martes, 15 de noviembre de 2011

LA FORMACIÓN PERMANENTE DE LOS LAICOS



Todos los cristianos: por el bautismo, estamos llamados a cooperar en algunos aspectos del ejercicio del munus sacerdotal, profético y real de Cristo.

Cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo c. 204; ya que somos un pueblo que: tiene por cabeza a Cristo, por condición, la dignidad y libertad de los hijos de Dios, por ley, el mandato nuevo del amor, como Cristo nos amó, y por fin, dilatar más y más el reino de Dios en la tierra (LG 9).

Todos los fieles según su condición u oficio debemos cooperar a la edificación del Cuerpo de Cristo (c. 208); y todos los fieles debemos esforzarnos según nuestra propia condición, por llevar una vida santa, así como por incrementar la Iglesia y promover su continua santificación (c. 210, 204 y 208).

Los fieles laicos, dentro del grupo de los fieles, nos distinguimos por la nota de la secularidad, ya que no somos ni sacerdotes, ni miembros de institutos de vida consagrada o sociedades de vida apostólica. Nosotros, como miembros de pleno derecho del Pueblo de Dios, tenemos principalmente tareas específicas que cumplir en la misión eclesial de salvación; vivimos en el siglo (…). Allí estamos llamados por Dios a cumplir con nuestro propio cometido, guiándonos por el espíritu evangélico, de modo que, a modo de levadura, contribuyamos como desde dentro a la santificación del mundo y, de este modo, hagamos a Cristo visible a los demás (LG. 3).

El apostolado de los laicos es participación en la misión salvífica de la Iglesia: a cuyo apostolado todos están llamados por el mismo Señor, en razón del bautismo y de la confirmación (…). Los laicos, la ejercemos, particularmente, haciendo presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ésta no puede ser sal de la tierra si no es a través de nosotros. Así pues, todo laico, por los mismos dones que le han sido conferidos, se convierte en testigo e instrumento vivo de la misión de la misma Iglesia (LG. 33).

Por tanto, los laicos somos también responsables del fin común, de orden sobrenatural, de toda la Iglesia: como laicos estamos llamados a santificar el orden temporal, las estructuras temporales, de modo que ésta es nuestra función específica en la Iglesia (c. 225 &2). Los laicos somos aquellos cuya misión específica se ejerce en el mundo, en el interior de las realidades terrenas. Esta es una enseñanza que ha sido reafirmada por los Papas: Los laicos, cuya vocación específica los sitúa en el corazón del mundo y a la cabeza de las tareas temporales más variadas, deben ejercer por eso mismo una forma singular de evangelización (EN 70). Su vocación específica y su misión es la de expresar el Evangelio en sus vidas y de ese modo insertar el Evangelio como una levadura en la realidad del mundo en el que viven y trabajan, como recordaba Juan Pablo II en su homilía sobre los laicos (1/X/79). O como proclamaba San José María Escrivá de Balaguer, en repetidas ocasiones.

El peligro que afrontamos:
Es verdad que la Iglesia reconoce el derecho y el deber de todos los fieles laicos de la legítima libertad de acción de los bautizados, junto a su responsabilidad, pero también es consciente de que: "… queda un peligro. El arte del apostolado es arriesgado. La solicitud por acercarse a los hermanos no debe traducirse en una disminución de la verdad… Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol. Y sólo el que vive con plenitud la vocación cristiana puede estar inmunizado de los errores con los que se pone en contacto", como ya advertía el Papa Pablo VI.

Es un hecho palpable el que sufrimos de insuficiencia doctrinal, que los mismos Cristianos desconocemos la verdad sobre nuestra identidad y trascendencia; por eso es necesario conocer la Verdad, amarla, servirla, y además, darla a conocer a los demás. Eclesiástico IV, 33: "Lucha por la Verdad hasta la muerte y el Señor Dios combatirá por ti".

La labor a realizar:
Como laicos no podemos permitir que el error se extienda impunemente. Por eso, es necesario que profundicemos en la Doctrina de la Iglesia, para poder difundirla con fidelidad y así poder cumplir con nuestros deberes cristianos y ciudadanos como Dios quiere que lo hagamos. Para ello, debemos conocer las normas objetivas sobre el matrimonio, la familia, la enseñanza, el trabajo, la economía, etc., para tener nociones claras sobre las exigencias del Reino de Dios en el mundo.

Debemos luchar por re-cristianizar a las personas que nos rodean, las costumbres de la sociedad donde vivimos y las instituciones a las que pertenecemos. Es momento de actuar, de orar, de ser fieles, de empañarnos, de mortificarnos y sacrificarnos por nuestra Iglesia. Y sólo la doctrina de la Iglesia es la que puede iluminar nuestro camino y fortalecer nuestra voluntad.

Si buscamos la verdad sobre el hombre y el sentido de su existencia, debemos amar profundamente la doctrina de la Iglesia y serle fiel. Con la convicción de que la Iglesia ha sido fundada por Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que ha venido a salvarnos, y que ha sido guiada amorosamente por el Espíritu Santo desde Pentecostés con éste mismo fin: nuestra felicidad eterna. Por eso, es momento de que demos una respuesta responsable a todo ese amor que hemos recibido.

Es vocación de todos los cristianos servir a la Verdad para poder operar la conversión de la sociedad. La verdad no se difunde por sí sola, por su propia fuerza. Aprendamos del modo como los errores modernos se propagan: se habla de ellos y tienen fieles y apasionados servidores, aunque sean ignorantes y no sepan realmente lo que dicen y defienden.

Nosotros como hijos de Dios, y por esa misma dignidad, no podemos darnos el lujo de ser radicales ignorantes, tenemos una responsabilidad y una labor que cumplir: hacer apostolado de amor bien formados, con entusiasmo, tenacidad, prestancia y decisión. Pues quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la Palabra de Dios vivo (1 Petr. 1, 23), no de la carne sino del agua y del Espíritu Santo (Io 3, 5-6), pasan, finalmente, a constituir un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición () que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios (1 Petr 2, 9-10) (LG 9).

Consecuencias:
Pío XII recordaba que: "de la forma dada a la sociedad, conforme o no a las leyes divinas, depende y se deriva el bien o el mal de las almas". No podemos ver como más seres humanos se deshumanizan, pierden su dignidad y pierden el sentido profundo de su vida. Por este camino llegaremos a la barbarie, que no es tan ajena a la naturaleza humana que busca satisfacer su necesidad de Dios con realidades incapaces de satisfacerla, y que por eso, el deseo de querer más nunca es satisfecho, llenando sus almas de avaricia, coraje, tristeza y/o insatisfacción.

Si cada uno de nosotros nos esforzamos y comprometemos en nuestra santidad y en la santidad de quienes nos rodean, la sociedad se transformará en más justa: pues en cada organización social habrá personas que con su sabiduría y caridad serán capaces de hacer de este mundo un lugar mejor, más humano y agradable para vivir.

Todos estamos llamados a la santidad c. 210, lo que excluye un enfoque minimalista o reduccionista respecto de la necesidad de aspirar a la plenitud de la vida cristiana. Todos los fieles, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre (LG 11). El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuera su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador: “Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48) (…). Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena (LG 40); que requiere una formación continua de todos los fieles. Nosotros los cristianos tenemos la ventaja de poseer la verdad y la verdad seduce, pero hay que conocerla para poder vivirla.

Una invitación a la formación:
Por todo esto, te invitamos a que te formes, a que gracias a tu esfuerzo y reflexiones personales, enriquezcas algún grupo de formación y de éste modo rescates el sentido de comunidad que somos los cristianos; pues no somos seres aislados, estamos llenos de la vida comunitaria del mismo Dios y estamos llamados a hacerla visible aquí en la tierra.

La formación produce personas:
- Inteligentes, capaces de pensar, reflexionar, analizar y discutir sus puntos de vista y con suficiente humildad para reconocer si están equivocados y con suficiente voluntad para reconducir su vida.
- Que capaces de hacer y ser nuevos y mejores amigos, pues son personas preocupadas por su mejora personal, pero con vistas a una mayor irradiación del Espíritu Divino de justicia y amor hacia quienes les rodean.
- Que no se conforman, que quieren dar un sentido trascendente a su vida, que desean ser un bien para los demás seres humanos - que comparten la misma dignidad del espíritu divino que los sostiene -, para que la Verdad que nos ha traído Cristo les aproveche también para su salvación y para hacer una sociedad más civilizada.
- Que quieren hacer parte de su existencia: ser un bien para todo aquel que los trate; y que desean descubrirles, con su testimonio de vida y su palabra sabia, la voluntad de Dios, haciendo de toda oportunidad de encuentro interpersonal oportunidad de dialogo.
- Que quieren ser personas de principios, que quieren convertirse en pilares de la sociedad en la que viven, por su lucha personal por ser mejores y apegarse a los verdaderos valores que les dignifican. Personas con un sentido agudo de lo esencial y con un sentido de la justa jerarquía de valores, guían su propia vida, la de su familia, la de sus amigos y compañeros, e incluso de quienes sin conocerlos atraen por su testimonio de vida.
- Que están conscientes de la importancia de la educación continua para el perfeccionamiento de su personalidad.
- Que con inteligencia, caridad y fortaleza son capaces de luchar porque la verdad se propague, pero sin obstinación, rencor o vanidad, pues hay que convencer más que triunfar sobre el otro.
- Que desea respetar las opiniones de los demás, son capaces de enriquecerse con ellas, y al mismo tiempo, tiene claro lo que no es opinable, pues conocen el fundamento de su fe y son capaces de actuar con caridad.
- Que no les importa ser una minoría, es más que están orgullosos de su identidad cristiana y la aman y defienden, además de saberse acompañados siempre por Jesús que dijo: "Cuando os reunáis dos o tres en mi nombre, Yo estaré entre vosotros"
- Que están dispuestas a esforzarse por entender y profundizar en su fe pues, no existen medios fáciles para aprender las cosas difíciles. Solo hay un método: ponerse a trabajar con entusiasmo.
- Que están dispuestas a trabajar por el reino de los Cielos en todo momento y lugar.
- Que poseen una vida espiritual profunda, que son capaces de vivir contemplando a Dios en lo cotidiano de la vida diaria. Pero también, capaces de actuar, pues saben que ante los males que nos aquejan no es lícito permanecer ociosos; y que para poder actuar lo justo, lo proporcionado y con sentido cristiano es necesario conocer lo que un cristiano debe hacer a semejanza de su maestro Jesús.
- Que no se lamentan de la situación actual, sino que son capaces de actuar con fe en Dios, con alegría y amor, lo que sólo se logra gracias a la vida cristiana en los sacramentos, la oración continua, la meditación continua de la palabra de Dios, de la formación cristiana, de la concientización sobre la problemática actual, del sacrificio diario, que solo hace quien está bien formado.
- Que quieren ser signos de esperanza en los nuevos tiempos, en la nueva época, que ahora comienza con nosotros y para quienes nos sobrevivan en el futuro.

¡¡Por eso, te invito a que te formes bien, con responsabilidad, la Iglesia te necesita más santo y más preparado!!

Blanca Mijares

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