestra de decir, porque podría ser el primero, como el Santo Cura de Ars, último y primero), digo el último sacerdote que gasta su vida en el ofrecimiento de sí mismo en el Santo Sacrificio de la Misa en comunión Conmigo delante de mi Padre, es hasta más grande que muchos dignatarios que no siempre lo hacen.

En mi Cuerpo Místico hay muchos miembros terriblemente enfermos de presunción, de soberbia, de lujuria.

En mi Cuerpo Místico hay muchos sacerdotes obreros, más preocupados por el lucro que por la salvación de las almas.

Hay muchos sacerdotes orgullosos de su "saber hacer, es decir de su astucia. Olvidando que a menudo, aunque no siempre, el arte del saber hacer es el arte del mentir: esta es la perfidia o la astucia de Satanás.

Vuestro lenguaje sea simple y sincero: si es sí, sí; si es no, no: la verdad es caridad.

No sus palabras.

En Mi Iglesia hay sacerdotes que se predican a sí mismos. En el rebuscamiento del lenguaje, en la elegancia del decir, y con otros cien recursos, buscan llamar la atención de los oyentes para hacerlos converger sobre sí.

Es verdad que mi palabra es por sí misma eficaz, ¡pero mi Palabra, no su palabra!. Mi Palabra, antes de ser anunciada ha de ser leída, meditada y absorbida; después dada con humildad y simplicidad.

En mi Cuerpo Místico hay focos de infección, hay llagas purulentas.

En los seminarios hay gente infectada que contamina a aquellos que deben ser mis ministros del mañana ¿quién puede valorar el mal?

Si en una clínica o en una comunidad se manifiesta una enfermedad contagiosa, se recurre a los remedios con gran solicitud, con informaciones y aislamientos, con medidas enérgicas y repentinas. En mi Cuerpo Místico se manifiestan males mucho más graves, y hay aquiescencia como si nada estuviera pasando. Miedos y temores injustificados, se dice.

¡No es amor, no es caridad el permitir difundirse los males que llevan a las almas a la perdición!

Hay abuso exagerado de la Misericordia de Dios como, si con la Misericordia, no coexistiese la Justicia...

Quién está investido de responsabilidad, actuando con rectitud, no debe preocuparse por las consecuencias cuando necesita tomar medidas para cortar el mal en curso.

Hijo, ¿qué decir luego de tantos sacerdotes míos, del modo del todo irresponsable con el que llevan a cabo una tarea delicadísima, como es la de la enseñanza religiosa en las escuelas?

De acuerdo que no faltan sacerdotes bien formados y conscientes, que cumplen sus deberes de la mejor manera. Pero junto a los buenos, ¡cuántos superficiales, inconscientes, incluso corruptos! Han hecho y hacen un mal inmenso, en lugar del bien, a los jóvenes, tan necesitados de ser ayudados moral y espiritualmente.

La comprensión para estos sacerdotes míos no debe justificar licencia.

Un hábito apropiado.
De lo alto han sido impartidas disposiciones con relación al hábito sacerdotal. Mis sacerdotes, viviendo en el mundo han sido segregados del mundo.

Quiero a mis sacerdotes distintos de los laicos, no sólo por un tenor de vida espiritual más perfecta, sino también exteriormente deben distinguirse con su hábito propio.

¡Cuántos escándalos, cuántos abusos y cuántas ocasiones más de pecado y cuántos pecados más!

¡Qué inadmisible condescendencia por parte de los que tienen el poder de legislar! Y junto con el poder, tienen también el deber de hacer respetar sus leyes. ¿Por qué no se hace?

Lo sé: las molestias no serían pocas. Pero Yo no he prometido jamás a nadie una vida fácil, cómoda, exenta de disgustos.

Quizá teman reacciones contraproducentes. No, el relajamiento provoca un mayor relajamiento.

Funcionarios estatales, de empresas, de entes militares visten su uniforme. Muchos sacerdotes míos se avergüenzan, contraviniendo las disposiciones, compitiendo en coquetería con los mundanos.

¿Cómo, hijo, puedo no dolerme amorosamente? Quien no es fiel en lo poco, tampoco lo es en lo mucho.

¿Qué decir, luego, del modo en que se administran mis Sacramentos por tantos de mis sacerdotes? Se va al confesionario en mangas de camisa, y no siempre con la camisa, sin estola.

Si se debe hacer una visita a una familia de respeto, se ponen la chaqueta, pero la casa de Dios es mucho más que cualquier familia de respeto.

También está prescrito vestido talar para el ejercicio del propio ministerio: asistencia a los enfermos, enseñanza en las escuelas, visitas a los hospitales, celebración de la Santa Misa, administración de los Sacramentos. ¿Quién se pone ahora el vestido talar para todo esto?

Esto, hijo mío, es indisciplina que roza en la anarquía.

¿Qué decirte de tantos sacerdotes míos que no tienen tiempo de rezar, atosigados como están en tantas actividades inútiles, aunque aparentemente santas?

Actividades inútiles porque les falta su alma, porque les falta mi presencia. Donde Yo no estoy no hay fecundidad espiritual.

Pero cuántos sacerdotes tienen tiempo para ir a ver películas inmorales y pornográficas, con el pretexto de que se necesita conocer para juzgar. Esta justificación es satánica.

Los santos sacerdotes, que jamás se permitirían tales inmoralidades, no serían hábiles para orientar y aconsejar a las almas...

El deber de la obediencia.
Aquí tienes hasta qué punto hemos llegado.
Pero lo hay peor todavía. Yo, hijo mío, he constituido la Iglesia jerárquica, y no se diga que los tiempos han cambiado y que por eso es necesario cambiar todo.

En mi Iglesia hay puntos firmes que no pueden variar con el mudar de los tiempos. Jamás podrá ser cambiado el principio de autoridad, el deber de la obediencia.

Podrá ser cambiado el modo de ejercer la autoridad, pero no podrá ser anulada la autoridad.

¡No se confunda jamás la paternidad requerida en las altas esferas con la debilidad! La paternidad no excluye sino, al contrario, exige la firmeza.

Hijo mío, ¿porqué he querido sacar a la luz una parte de los muchos males que afligen a mi Iglesia? Lo he hecho para poner a mis sacerdotes frente a sus responsabilidades. Quiero su regreso para una vida verdaderamente santa.

Quiero su conversión porque los amo. Sepan que su conducta a veces es causa de escándalos y de ruina para muchas almas.

¡No es justo que se abuse del amor de Dios, confiando en su misericordia e ignorando casi enteramente su justicia!

Hijo, te he dicho repetidamente que el alud está ya en curso. Sólo el regreso sincero a la oración y a la penitencia de todos mis sacerdotes y de los cristianos podría aplacar la Ira del Padre y detener las justas y lógicas consecuencias de su justicia, siempre movida por el Amor.

He querido decirte esto porque quiero hacer de mi "pequeña gota de agua que cae hacia abajo" un instrumento para el plan de mi Providencia.

Te bendigo, oh hijo. Quiéreme mucho; reza, repara y recompénsame con tu amor de tanto mal que arrecia en mi Iglesia.

También mucho bien.
Es bien cierto que en mi Iglesia hay también mucho bien, ¡Ay si no fuera así! Pero Yo no he venido por los justos; ellos no tienen necesidad. He venido por los pecadores; ¡a éstos quiero, a éstos debo salvar!

Por eso he dado el toque en alguna de las muchas llagas y heridas, causa de la perdición de almas.

Se dice que no se va al infierno. O se niega el infierno o se apela a la Misericordia de Dios que no puede mandar a ninguno al infierno.

No por estas herejías y errores deja de existir el Infierno. No por esto muchos impenitentes, también sacerdotes, evitan el Infierno...

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