jueves, 6 de octubre de 2011

VALOR DE LA FE



Es mucho lo que se ha escrito acerca del valor de la fe y en general sobre el tema de la fe.

De las tres virtudes teologales, podríamos pensar que la más importante es la fe, pues ella es la primera que se enuncia y ello es cierto y no lo es. En la Summa teológica Santo Tomás de Aquino, se ocupa de este tema (I-II 62,4) y partiendo del principio básico que nos dice que: La raíz es siempre anterior a aquello que procede de la misma raíz. Nos señala que la Caridad es la raíz de todas las virtudes, de acuerdo con la opinión de San Pablo que nos dice: Radicados y fundados en la caridad. (Ef 3,17) Razón está, por la que la Caridad ha de preceder a todas las demás virtudes. Y es que es más, el día que lleguemos al más allá arriba, solo la caridad (entendida esta como amor Trinitario) será la que perdure eternamente, porque la fe habrá desaparecido al convertirse en evidencia, y la esperanza se habrá realizado al comprobar la existencia del Señor y ver su Rostro. Luego la caridad precede a las otras.

Pero entonces, ¿porque enumeramos, fe esperanza y caridad, y dejamos en tercer lugar a la Caridad? Primeramente y siguiendo a Santo Tomás, porque hay un orden de generación y un orden de perfección. Por supuesto que en razón a la perfección es la Caridad la primera, pero no en orden a la generación. Para que se genere la Caridad es indispensable que antes se haya generado la Fe. Nos dice San Agustín: Uno no puede amar lo que no cree que exista. Pero si cree y ama, obrando bien llega también a esperar”. Luego en orden a su generación, la fe precede a la caridad y la caridad a la esperanza.

Es por ello, que la importancia de la fe la tengamos siempre presente, pues ella es imprescindible para poder llegar al amor al Señor, sencillamente porque nadie ama aquello que cree que no existe. En la epístola a los hebreos se puede leer: Quien quiera que se aproxime a Dios debe de comenzar por creer. (Heb 11,6). El valor de la fe en esta vida, es insustituible. Sin fe nadie puede amar al Señor, y sin amar al Señor es imposible superar la prueba de amor, a la que hemos sido convocados en este mundo. La fe es la primera piedra, el fundamento, el primer paso que hemos de dar para avanzar en el camino de nuestra futura glorificación.
Pero la fe no es una categoría única, en el sentido de que se pueda decir de una persona; tiene fe o no la tiene. La fe admite muchos grados de posesión y fortaleza y en la medida en que nuestra fe sea mayor en su fortaleza, mayor será también nuestra Caridad y subsiguientemente nuestra Esperanza, pues las tres virtudes teologales tienen la particularidad, de que cada una refuerza y aumenta o disminuye a la otra, por lo que las tres aumenten y disminuyen en su intensidad en el alma humana al unísono.

Continuando con la Carta a los hebreos, en ella se dice que: La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve. (Heb 11,1). Pero hay que reconocer, que es muy duro y difícil creer sin ver, máxime cuando lo que se nos pide que creamos, limita nuestros deseos de placer material. Es fácil aceptar que Buenos Aires está en América, aunque nunca hayamos estado allí, porque esta creencia no nos obliga ni condiciona nuestra vida. Nuestra razón inicialmente y sin ninguna meditación o elaboración, nos dice que no creamos en los que no vemos, que solo existe lo que vemos. Pero si profundizamos y elaboramos nuestros juicios, sacamos conclusiones y estas nos aseguran que además del mundo material que vemos y palpamos, existe un mundo invisible y espiritual, que no vemos, pero si palpamos su existencia, desde el momento en que estamos emitiendo juicios, pensamientos, razones e ideas, que indudablemente no pertenecen al mundo material, pero que si existen, desde el momento en que nosotros mismos somos sus creadores y no podemos negar su existencia. Y si también resulta que existe un mundo invisible y espiritual, es porque también además de cuerpo tenemos alma.

Y si resulta que también además de alma, tenemos impulsos y raciocinios que nos inquietan con preguntas transcendentes. Y si tenemos en nuestro ser, estas series de preguntas transcendentes a las que no encontramos respuestas inmediatas a ellas, es el caso de que ellas si tienen respuestas. En el orden materia, podríamos poner el ejemplo de la sed. Si nosotros tenemos sed, es porque el agua existe, es porque hay agua, y si hay agua, hay una fuente que la crea y de donde mana. Y tanto en el orden espiritual como en el de la materia, la fuente de donde mana todo se llama Dios, que es el Ser omnipotente e infinito que a su vez nos creó y nos rige a todos.

Solo con la razón no podemos alcanzar la fe, porque ella se encuentra más allá de la razón, donde la razón termina es donde empieza la fe. Ni la razón está en contra de la fe, ni esta está contra la razón, son los que no acaban de razonar debidamente, los que están en contra de la fe. Donde la razón termina comienza la fe, por ello la razón abre las puertas de la fe, y a través de la razón, se puede y se debe de acceder a la fe. Lo que resulta absurdo es pararse en donde termina la razón y sacralizar esta, creando una ideología llamada racionalismo. Ser racionalista es pararse hasta los límites que le marca esta ideología, cercenarse mentalmente y no avanzar en el descubrimiento de la verdad. El cristiano es quien usando la razón rompe los muros del racionalismo, para llegar a una realidad que es mucho más grande que nuestra propia razón, porque Dios carece de límite alguno.

Dios da el don de la fe a quien se lo pide, a quien humildemente acude a Él, para encontrarle. No se lo dona al soberbio, que cree que él mismo solo se basta con su razón. Slawomir Biela, escribe: Dios no quiere que el orgullo de propietario de la fe constituya nuestro apoyo, sino que aprendamos a apoyarnos en la fe misma, que es sin duda un don suyo, es una gracia concedida gratuitamente que nunca podrá llegar a ser propiedad nuestra. Aunque supuestamente lo sabemos bien, continuamente pisoteamos como puercos las perlas de la fe, considerándonos sus dueños y propietarios.

La vida de la fe es la cosa más extraordinaria que existe en la tierra y ensombrece todos los demás dones obtenidos con anterioridad. Desde el momento en que buscas la fe, es que ya la tienes. Lo dice hermosamente San Agustín: No buscarías a Dios si no lo tuvieras ya”. “Desde el momento en que deseas con toda tu alma la fe, es que ya la tienes”. “La fe es un don, que muchos de nosotros no nos merecemos, ya que algunos los recibimos desde pequeños, mientras que otros han de encontrarlo caminando por la vida. La fe es el mayor regalo que Dios puede hacer al ser humano. La fe es esa fuerza que se adquiere cuando una persona llega a entregarse al Señor nuestro Dios, que por nosotros se crucificó para redimirnos de nuestras miserias".
Para Tomás Mertón: Es absolutamente imposible para nuestras mentes, tener en este mundo una percepción amplia y clara de las cosas de Dios, de cómo son realmente en sí mismas. La experiencia contemplativa de las cosas divinas se alcanza en la oscuridad de la fe pura, en la certeza de que eso no vacila, aunque no pueda aportar ninguna evidencia humana clara en su favor. Esto no puede comprenderse a menos que no recordemos una verdad absolutamente fundamental: Que la eficacia de la meditación, no se logra razonando sino por la fe. Se puede decir sin temor a errar: Que nuestra meditación es tan buena como nuestra fe”. “Solo la fe profunda puede aportar autentica luz espiritual en nuestra vida de oración”.

Pero quizás, en donde más se pone de manifiesto la fortaleza de nuestra fe, es en la adoración eucarística y las luchas que hay que sostener para mantenerse en conseguir una oración de contemplación. Para Carlo Carretto: No hay oración tan difícil como la adoración de la Eucaristía. En ella la naturaleza se rebela con todas sus fuerzas. El hombre preferiría transportar piedras bajo el sol. La sensibilidad, la memoria, la imaginación, todo es mortificado. Solo triunfa la fe; y la fe es dura, oscura, desnuda. Ponerse ante lo que tiene aspecto de pan y decir: Ahí está Cristo vivo y verdadero, es pura fe. Pero nada alimenta más que la fe pura; y la oración de la fe es la verdadera oración”…. La oración es el compendio de nuestra relación con Dios. Podríamos decir que somos lo que oramos. El grado de nuestra fe es el grado de nuestra oración; la fuerza de nuestra esperanza es la fuerza de nuestra oración; el calor de nuestra caridad es el calor de nuestra oración. Ni más ni menos.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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