SÍNDROME DEMONOPÁTICO DE DOBLE PERSONALIDAD
José Antonio Fortea Cucurull
José Antonio Fortea Cucurull
Preámbulo
No es otro mi propósito con este escrito que el hacer una descripción y análisis de un síndrome que por su incidencia casi nula no viene descrito en ningún tratado de psiquiatría, pero que cuando afecta a un paciente se aprecia con claridad por parte de los especialistas que no se adapta a ninguno de los esquemas existentes hoy día para catalogar las patologías psiquiátricas. (Aunque en el DSM, en dos apartados, vienen descritas sucintas características de las que después haré detallada mención.) El autor del presente estudio psiquiátrico no pretende convencer a nadie de la supuesta etiología de carácter espiritual que los teólogos achacan a este fenómeno que ellos denominan como posesión demoníaca. El análisis que se va a realizar en esta exposición (análisis primero de las características generales de esta afección y después de la descripción de un caso particular) nos debería llevar a la conclusión de que sea cual sea el origen y consideraciones que nos merezca la afección, debe admitirse que se trata de una patología sui generis que merece una clasificación específica dentro de los tratados de psiquiatría. No hacerlo de esta manera supone tener que disgregar sus características descriptivas a lo largo y ancho de los criterios diagnósticos de otras muchas enfermedades. A través de las páginas siguientes me referiré a este síndrome con el nombre de posesión, por abreviar y por ser éste el modo más comúnmente conocido y que menos se presta a equívocos.
No es otro mi propósito con este escrito que el hacer una descripción y análisis de un síndrome que por su incidencia casi nula no viene descrito en ningún tratado de psiquiatría, pero que cuando afecta a un paciente se aprecia con claridad por parte de los especialistas que no se adapta a ninguno de los esquemas existentes hoy día para catalogar las patologías psiquiátricas. (Aunque en el DSM, en dos apartados, vienen descritas sucintas características de las que después haré detallada mención.) El autor del presente estudio psiquiátrico no pretende convencer a nadie de la supuesta etiología de carácter espiritual que los teólogos achacan a este fenómeno que ellos denominan como posesión demoníaca. El análisis que se va a realizar en esta exposición (análisis primero de las características generales de esta afección y después de la descripción de un caso particular) nos debería llevar a la conclusión de que sea cual sea el origen y consideraciones que nos merezca la afección, debe admitirse que se trata de una patología sui generis que merece una clasificación específica dentro de los tratados de psiquiatría. No hacerlo de esta manera supone tener que disgregar sus características descriptivas a lo largo y ancho de los criterios diagnósticos de otras muchas enfermedades. A través de las páginas siguientes me referiré a este síndrome con el nombre de posesión, por abreviar y por ser éste el modo más comúnmente conocido y que menos se presta a equívocos.
Dado que la descripción de este fenómeno será meramente psiquiátrica, dejando otras consideraciones al ámbito de la discusión teológica, y dado que por tanto esta descripción se fijará de modo exclusivo en lo verificable en la exploración médica, se omitirá la descripción de los fenómenos más extraordinarios que vienen anejos a este fenómeno en la literatura general sobre ese tema. Y puesto que en estas páginas este fenómeno se va a analizar desde el punto de vista psiquiátrico, me referiré a él meramente como enfermedad, sin entrar en discusiones acerca de que el mero hecho de elegir entre la palabra fenómeno o patología ya supone una toma de posición. Criterios diagnósticos Todos hemos escuchado de el comentario genérico de que lo que antes se creía que era posesión ahora ya se sabe que en realidad es enfermedad psiquiátrica. Ahora bien, ¿qué enfermedad? La posesión, tal como aparece en la literatura sobre el tema, así como en los casos actuales que pretenden ser casos de posesión, presenta un cuadro diagnóstico bastante concreto. Por eso, antes de nada, para saber de qué estamos hablando conviene presentar el criterio diagnóstico de lo que podríamos denominar posesión típica: 1.-Ante lo sagrado o lo religioso se da una gama de sensaciones que van, según el sujeto, desde el fastidio hasta el horror, desde la leve expresión de molestia hasta la manifestación de ira y furia. 2.-En estos casos más extremos, el horror lleva a accesos de furia, acompañados normalmente de blasfemias o insultos dirigidos hacia el objeto religioso que se ha situado en la proximidad. 3.-El enfermo en los episodios agudos de manifestación de ira furiosa, pierde la conciencia. Cuando vuelve en sí no recuerda nada. La amnesia es total y absoluta. Sin embargo, aunque no recuerde nada el sujeto durante el episodio ha padecido un cambio de personalidad mientras ha durado esa crisis de furia. Durante esa crisis una segunda personalidad emerge. 4.-Esa segunda personalidad siempre tiene un carácter maligno. Es frecuente que durante esos momentos las pupilas se vuelvan hacia arriba, o hacia abajo, dejando los ojos en blanco. Los músculos faciales se ponen frecuentemente en tensión. También las manos muestran crispación. En esos momentos de crisis, la persona articula la voz llena de odio y rabia. 5.-Acabada la crisis furiosa, la persona vuelve lentamente a la normalidad, el tránsito de vuelta a la normalidad es prácticamente similar en cuanto al tiempo y al modo al tránsito que se observa de la vuelta del estado de hipnosis al estado normal de conciencia. 6.-Fuera de las crisis furiosas en que emerge la segunda personalidad, la persona lleva una vida completamente normal, sin que esta patología afecte para nada ni a su trabajo ni a sus relaciones sociales. El sujeto aparece como una persona perfectamente cuerda. En todo momento distingue perfectamente entre la realidad y el mundo intrapsíquico, no observa una conducta delirante. 7.-En algunos casos sí exponen cosas que parecen alucinaciones sensoriales (concretamente exponen que, esporádicamente, ven sombras, sienten una difusa sensación extraña en alguna parte concreta del cuerpo u oyen crujidos). Por el contrario no oyen voces internas, ni sienten que algo les corre bajo la piel. 8.-No se observa ningún antecedente familiar que pudiera hacer pensar en patologías mentales con base genética.
Hay que añadir que no se puede considerar dentro de este campo de la posesión los casos en que el sujeto meramente dice sentir una presencia. En la mayor parte de los casos estos fenómenos de posesión se producen tras participar en algún tipo de rito esotérico: ouija, práctica de espiritismo, santería afrocubana, macumba, vudú, etc. Este tipo de personas, tal como se ha mencionado en el punto 7, sufren alucinaciones sensoriales siempre con una temática muy precisa (la referida en el citado punto) pero no se ven afectadas por ningún tipo de delirio. Por el contrario hay una total ausencia de construcción patológica de conjuntos de ideas que puedan justificar ese tipo de trastornos explicados en los ocho puntos anteriores. El paciente mantiene un razonamiento claro, y se muestra sumamente crítico respecto a los síntomas que él mismo describe al médico. Es muy frecuente que comience su exposición al especialista con las palabras "va a pensar que estoy loco", "no me va a creer" o "no sé por donde empezar". El mismo paciente es el primero en reconocer que su discurso va a resultar poco digno de crédito. El enfermo sitúa perfectamente en el tiempo el inicio de sus trastornos. Y suele referir como causa de ellos la participación de ese rito esotérico. Cuando se dice de alguien que es un psicótico caben varias definiciones, "la definición más limitada de psicótico se restringe a ilusiones o alucinaciones notables, con las alucinaciones teniendo lugar con ausencia de conocimiento de su naturaleza patológica" . Como se ve no acaba de encajar este tipo de pacientes en el concepto de psicótico ya que mantienen una continua conciencia crítica respecto a los trastornos que refieren. Podríamos decir que la posesión tiene algún ligero aspecto en común con la esquizofrenia paranoide. Dado que la característica esencial de una esquizofrenia de tipo paranoide es la presencia de notables ilusiones o alucinaciones en el contexto de una relativa preservación de la función cognitiva y afectiva. El punto 7 (expuesto anteriormente) daría la impresión de que este tipo de pacientes entrarían en la clasificación para este tipo de enfermedad. Aunque hay que hacer notar que ese tipo de alucinaciones en estos casos mantendrán una temática y una incidencia constante. Aunque transcurran varios años, las alucinaciones no cambiarán de temática, ni tampoco variarán en su frecuencia. Frecuencia tan irrelevante que no llevarán a catalogar al que las padece de persona esquizoide. En este tipo de enfermos esta patología alucinatoria en ningún caso deriva hacia el delirio.Lo verdaderamente relevante, el factor predominante, será el hecho de que en los momentos de mayor furia en los que emerge esa segunda personalidad da todos signos el paciente de sufrir un desorden disociativo de la personalidad. La presencia de una identidad distinta que toma control sobre la conducta de la persona entra plenamente en la descripción de esta patología de la disociación. Esta segunda identidad siempre aparece con unos rasgos muy fijos: hablará con rabia, con ira, exponiendo un gran odio hacia todo lo relativo a la religión, y hablará además con la expresión facial manifestando una gran tensión. En unos pacientes esta segunda identidad es locuaz en cuyo caso manifiesta una gran procacidad en su vocabulario y expresiones blasfemas. En otros pacientes esta segunda identidad es casi muda, hablando en contadas ocasiones y de un modo extremadamente lacónico, sus intervenciones cargadas de odio y tensión tienen en común con el tipo anterior en que la voz cambia por efecto de esa ira contenida.
Hablando de la generalidad de las patologías de personalidad múltiple se asume un segundo rol de modo inconsciente, fruto de la profunda asimilación inconsciente de esa segunda personalidad puede venir la prontitud y coherencia de las respuestas adecuadas. Pero hay que hacer notar que en los enfermos de posesión esta segunda identidad siempre presenta los mismos rasgos, aunque dividida en esos dos tipos citados (personalidad locuaz o muda). ¿Cuales son esos rasgos? Esa segunda personalidad exclusivamente se manifiesta en los momentos de furia que producirán la amnesia de lo dicho y realizado durante esa crisis. Esa segunda personalidad siempre es maligna. Y, por último, manifiesta una terrible aversión a todo lo sagrado (personas, objetos o palabras).
El horror que sienten los posesos hacia todo lo sagrado, no supone ninguna fobia específica. Ya que incluso si apareciera como síntoma aislado completamente desligado a todo el cuadro de síntomas que acompañan a este síndrome aparecería claro que ese rechazo no es que provoque ansiedad, sino una reacción automática de ira. El poseso no manifiesta una ansiedad provocada por una exposición a cualquier objeto, persona o palabra sagrada. Sino que esa exposición es causa de emergencia de la segunda personalidad. Al no existir fobia tampoco ese rechazo provoca ningún desorden obsesivo-compulsivo, ni tampoco ese rechazo da lugar a ningún tipo de ritual de evitación (usada aquí la palabra ritual en su sentido psiquiátrico; dado el tema que tratamos la aclaración no es ociosa). El pensamiento en todo momento (salvo en los momentos de trance) es claro, y esa es otra característica que suele llamar la atención de los especialistas que atienden a estos pacientes: la claridad de pensamiento, la capacidad de autocrítica, coexistiendo con los otros rasgos patológicos que por su gravedad deberían conllevar una evolución hacia una profunda desestructuración de la personalidad y el raciocinio.
Recapitulando, si un psiquiatra no supiera nada de posesiones, los síntomas que observaría en un poseso típico le llevarían a ver en él un desorden disociativo de la personalidad que provoca alucinaciones sensoriales (escasas), una aversión aguda a lo sagrado, junto con agitaciones propias de una crisis histeriforme. Como se ve un complejo conjunto de síntomas, todos ellos en un mismo sujeto y manifestándose con simultaneidad. Ello nos lleva a rechazar las clasificaciones simplistas de aquellos que, sin haber visto un caso real, sentencian que se trata de tal o cual enfermedad mental. El cuadro sintomatológico aquí definido refleja un síndrome tan especial que no se lo puede encuadrar sin más en tal o cual apartado de la patología psiquiátrica. Hay que admitir que nos encontramos no ante un desorden mental simple, sino ante un síndrome para el que hay que buscar un lugar específico dentro de la catalogación médica. Y digo un síndrome porque es un conjunto de signos y síntomas que existen a un tiempo y definen un cuadro morboso determinado. Cuadro morboso que se repite de un modo milimétrico en los pacientes que lo padecen y cuya simultaneidad en la concurrencia de esos rasgos (antes descritos) llevan a la perplejidad a los especialistas que los atienden. Por lo tanto, es totalmente inadecuado hablar de este hecho como esquizofrenia, psicosis, y mucho menos como epilepsia, porque el cuadro entero no encaja en la catalogación de cada una de estas enfermedades. Este síndrome sólo encaja en pequeñas partes de la sintomatología de esas otras patologías. Pienso que el mejor término, puesto que hay que crear una denominación ex profeso, sería síndrome demonopático de disociación de la personalidad.
Cuestiones terminológicas.
El DSM, en el Apéndice I, ofrece un glosario de síndromes relacionados con culturas étnicas determinadas , en la pg 849 (nota 1) aparece el término zar al que se da la siguiente definición descriptiva: Un término general de Etiopia, Somalia, Egipto, Sudán, Irán y otras sociedades del Medio Oriente aplicado la experiencia de espíritus poseyendo a una persona. Las personas poseídas por un espíritu puede experimentar episodios disociativos que pueden incluir gritos, risas, golpes de la cabeza contra la pared, cantos o llantos. Las personas pueden mostrar apatía y apartamiento, rehusando comer o el llevar a cabo las tareas diarias, o pueden desarrollar una relación a largo plazo con el espíritu que los posee.Pero mucho más importante que ese término, que había que reseñar ya que esa obra hace mención, el DSM en el apartado 300.15 dedicado a los desórdenes no especificados de otra manera (pg 490) trata de un modo confuso y mezclado con otros desórdenes, el cuadro que aquí se ha presentado de un modo detallado. Ese apartado trata este tema de un modo sumario esta cuestión, y ya advierte que hay casos en que la característica predominante es un síntoma disociativo (...) y que [sin embargo] no concuerdan con los criterios de ningún desorden específico. Es interesante observar lo categóricos que se muestran algunos especialistas en clasificar el síndrome que he descrito (y de los que ellos sólo han tenido referencias) como una mera y simple disociación, cuando el mismo DSM, ante la evidencia de casos conocidos de primera mano, advierte claramente que hay casos que escapan a los criterios de la misma clasificación que acaba de hacer. Y de modo expreso el DSM menciona la posesión (al final del punto 4 del apartado 300.15) como un tipo de trance en el que la característica predominante es esa disociación de la personalidad pero cuyas características no coinciden con los criterios dados para ningún tipo de desorden de disociación.
El DSM, en el Apéndice I, ofrece un glosario de síndromes relacionados con culturas étnicas determinadas , en la pg 849 (nota 1) aparece el término zar al que se da la siguiente definición descriptiva: Un término general de Etiopia, Somalia, Egipto, Sudán, Irán y otras sociedades del Medio Oriente aplicado la experiencia de espíritus poseyendo a una persona. Las personas poseídas por un espíritu puede experimentar episodios disociativos que pueden incluir gritos, risas, golpes de la cabeza contra la pared, cantos o llantos. Las personas pueden mostrar apatía y apartamiento, rehusando comer o el llevar a cabo las tareas diarias, o pueden desarrollar una relación a largo plazo con el espíritu que los posee.Pero mucho más importante que ese término, que había que reseñar ya que esa obra hace mención, el DSM en el apartado 300.15 dedicado a los desórdenes no especificados de otra manera (pg 490) trata de un modo confuso y mezclado con otros desórdenes, el cuadro que aquí se ha presentado de un modo detallado. Ese apartado trata este tema de un modo sumario esta cuestión, y ya advierte que hay casos en que la característica predominante es un síntoma disociativo (...) y que [sin embargo] no concuerdan con los criterios de ningún desorden específico. Es interesante observar lo categóricos que se muestran algunos especialistas en clasificar el síndrome que he descrito (y de los que ellos sólo han tenido referencias) como una mera y simple disociación, cuando el mismo DSM, ante la evidencia de casos conocidos de primera mano, advierte claramente que hay casos que escapan a los criterios de la misma clasificación que acaba de hacer. Y de modo expreso el DSM menciona la posesión (al final del punto 4 del apartado 300.15) como un tipo de trance en el que la característica predominante es esa disociación de la personalidad pero cuyas características no coinciden con los criterios dados para ningún tipo de desorden de disociación.
Lo denominémos como lo denominémos hay que convenir que clasificarlo en otra de las categorías hasta ahora existentes es podar el fenómeno de muchos de sus elementos específicos. Por eso es más adecuado crear un término específico para una realidad específica. No basta con decir que es una patología demonopática pues son muchos los desórdenes psiquiátricos en los que el enfermo cree ser un demonio, o que la persona con la que convive se ha transformado en un demonio, o que oye voces de demonios, etc.
Tampoco basta con decir que es una mera disociación de la personalidad, porque la disociación aquí descrita presenta un cuadro demasiado sui generis en las características que la acompañan (vg. fase convulsiva sin pérdida de conciencia, una fobia exacerbada en medio de una crisis de apariencia histeriforme). Sin embargo, esa disociación de la personalidad, con ser sólo un síntoma diagnóstico más, es el más específico de la posesión. Así que por ello creo que psiquiátricamente el término más adecuado sería, como ya he dicho antes, síndrome demonopático de disociación de la personalidad, incluyendo en la palabra síndrome todas las fobias específicas y los otros aspectos de los que he hablado. Creo que de todos los términos es el más descriptivo de sus características esenciales. El adjetivo demonopático no aparece en vano, ya que designa el tema con el que cursa la enfermedad, y es necesario mencionarlo parra evitar confusiones con el término desorden de trance de disociación que se menciona en el DSM (apartado 300.15, punto 4, pg 490) y que se prestaría a confusión con otros casos, puesto que hay trances (por ejemplo, los hipnóticos) en los que se puede producir esa disociación temporal e inducida y que nada tienen que ver con el cuadro aquí descrito. El que se añada el término de disociación de personalidad también es necesario. Pues además de ser la característica más patente y predominante en esta enfermedad, nos ayuda a no confundir esta patología con otras en que el enfermo cree estar poseso pero cuyo cuadro es claramente esquizoide. El esquizoide presentará quizá un cuadro histriónico, un cuadro obsesivo y su pensamiento aparecerá desestructurado, características estas radicalmente diferentes al cuadro que presentan los afectados del síndrome ya descrito. Análisis de un caso concreto. La paciente, universitaria de una carrera de ciencias, había llevado una vida completamente normal sin presentar el más mínimo problema psicológico. De pronto esta chica que no había manifestado ningún interés ni acercamiento hacia el mundo de lo esotérico, de lo demoníaco o del espiritismo, comienza a sufrir una aversión inexplicable hacia las oraciones que su madre diariamente rezaba en casa (el rosario, concretamente). La madre sí que era una persona religiosa, sin que su religiosidad fuera más allá de lo normal. La chica era religiosa, aunque de un modo moderado y sin presentar ninguna característica anormal en su práctica.
En este tipo de ambiente normal, la madre queda muy sorprendida por la repulsión repentina que un buen día aparece en la hija hacia cualquier tipo de oración que se realice en la casa, oraciones de la madre en las que la hija no participaba. Desde el día de la aparición súbita de esta aversión no pasan demasiados días hasta que se dan episodios de trance. Sin que esos trances tengan ningún tipo de pasos previos que los preparen. La chica al volver en sí sufre amnesia total de esos episodios de trance. En las semanas sucesivas, los trances irán seguidos de episodios de furia, gritos y agitaciones. Agitaciones muy violentas sobre el suelo o la cama. Durante esas agitaciones y trances la chica tiene los ojos cerrados, pero si los abre los ojos están en blanco.
Todos estos episodios llevan a la madre a pedir asistencia religiosa para su hija. El obispado de su lugar de residencia pedirá que se examine psiquiátricamente a su hija. Los dos psiquiatras que la examinarán se encontrarán con una chica que en su examen no manifiesta ningún signo de anormalidad psicológica. Sus relaciones sociales no han sido alteradas para nada, ni su trabajo en la universidad. Los hechos que refiere la madre se mantienen en el más absoluto secreto tanto en el círculo de amistades como familiar. Incluso esos hechos de los que dice ser testigo la madre, la misma hija no puede referirlos a los psiquiatras que la examinan porque muestra total desconocimiento de ellos. O la hija sufre amnesia de lo realizado en trance por sufrir un trastorno de personalidad, o bien la madre los ha distorsionado o inventado. Sin embargo, un tercer testigo de esos trances que desembocan en crisis furiosas en que emerge la personalidad maligna, convence a los psiquiatras de la veracidad de esos episodios de trance. El tercer testigo de esos episodios aparece cuando la madre convence a la hija para ir a ver a su párroco. Al ser bendecida por él con una simple bendición, la chica al instante se revolcará por el suelo de la iglesia en medio de furiosas agitaciones y gritos. El caso es complejo pues no aparece nada que ponga en duda la perfecta salud psicológica de la chica, salvo el hecho de esos episodios disociativos de los que ya hay dos testigos, aunque esos episodios de trance los psiquiatras no pueden provocarlos y por lo tanto de ellos sólo tienen referencias. Sólo esas referencias, frente a la chica que al ser examinada por los especialistas no manifiesta ni alucinaciones, ni delirio, ni siquiera una mera preocupación por el tema demoníaco.
El asunto se despacha como una mera sugestión inducida por la madre. Sugestión que late de modo inconsciente. Dada la perfecta normalidad de la vida cotidiana de la chica y la total ausencia de problemas que refiera la paciente que puedan servir de asidero a los psiquiatras para comenzar algún tipo de terapia o tratamiento. Dado, además, que la chica lleva una vida completamente normal, no aconsejan ningún tipo de tratamiento. El autor del presente escrito analizó este caso durante nueve meses, corroborando la versión de la madre. La chica efectivamente manifestaba una psicología perfectamente normal, no mostrando contacto psicótico en ningún momento. Pero bastaba ponerla en contacto con determinadas oraciones para que de un modo automático entrara en trance, y después emergiera esa segunda personalidad de carácter maligno y, finalmente, comenzara una fase de convulsiones terriblemente violentas acompañadas de gritos estentóreos. El síndrome demonopático de disociación de personalidad se cumplía en esta chica hasta en sus más mínimos detalles en perfecta coincidencia a como viene descrito en otros casos actuales descritos en otros países: la sucesión en esos episodios de trance de momentos de calma con los de furia, la prolongación de esos episodios el tiempo que continuaran las oraciones (aunque se tratara de tres horas seguidas), las características faciales (tensión muscular, ojos en blanco), las características de esa segunda personalidad antes explicadas, etc.
No se ofrece en este trabajo la evolución de este caso ni su final, porque todavía lo padece y porque su evolución patológica ha sido nula. La chica padece esos episodios desde hace tres años sin que se perciba cambio alguno significativo en la frecuencia de los trances y sus manifestaciones disociativas. Los profesores de psiquiatría que han venido a examinar este caso a invitación mía hasta ahora han sido seis. Tres manifiestan su conformidad con los principios generales expuestos en este escrito y tres consideran a esa chica sólo como un caso más de trastorno de personalidad. Cinco de los seis psiquiatras consideraron que los exorcismos acabarían con el mal que sufría la chica. Tres psiquiatras porque consideraban que su etiología no era psiquiátrica, y dos porque consideraron que esta terapia exorcística tendría un efecto de expulsión del mal, sin poder aclarar muy bien qué mecanismos concretos de la psique son los que provocan esta "curación". Incidencia y criterios terapéuticos. El autor de este escrito, en cinco años de recepción de pacientes alegando padecer posesión, sólo ha hallado cuatro casos que encajaban con el síndrome descrito. Esta incidencia después de examinar a cientos de personas que alegaban posesión muestra que la incidencia de este síndrome es verdaderamente mínima, y que cada caso puede seguir siendo considerado como excepcional.
Pero una de las razones por las que estos casos deben ser considerados una patología sui generis, es porque ningún tipo tratamiento farmacológico ofreció el más leve resultado. Tampoco las terapias no farmacológicas han obtenido mejora alguna en este tipo de casos. Se refieren múltiples casos en varios países (especialmente en Italia y Estados Unidos) en los que los afectados por este síndrome han quedado curados después de oraciones litúrgicas de exorcismo. Algunos psiquiatras han aceptado la posibilidad de esta efectividad terapéutica alegando que esas oraciones litúrgicas pueden desencadenar un proceso de "expulsión" del mal a través de un entorno que convenza al paciente de que se le ofrece una especie de catarsis. El exorcismo en estos casos haría las veces de una terapia psicoanalítica.
Aun respetando tal tesis, me gustaría decir que un entorno que reforzara el delirio lo único que haría sería agravar la afección. Los exorcismos vistos desde esa perspectiva sólo supondrían un refuerzo externo que daría apariencia de objetividad a ese mal ante los ojos del mismo enfermo y sólo podría tener como resultado que el desajuste entre realidad y percepción patológica de esa realidad se distorsionase más.
Por el contrario, el estudio concreto de cualquiera de estos pacientes lo que lleva es a la convicción de que si esto se trata de una patología mental, supondría una desesctructuración profundísima de la mente del paciente, tan profunda, tan radical, de eclosión tan repentina que no parece de ningún modo razonable que con una mera escenificación ritual de expulsión del mal se cure.Conclusión No hay campo de la psiquiatría como el que acabamos de estudiar en el que los esquemas preconcebidos del estudioso condicionen de un modo más evidente los caminos de explicación de este síndrome aquí descrito. De hecho esos esquemas previos suponen ya un punto de partida del que partirán explicaciones en direcciones opuestas. Independientemente de lo que cada uno opine acerca de la etiología del cuadro descrito, una definición cada vez más clara de los rasgos de este síndrome supondrán una base objetiva para discutir acerca de las causas de él y la terapia a seguir en estos casos. Lo que de ningún modo es aceptable ya, es seguir escribiendo y disertando sobre este tema sin invocar casos concretos. Todas las explicaciones que de esta materia hasta ahora se han hecho hablando de casos esquizoides (de pacientes que creen estar posesos) o de disociación de personalidad (en los que faltaban los rasgos 3, 4 y 6 antes descritos) pueden ser valiosas e incluso brillantes, pero evidentemente no estamos hablando de lo mismo. Confío en que posteriores estudios académicos pondrán cada vez más de relieve la singularidad y peculiaridad de este síndrome, y que estos estudios supondrán un terreno común para todos en orden a la discusión acerca de estos casos.
APÉNDICE
Psiquiatría y Teología.
El trabajo anterior se ha movido en el campo objetivo de la sola psiquiatría, sin embargo, ahora querría añadir algunas cosas en relación a campos ya extrapsiquiátricos.
Psiquiatría y Teología.
El trabajo anterior se ha movido en el campo objetivo de la sola psiquiatría, sin embargo, ahora querría añadir algunas cosas en relación a campos ya extrapsiquiátricos.
Hasta ahora, todos los psiquiatras tienen la invencible impresión de que la versión oficial dentro de la psiquiatría es negar la especificidad de este síndrome que he descrito. Hablo de la especificidad, y solamente de eso, ya que aceptar el carácter sui generis de este tipo de casos, no supone tener que aceptar su etiología sobrenatural. De forma que ha de quedar muy claro que ateos y agnósticos pueden aceptar el cuadro descrito antes sin tener por ello que aceptar causas extramentales en su aparición. Pues bien, todos los psiquiatras tienen la impresión de que la verdad incontestable dentro de la psiquiatría es negar la existencia de casos (por pocos que sean) que confirmen la existencia de un síndrome sui generis resistente a toda terapia. Sin embargo, hay que recordar que es una impresión errada (en la teoría, no en la práctica). Es errada en la teoría porque el DSM, como los otros grandes tratados, describen los rasgos que proporcionan un medio estructural de organizar las patologías en categorías determinadas. Pero nunca por parte de sus autores se ha tenido la pretensión de que al menos como mera posibilidad no hubiera algún caso verdaderamente extraordinario que escapase a esas categorías. Y más, cuando explícitamente el DSM en el apartado 300.15 refiere de un modo sutil que hay casos que escapan a las categorías descritas, o dicho de otro modo que puede que haya más cosas entre el cielo y la tierra de las que dice tu filosofía, Horacio. Sin embargo, el DSM ha encontrado dogmáticos defensores de que toda verdad se encierra entre estas páginas, entre estas categorías, defensores tan entusiastas, que sin duda sorprenderían a algunos de los mismos redactores del citado manual.
Sin que nadie abandone sus esquemas previos acerca de la existencia o no de eso que llamamos espíritu, sí que hay que ponerse de acuerdo en el campo de los criterios diagnósticos de este síndrome, campo objetivo y externo (a las causas) que supone un terreno común para todos independientemente de los esquemas preconcebidos desde los que se aborde el análisis de la etiología. Y digo que hay que llegar a un consenso en este campo externo y objetivo, porque lo que no puede seguir sucediendo es lo que ha venido sucediendo hasta el día de hoy. Lo acepten o no los escépticos de la especificidad de este síndrome, una parte de los pocos verdaderos casos de posesión que han llegado a manos de psiquiatras, han sido posteriormente remitidos por parte de éstos a sacerdotes. Esta una realidad. Una realidad, no una teoría. Los mismos psiquiatras de un modo oculto (dada la presión de lo que se da por supuesto que es la verdad oficial) envían en Estados Unidos e Italia estos casos a los sacerdotes. Insisto en que esto no es una teorización acerca de esta patología, sino una realidad. En la mayor parte de los casos son los familiares tras años de fracasos en la terapia psiquiátrica, los que acuden al sacerdote. Pero en otros, son los especialistas los que hablan de forma privada con un sacerdote y le remiten el caso. Aquí, en España, me he llegado a encontrar con una paciente que me vino con un informe psiquiátrico de la Seguridad Social en el que expresamente se decía por escrito que aquella mujer no presentaba ninguna patología mental y que convenía que la viera un experto de la Iglesia en materia de exorcismos.
El hecho es éste, los psiquiatras remiten casos a sacerdotes, pero la presión de la verdad correcta abruma a esos especialistas a mantener el más riguroso secreto para no desprestigiarse ante sus colegas. Estas encarecidas peticiones de secreto por parte de los especialistas psiquiátricos privan de la posibilidad de un estudio público de los pocos casos que hay sin que sus protagonistas sufran en su consideración profesional por avalar el hecho de que ese paciente sufre una posesión, y que se curó definitivamente tras una oración litúrgica. Hacer de notario de esta realidad supone tener que afrontar situaciones profesionales muy incómodas. La verdad oficial pesa mucho, la realidad va por su cuenta desde hace muchos años.
Guste o no, así son las cosas. La apelación por parte de especialistas de la psiquiatría a sacerdotes es una realidad. Y a pesar del secretismo con que se lleva este tipo de recursos extrapsiquiátricos, el síndrome anteriormente descrito queda curado definitivamente con una simple oración (aunque ésta tenga una extensión de horas y dividida en varias sesiones). El hecho es tan políticamente incorrecto que ningún especialista quiere poner en ridículo su prestigio abalando casos de este tipo. Los psiquiatras alabarán la función realizada por el sacerdote, le estrecharán la mano felicitándole por la resolución repentina del caso que le han llevado después de meses infructuosos, pero acabarán pidiéndole encarecidamente que guarde total reserva acerca de su nombre. No hace falta que le explique las consecuencias que para mi carrera tendría el que esto se hiciera público, le dicen al despedirse. Si a todo lo dicho se añaden los múltiples testimonios de fenómenos preternaturales (glosolalia, xenoglosia, conocimiento telepático de las órdenes dadas por el exorcista, vómitos de objetos, e incluso algún fenómeno de levitación), testimonios concordes de varios testigos ajenos al entorno familiar del paciente, entonces queda patente de que de lo que estamos hablando hunde sus raíces en lo que los griegos llamaron pneuma y los romanos spiritus, y que por tanto no es una patología sino un fenómeno. Y, sin duda, aquí radica el verdadero problema que ha viciado el estudio de este tema: la existencia o no del espíritu. Si existe el espíritu, la posesión es un fenómeno, si no existe es una patología. Si sólo existe la materia, todo lo dicho anteriormente, absolutamente todo, deberá ser explicado por categorías meramente patológicas. Eso lo admite hasta el autor de este trabajo. Pero si uno admite la posibilidad de la existencia del espíritu, desde ese momento está admitiendo la posibilidad de un fenómeno que va más allá de la psiquiatría. Reconozco que en este tema del que hablamos, la admisión o no de un concepto que parece meramente perteneciente a la filosofía, supone una bifurcación que parece irreconciliable. Pero por irreconciliables que sean las opiniones respecto a las causas, en lo que sí que nos podemos de acuerdo es en precisar si existen o no casos que escapan a las categorias hasta ahora existentes.
Es evidente que no enfoca del mismo modo este tema un psiquiatra ateo que un colega que es de misa y comunión diaria. Esta observación está fuera de toda duda. Pero por distintos que sean los enfoques, la descalificación personal del especialista creyente como si éste fuera una especie de fanático o de hombre precientífico está totalmente fuera de lugar. Ese tipo de descalificaciones sólo deshonran al que las hace. Sean cuales sean las conclusiones a las que lleguen los estudiosos de este síndrome en este siglo recién comenzado, tengo la confianza de que al menos las mentes de los especialistas en doble personalidad darán comienzo a la tarea. Tarea que hasta ahora había quedado sin emprender por los lastres ideológicos que arrastraron sus predecesores. Los esquemas reduccionistas (esquemas materialistas procedentes del siglo XVIII) no es que viciaran el modo de enfocar este fenómeno, sino que ni siquiera admitían la posibilidad de estudiar algo que de por sí consideraban imposible. Fuera como fuera el caso que tenían en sus manos, jamás se les pasó por la imaginación otra cosa que disgregar y repartir esos rasgos que veían en el paciente a través de las diferentes categorías de la patología psiquiátrica. Jamás se les pasó por la mente la posibilidad de que aquello que tenían entre manos fuera una categoría distinta de las conocidas, porque admitir eso ya hubiera sido demasiado. Mis análisis psiquiátricos acerca de esta materia en los últimos años no han tenido demasiado mérito, pues lo único que he hecho es analizar uno de los secretos más clamorosos de la psiquiatría internacional: la existencia de este síndrome y el recurso a sacerdotes de manera extraoficial. Muchos se sorprenden de que esta "patología" la haya tenido que definir un teólogo y no un médico. Pero quizá las cosas debían ser así, puesto que un médico hubiera estado demasiado sujeto a la presión ambiental como para ser objetivo en exceso. Sí, quizá tenía que ser alguien ajeno al sistema, no sujeto a las autorrestricciones que impone la verdad oficial, el que tuviera que descubrir lo que estaba sucediendo en el mundo psiquiátrico. El clamor de lo que estaba sucediendo no radicaba en el número de casos, sino en la verificabilidad de su singularidad y en la objetividad de su curación definitiva por medios tan poco ortodoxos. Acabo reiterando mi confianza en que los próximos años traigan nuevos estudios que ofrezcan más luz sobre lo que aquí he expuesto.
Edad Media: epilepsia y posesión.
Puesto que siempre que se habla de posesión, lo primero que viene a la cabeza de todos es que siempre se confundió a lo largo de la historia con la epilepsia, diremos también algo sobre ello. En las convulsiones del gran mal de la epilepsia puede aparecer espuma por la boca, y las pupilas pueden volverse hacia arriba apareciendo los ojos en blanco, sin embargo, es imprescindible insistir en que se pierde la conciencia, y que el único sonido que puede aparecer en esos momentos puede ser tan sólo un ruido efecto del espasmo de la glotis. Este hecho es relevante, porque aunque se da por sentado que en la Edad Media se confundía epilepsia con posesión, la abundante literatura sobre este síndrome siempre deja constancia de las conversaciones de la segunda personalidad durante las crisis de furia. Este hecho indica que aquellos hombres medievales estaban presenciando este síndrome aquí descrito, y no las otras enfermedades a las que de un modo simplificador suelen referirse los psiquiatras al comentar hechos referidos por cronistas medievales, por otro lado someramente conocidos por los comentadores médicos. El análisis profundo de los cientos de casos de siglos pasados, coincidentes todos ellos en sus rasgos, incluso accidentales, y contrastado con los casos actuales, nos lleva a la conclusión de que esos hombres de épocas pasadas están refiriendo un único tipo de síndrome perfectamente perfilado en sus características. Además, aunque la posesión es un fenómeno que siempre asociamos con la época medieval, los casos registrados por los cronistas no son más numerosos en esa época que en el siglo XVIII o XIX. Los espasmos musculares agudos de la epilepsia nunca llegan a ser tan prolongados como los de la posesión. En la posesión esta fase de agitación puede prolongarse a intervalos durante tres horas o más. Además las crisis de violencia durante los exorcismos no tienen nada que ver con las distintas fases tónicas y clónicas de la epilepsia. En los exorcismos, en el poseso se da una evolución lenta tendente a la contracción de los músculos, pero no como un proceso hacia la pérdida de la conciencia, sino (como ya se ha dicho antes) de un modo que es como si una conciencia diferente fuera emergiendo del poseso. Es cierto que las convulsiones de la posesión tendrían alguna apariencia similar en algún momento con las convulsiones del gran mal de la epilepsia. Sin embargo, en la posesión junto a las convulsiones aparece una nueva identidad. Y eso sí que ya no puede concurrir, la crisis de convulsiones de la epilepsia y al mismo tiempo un desorden de disociación de la identidad. No niego que en algún enfermo puedan coexistir las dos patologías (epilepsia y mero trastorno de la personalidad), pero no es posible que se manifiesten las dos en ese mismo momento. Porque la fase convulsiva de la epilepsia arrebata la conciencia que da capacidad poder mantener esos diálogos. En fin, he querido dejar claro esto porque todo el mundo da por sentado que en la Edad Media se confundía epilepsia con posesión. Afirmar eso demuestra un perfecto desconocimiento del tema ya que la epilepsia está perfectamente determinada en sus síntomas desde la época Clásica. Y en la Edad Media se siguió distinguiendo perfectamente entre epilepsia y posesión, por las razones antes señaladas.
Puesto que siempre que se habla de posesión, lo primero que viene a la cabeza de todos es que siempre se confundió a lo largo de la historia con la epilepsia, diremos también algo sobre ello. En las convulsiones del gran mal de la epilepsia puede aparecer espuma por la boca, y las pupilas pueden volverse hacia arriba apareciendo los ojos en blanco, sin embargo, es imprescindible insistir en que se pierde la conciencia, y que el único sonido que puede aparecer en esos momentos puede ser tan sólo un ruido efecto del espasmo de la glotis. Este hecho es relevante, porque aunque se da por sentado que en la Edad Media se confundía epilepsia con posesión, la abundante literatura sobre este síndrome siempre deja constancia de las conversaciones de la segunda personalidad durante las crisis de furia. Este hecho indica que aquellos hombres medievales estaban presenciando este síndrome aquí descrito, y no las otras enfermedades a las que de un modo simplificador suelen referirse los psiquiatras al comentar hechos referidos por cronistas medievales, por otro lado someramente conocidos por los comentadores médicos. El análisis profundo de los cientos de casos de siglos pasados, coincidentes todos ellos en sus rasgos, incluso accidentales, y contrastado con los casos actuales, nos lleva a la conclusión de que esos hombres de épocas pasadas están refiriendo un único tipo de síndrome perfectamente perfilado en sus características. Además, aunque la posesión es un fenómeno que siempre asociamos con la época medieval, los casos registrados por los cronistas no son más numerosos en esa época que en el siglo XVIII o XIX. Los espasmos musculares agudos de la epilepsia nunca llegan a ser tan prolongados como los de la posesión. En la posesión esta fase de agitación puede prolongarse a intervalos durante tres horas o más. Además las crisis de violencia durante los exorcismos no tienen nada que ver con las distintas fases tónicas y clónicas de la epilepsia. En los exorcismos, en el poseso se da una evolución lenta tendente a la contracción de los músculos, pero no como un proceso hacia la pérdida de la conciencia, sino (como ya se ha dicho antes) de un modo que es como si una conciencia diferente fuera emergiendo del poseso. Es cierto que las convulsiones de la posesión tendrían alguna apariencia similar en algún momento con las convulsiones del gran mal de la epilepsia. Sin embargo, en la posesión junto a las convulsiones aparece una nueva identidad. Y eso sí que ya no puede concurrir, la crisis de convulsiones de la epilepsia y al mismo tiempo un desorden de disociación de la identidad. No niego que en algún enfermo puedan coexistir las dos patologías (epilepsia y mero trastorno de la personalidad), pero no es posible que se manifiesten las dos en ese mismo momento. Porque la fase convulsiva de la epilepsia arrebata la conciencia que da capacidad poder mantener esos diálogos. En fin, he querido dejar claro esto porque todo el mundo da por sentado que en la Edad Media se confundía epilepsia con posesión. Afirmar eso demuestra un perfecto desconocimiento del tema ya que la epilepsia está perfectamente determinada en sus síntomas desde la época Clásica. Y en la Edad Media se siguió distinguiendo perfectamente entre epilepsia y posesión, por las razones antes señaladas.
Nuevas líneas de investigación Acerca de la existencia o no del síndrome demonopático de doble de personalidad podemos estar discutiendo y disertando de modo inacabable, pero existe una línea de investigación que probaría de un modo muy objetivo la razonabilidad de su catalogación como patología merecedora de una catalogación específica. El método consistiría en encontrar un caso que, a juicio de los especialistas eclesiásticos, recibiera claramente la calificación de posesión. Y una vez que esa persona fuera previamente analizada por un equipo de psiquiatras, fuese enviada a recibir el rito de exorcismo. De esta manera, el caso habría sido analizado antes, durante y después del exorcismo. Pudiendo evaluar con toda claridad la efectividad o no de dicha actuación exorcística. Esto probaría de modo objetivo y cuantificable si el exorcismo hace algo o nada, si produce una mejora transitoria o definitiva. A esto habría que añadir que el caso que se remitiera al equipo eclesiástico debería haber sido tratado largamente en el tiempo por medios exclusivamente psiquiátricos, preferiblemente durante años para observar la evolución de la patología durante un periodo largo antes del exorcismo. Es decir, debería ser un caso en el que se hubiera intentado ya todo tipo de terapias, y además un caso no contaminado por ninguna intrusión extrapsiquiátrica, es decir, un caso que los psiquiatras remitieran al equipo eclesiástico. Un caso así sería un caso adecuado para probar la veracidad o no de las afirmaciones teológicas y psiquiátricas acerca de la singularidad del síndrome antes descrito.
Como es lógico debería ser un caso en el que hubiera acuerdo entre ambas partes. Unas veces, ante ciertos casos son los teólogos los que dicen que no hay posesión, y otras son los psiquiatras los que dicen que no hay patología alguna. El caso a estudiar debería ser un caso en el que ambos equipos estuvieran de acuerdo: unos afirmando que es disociación y los otros (acerca de la misma persona) que es posesión. Los resultados del estudio de un caso así supondrían un paso de gigante hacia la resolución no sólo acerca del tema de su catalogación como patología sui generis, sino también acerca de su etiología, evolución y terapias a seguir en el futuro. Y si un sólo caso ofrecería una luz muy reveladora, este método si se extiende a diez o veinte casos, entonces los resultados ofrecerán una luz no ya reveladora, sino incuestionable.
Tengo la esperanza de que la publicación de este trabajo pueda suponer la aparición de casos tratados durante años y que concuerden perfectamente con los criterios diagnósticos dados anteriormente, y cuyos médicos estén dispuestos a iniciar esta nueva línea de investigación. Soy consciente de que muchos equipos psiquiátricos de facultades de medicina serán renuentes a iniciar esta investigación dado que consideran que la posesión no existe de ninguna de las maneras. Pensar así sería un error. Si no existe, probemos de un modo incontestable que no existe. Si la investigación prueba definitivamente la falsedad de los postulados expuestos en este trabajo, la ciencia indudablemente ya habría dado un paso. Descartar también es competencia de la labor científica. Y una investigación en esta línea sería el único modo de probar definitivamente y de un modo inapelable, con todas las garantías de la ciencia psiquiátrica, la falsedad de los postulados que aquí he planteado. En fin, confío que los próximos decenios traigan la luz de la ciencia, que es una luz objetiva y evaluable, en una materia como ésta especialmente compleja.
Nota 1: En esta conferencia todas las citas de páginas están tomadas del DSM-IV en su versión impresa en Estados Unidos, que no coinciden con la versión impresa en español. Asimismo las traducciones han sido tomadas directamente de esa misma versión, de forma que algunas palabras varían con la versión impresa española.
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