domingo, 16 de octubre de 2011

TOCA SU CUERPO, PERO NO TOQUES SU ALMA



Creo cien por ciento que el enemigo no puede hacer nada en nuestra vida, sin la voluntad permisiva de Dios.

Y cualquier cosa que el Señor permita que suceda, sea mala o buena, será con el fin de Él glorificarse. Un ejemplo de esto podemos verlo en libro de Job.1:6-22.

Continuando con mi testimonio: mi padre me había llevado a vivir con él y su familia, pero yo no me sentía feliz. Pensaba mucho en mi Mamá ¡Cuánta falta hace una buena madre!.

A veces pensaba: ¡si mi madre pudiera estar conmigo! Pero ella se había ido para Puerto Rico y dentro de mí no tenía ninguna esperanza de volverla a ver. La extrañé mucho y la necesité mucho. Yo deseaba sentir el calor y el apoyo de una madre y aunque estaba con mi madrastra, sabía que ella no era mi madre y que aunque quisiera nunca me iba a querer como a sus propios hijos.

Me sucedieron muchas cosas horribles y sólo la misericordia de Dios me guardó de no tener un ataque al corazón. Recuerdo que muchas veces le lloré amargamente al Señor diciéndole: "Si Tú existes, y si Tú en verdad me amas, por favor llévame contigo, pero ya quítame la vida, no quiero vivir. Pero no había repuesta de parte de Dios. Usted se preguntará ¿cómo es posible que una cristiana se desee la muerte? Yo no era cristiana, sólo me habían llevado a la iglesia y oí hablar de Jesús. Además era una niña de solo 10 años de edad. ¡Pero es muy triste que tan solo con 10 años de edad un(a) niño(a) no quiera vivir!

Un domingo en la noche fui al parque a llamar a mi Mamá a Puerto Rico desde un teléfono publico que había en el parque. En ese tiempo muy pocas personas tenían teléfono en su casa y para hacer una llamada era necesario ir al parque. Esa noche empezó a llover y un joven que vivía cerca de la casa se ofreció en llevarme.

Como estaba lloviendo mucho acepté irme con él, además lo conocía. No pensaba que podía hacerme ningún daño. Él iba con dos amigos más, y estaban tomando refresco y me brindaron a mí. Yo no sé que había en esa bebida, pero si recuerdo que me sentí muy mal, y abusaron de mí. De ahí en adelante mi vida empeoró. Yo tenia 11 años de edad. Era todavía una niña. La situación en la casa de mi papá era cada vez peor y para el colmo, antes de que me sucediera esta tragedia mi papá se había ido a vivir a New York.

Pasaron los días y empecé a sentirme mal físicamente. Me sentía mareada. Me desmayaba frecuentemente en la escuela. Mis compañeros de clases decían que yo estaba embarazada. Para mí era algo imposible. A la edad de 11 años todavía creía que de verdad los niños los traían las cigüeña. Mi maestra se enteró de los comentarios y habló conmigo. Yo traté de explicarle lo que me había sucedido en el carro aquella noche.

La profesora prometió ayudarme y me llevó al hospital para que una doctora amiga de ella pudiera examinarme. Me hicieron una prueba de embarazo pero según la profesora el resultado fue negativo. Lo extraño de todo es que la doctora le dio una receta a la profesora y ella me compró una medicina y me dijo que tenia que ponerme una inyección de vitamina, y encarecidamente me decía que no dejara de ponérmela.

Sucedieron muchas cosas extrañas que nunca pude entender, como por ejemplo ¿por qué en vez de la profesora hablar con mi familia se quedó callada y quiso ayudarme secretamente?

Mi angustia mayor era no saber como ir al hospital a ponerme la inyección. Casi no tenia permiso para salir a menos que no sea para ir a la escuela. Pero gracias a Dios, yo tenía una prima que también vivía en la casa de mi papá, ella es cristiana y sabia poner inyecciones. Hablé con ella y le dije todo lo que me había sucedido. Ella se compadeció de mí y me ayudó para que pudiera ir al hospital sin que mi madrastra sospechara nada. Mi prima no quiso ponerme la inyección porque en realidad ella no sabía para que me la habían recetado y no quería correr ningún riesgo. Yo le tenia miedo a las inyecciones pero nunca imaginé que esa inyección por poco me cuesta la vida.

Cuando llegué al hospital, la doctora no me quiso poner la inyección, sino que le ordenó a una enfermera que me la pusiera. La enfermera me dijo: «Muchacha dale gracias a Dios que esta inyección es de agua y no de aceite». Yo no entendí lo que ella quería decirme con eso. Aquella inyección era tan fuerte que tenía que ser puesta por las pompis, pero la enfermera me la puso en el brazo izquierdo.

Yo sentí que me habían arrancado el brazo a sangre fría. No hay palabras humanas para describir aquel dolor tan inmenso. Al salir del hospital, ya mi brazo estaba casi inmóvil, parecía que habían puesto quintales de cementos encima de él. Recuerdo que iba llorando por todo el camino y no hubo nadie que se compadeciera de mí.

Esa inyección por poco me quita la vida. Pero desde el vientre de mi madre Dios dijo: ¡VIVE!, y si Él dio la orden de que yo viviera, ningún diablo derrotado me podía quitar la vida, aunque me hayan vendido mil veces a él.

El brazo se hinchó fuertemente. No podía moverlo y el dolor cada día era más insoportable. Aun así tenía que disimular que todo estaba bien para que la esposa de mi papá no sospechara de nada. Después me empezó a dar fiebres muy altas. Todo mi cuerpo temblaba como gelatina y sentía que algo se estaba desprendiendo de mi vientre. Gracias le doy a Dios por mi prima porque en todo momento ella se mantuvo orando por mí, incluso muchas veces se levantaba de madrugadas para ponerme paños fríos, y así tratar de que la fiebre reduciera un poco. Pero creo que lo que más me ayudó fueron su oraciones.

En esos días fui a visitar a mis abuelos de partes de padre por dos semanas, pero mi salud estaba empeorando, y días después tuve una fuerte hemorragia de sangre que me duró 9 días. Nadie se dio cuenta, pero esta niña de sólo 11 años de edad se estaba muriendo. Pero sé que había algo o alguien que me estaba ayudando para mantenerme viva.

Un día leyendo la Biblia me encontré con un pasaje bíblico que decía: Y en cuanto a tu nacimiento, el día que naciste no fue cortado tu ombligo, ni fuiste lavada con aguas para limpiarte, ni salada con sal, ni fuiste envuelta con fajas. No hubo ojo que se compadeciese de ti para hacerte algo de esto, teniendo de ti misericordia; sino que fuiste arrojada sobre la faz del campo, con menosprecio de tu vida, en el día que naciste. Yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres, y cuando estabas en tus sangre te dije: ¡Vive!” Ezequiel.16 :4-6.

Cuando leí ese pasaje bíblico mi alma se derramó en llanto, porque sentía en los más profundo de mi ser que Dios estaba hablando a mi vida en ese momento.

Pasada dos semanas regresé a casa de mi madrastra. Y un día me encontré con el muchacho que me había hecho daño. Él me amenazó y me dijo que si yo lo acusaba de algo me iba matar, sacó una navaja y la puso en mi cuello, pero yo no sentí frió ni calor, no me asusté, creo que para mi vivir o morir me daba igual.

Yo me encontraba viviendo un infierno. A los poco días mi familia se enteró de lo ocurrido. Ellos no supieron en ese momento que me habían violado, sino que pensaron que fue algo que quise hacer por mi propia voluntad. La verdad de lo que pasó no podía decirla por causa de la amenaza que me habían hecho.

Recuerdo que mi abuelo se enfureció tanto que me dijo cosas horribles, sus ojos estaban rojos como un tomate, en su semblante había tanto odio, era como si quisiese cogérme y destruirme, pero sé que no era mi abuelo que lo quería hacer, sino quién estaba en él.

Todos los días mi abuelo iba a casa de mi madrastra a insultarme, y cada palabra que salía de su boca era como un cuchillo que atravesaba mi alma.

Mi familia decidió ir a la capital a la Secretaría de Educación para denunciar a la profesora por haberse quedado callada. En ese lugar levantaron un expediente para averiguar los hechos ocurridos. Mi hicieron un sin numero de preguntas tan intimas que yo no sabía responder. Luego nos enviaron a la Oficina de la Regional. Ahí fue terrible, me hicieron mucho más preguntas que en la primera oficina. Recibí tantas presiones que me quedé afónica sin poder hablar.

A los pocos días se supo el resultado de las decisiones que habían tomado en la Secretaría de Educación y en la Regional. La profesora negó todo lo que había pasado. Dijo que solo intento ayudarme. A mí me despidieron de la escuela y perdí el año escolar, aunque eso era lo de menos porque ya había perdido el deseo de vivir. El enemigo había conseguido destruir mis emociones, destruir mi cuerpo y ahora quería destruir mi alma.

Una mañana me encontraba sola en la casa de mi papá y oí claramente una voz que me dijo: Sandy en la habitación de tu madrastra hay un cloro y un desrizador, haz una mezcla de eso y bébetelo. Yo no sabía que ese cloro y ese desrizador estaban ahí pero cuando fui a buscarlo lo encontré. Mezclé el cloro con el desrizador pero al instante de tomarlo, otra voz muy suave habló a mi corazón y me dijo: Échale leche a esa tasa”. Yo terminé de llenar la taza de leche en la cual tenia la mezcla de cloro y desrizador y me lo tomé.

Al instante de tomarlo sentí como si una mano se hubiera introducido en mi estomago haciéndome vomitar aquel veneno. También la leche me ayudó mucho, pues evitó que mi estomago sufriera daños mayores. Yo no podía distinguir entre la voz de Dios, ni la voz de Satanás, pero lo que si sé es que esa voz que habló a mi corazón diciéndome que le echara leche a la taza me salvó la vida. El Señor le permitió al enemigo tocar mi cuerpo y mis emociones, pero estoy segura que le advirtió que no tocara mi alma.

Al ver que seguía viva me decepcioné porque en realidad no encontraba una razón para vivir. Cumplí 12 años de edad y me sentía de cien años. En medio de la soledad en la que me encontraba, Dios permitió que conociera a dos muchachas las cuales fueron para mí más que hermanas y amigas. Ellas fueron mis paños de lagrimas. Eran como dos ángeles enviados del cielo. En ellas encontré el apoyo y el cariño que necesitaba. ¿Que haríamos sin los amigos?, ellos son un verdadero regalo de Dios.

Proverbio 18 :24 dice: El hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unido que un hermano.

Mis amigas y yo nos separamos porque me mandaron a vivir a Nagua a casa de mi mamá. Allá nadie sabia nada de mi vida. Pero no era fácil para mi tratar de empezar una nueva vida con una familia que apenas conocía, además no tenía amigas y me sentía muy extraña en ese lugar.

En la casa de mi mamá vivía su familia completa. Sus padres, dos hermanos, y tres hijos más que tenia mi mamá. Quisiera decir lo contrario, pero lamentablemente allí también sufrí mucho. ¡Me sentía tan desesperada!, el vacío dentro de mí era tan grande que ni todas las aguas del inmenso mar podían llenarlo y en medio de la desesperación intente suicidarme con 70 pastillas.

A la media noche aquellas pastillas comenzaron hacerme efecto, y sentía que me estaba muriendo. En medio de la agonía y de sentir la muerte tan cerca de mí me acordé que los que se suicidaban no entraban al reino de los cielos, y fue entonces cuando clamé al Señor y le dije: Dios mío me estoy muriendo. ¡Ayúdame! Yo no me quiero morir, pero no encuentro una razón para vivir”. ¡Dios escuchó mi clamor! Un corazón contrito y humillado no despreciaras tu, oh Dios. Salmos 51:17.

En medio de la agonía vi a un personaje bien alto y fuerte que se paró frente a mi cama, y me decía: No cierres los ojos, mantenlos abiertos, lucha”. Hubo un momento donde no pude mantenerme despierta y sentí que algo salió de mi cuerpo, mi alma había salido y iba volando hacia arriba, pero oí una voz muy fuerte que dijo: “¡Regrésala!” Volví al cuerpo y aquel personaje permanecía allí, y solo oía cuando me repetía una y otra vez: “¡No te puedes dormir, si te duermes te mueres!”. El Señor me había enviado a un ángel y estuvo conmigo hasta el amanecer.

En la mañana temprano mi abuela me encontró casi desmayada y empezó a pedir ayuda. En ese momento llegó uno de mis hermanos y ella le dijo: por favor llévala al hospital, se está muriendo. Mi hermano le contestó:yo no la voy a llevar al hospital, y si ella se tomó esas pastillas para suicidarse, entonces que se muera.

Pero Dios no me dejó sola. En ese mismo instante en otro lugar había una señora vendiendo números de loterías y ella dice que mientras iba vendiendo los números, había una voz que le decía en la mente: Ve a la casa de Sandy, corre a su casa. La señora dice que la voz era tan insistente que ella dejó la rifa de lotería y fue a la casa. Cuando ella llego me encontró casi desmayada. Me levantó y buscó un vehículo para llevarme al hospital. Esa mujer no era cristiana, y se dejó usar por Dios. El Señor usa a quién Él quiere y como Él quiere. Si Dios usó a una burra para hablarle a un profeta ¡cuánto más no usará a un ser humano para Él glorificarse!.

Cuando llegué al hospital me examinaron y los doctores dijeron que no era necesario hacerme un lavado de estomago porque las patillas habían hecho su efecto, pero que estaba viva por un milagro. ¡Ese doctor tenia razón! Yo estaba viva de milagros. Me dejaron en reposo y mientras descansaba entró a la habitación un doctor, digo que era doctor porque tenía una túnica blanca, y me dijo: No te suicides, porque Dios te ama. Esas palabras penetraron hasta lo profundo de mis entrañas y también de mi corazón.

Hebreo 4:12 dice, que la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el Espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

Salí del hospital, pero nada en mí había cambiado. Aquel vacío permanecía en mi haciéndose cada vez más profundo. Caí en una depresión profunda en la cual escuchaba una voz que insistentemente me decía: ¡Suicídate! Pero aparte de esa voz que me decía en la mente que me suicidara, también sentía en mi corazón como si una voz me hablara, era una voz suave y dulce que empezó hablarme y me dijo: Sandy ¿por qué antes de querer suicidarte no pruebas a Jesucristo? ¡Pruébalo y verás que te dará resultado! Me dije a mí misma: “¡Es cierto!, lo voy a probar y me voy a convertir a Él”.

Quiero recordarles que yo no era cristiana, aunque me habían llevado a la iglesia cuando estaba pequeña, aun no había aceptado al Señor, y si Él me había ayudado hasta ese momento era por misericordia y porque desde el vientre de mi madre, el Señor tenia planes con mi vida. Y un diablo derrotado no iba a estorbar los propósito que Dios tenia conmigo.

Muchos se preguntaran: ¿por qué ella no aceptaba al Señor si Él la había librado de la muerte?. Yo creo que el trato de Dios con cada persona tiene su hora. Por mi mente no pasaba la idea de aceptar al Señor, era como si mi entendimiento estuviera cegado, y no fue abierto hasta aquella tarde que el Espíritu Santo trató conmigo. Cuando me dijeron que probara a Cristo, yo sentí que mi entendimiento fue abierto. Sentí como si acababa de descubrir un gran tesoro.

Esa tarde me fui a la iglesia con mi hermano mayor que había aceptado al Señor Jesús como su salvador. Esa noche acepté a Jesús como mi único y verdadero Salvador. Instantáneamente sentí que algo en mi vida cambio. Recibí un gozo muy grande. Desapareció el deseo de quererme morir. Me sentía la joven más feliz del mundo. Los hermanos de la iglesia me abrazaron y me hicieron sentir que eran mi verdadera familia. El pastor y su esposa me dijeron que los vea como mis padres. ¡Yo no podía entender como estas personas podían amarme sin conocerme!

Empecé a ir a los servicios de la iglesia todos los días. Participaba en los retiros y también me iba con los hermanos de la iglesia a dar literatura bíblica a la calle. Muchas veces en la noche amanecía orando. ¡Quería leer la Biblia en un día! Puedo compararlo como una luna de miel con el Señor. Sentía hambre de Dios, y quería conocerle más y más.

Yo me sentía feliz porque no tenia prueba ni tristeza. Todo era gozo con el Señor, hasta que un día oí decir que el cristiano que no tenia prueba debía examinarse porque de lo contrario algo andaba mal en su vida.

Yo me entristecí mucho porque pensé que al no tener ninguna prueba significaba que El Señor Jesús no me había aceptado como su hija. Días y noche le preguntaba al Señor: ¿Señor, Tú me habrás aceptado como tu hija?. Pero lo que sucedía conmigo era que el Señor me estaba dando un refrigerio. Me estaba recompensando por todas las cosas que había sufrido, y a la misma vez me estaba preparando para las cosas terribles que estaban a punto de suceder.

Yo había aceptado a Jesús, pero Satanás no estaba dispuesto a darse por vencido.

El problema grande era que yo le pertenecía a Cristo, pero a la misma vez con mi vida habían hecho un pacto con Satanás, y él no estaba dispuesto a perder.

A los tres meses de haberme convertido al Señor Jesucristo me bautizaron en las aguas y poco tiempo después comenzaron otra vez los ataques satánicos, pero ahora todo era diferente. Yo no estaba sola. El Señor y el Espíritu Santo estaban conmigo, y mucha gente estaban orando por mí.

Sandy Bergman

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