“El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas, al tomar las lámparas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas”. (Mt 25, 1-3)
A la hora de nuestra muerte seremos examinados sobre el amor y sólo sobre el amor. Esta realidad la solemos olvidar. Unos porque piensan, quizá, que pueden estar tranquilos porque hay otras cosas que hacen más o menos bien -como la asistencia a misa-. Otros pensando que no faltará quien interceda por ellos, quizá miembros de la propia familia que sí viven una estrecha y verdadera relación con Dios. Incluso los hay - cada vez más - que creen que el cielo, si existe, está abierto a todos, al margen de sus obras. Sin embargo, ninguna de estas tres posturas es la correcta, pues aunque fuéramos amigos, hijos o hermanos de santos, cada uno deberá dar cuenta a Dios por sus obras. Dios nos va a juzgar - con misericordia, pero nos va a juzgar - por nuestras propias obras. Más aún, los ejemplos buenos recibidos se volverán contra nosotros, pues ni siquiera habiéndolos tenido hemos sido capaces de convertirnos, de imitar a aquellos que nos los han dado. La palabra de vida de esta semana nos invita, pues, a analizar esos buenos ejemplos y a examinar si estamos a la altura de aquellos que nos los han dado. ¿Se sentirían nuestros padres orgullosos de nuestra forma de vivir la fe? Ellos tuvieron sus propios problemas, quizá más graves que los nuestros y, sin embargo, fueron ejemplares en su conducta. ¿Y nosotros?. Lo mismo podemos decir en cuanto a la pertenencia al movimiento, grupo o parroquia. ¿Sacamos partido a los dones que nos están dado? ¿Somos conscientes de que otros no han tenido nuestras oportunidades y quizá consiguen mejores resultados?
Santiago Martín
No hay comentarios:
Publicar un comentario