sábado, 15 de octubre de 2011

MANDAMIENTOS, GRACIAS DIVINA Y SACRAMENTOS



Hay quienes piensan, que cumpliendo con los diez mandamientos de la ley de Dios, uno se salva.

Y en principio y prescindiendo de otras consideraciones muy importantes a este respecto, esto podría ser así, y lo es siempre y cuando se tenga en cuenta una serie de peros a considerar. Como sabemos el amor es el todo en la vida espiritual y lo es porque la esencia de Dios, tal como reiteradamente nos dice San Juan es el amor. Dios es amor, y el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él”. (1Jn 4,16). Y por ello lo primero de todo, es considerar que es indispensable que el cumplimiento de los mandamientos se realice en función del amor a Dios: ¡Claro que también es de pensar!, que no resulta posible un correcto cumplimiento de los Mandamientos al margen del amor a Dios, pues no hay nada más que leer el primero de todos los mandamientos, para comprender esto.

Cumplir los mandamientos del Señor, es amarle a Él, y el que le ama, se salva, Y esto lo pone claramente de manifiesto el Señor, según se recoge en el Evangelio de San Juan: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él (Jn 14,21). Es decir, para San Juan, guardar la palabra de Dios y permanecer en ella, es ser introducido ya en el movimiento trinitario de amor, que une al Padre al Hijo y al Espíritu Santo. Y esta introducción, desde luego significa la salvación de todo aquel que por razón de amor sea aceptado por el Señor.

Otro pero a considerar, es el de que, para cumplimentar los Mandamientos, solos no podemos con nuestras fuerzas, no podemos, es imposible, nos hace falta la ayuda del Señor, es decir la gracia divina. De entrada pues, vamos a tratar del tema de la necesaria gracia divina, pues sin ella ni somos nada ni podemos hacer nada, en orden a la salvación de nuestra alma. Muy claramente nos lo dejo dicho el Señor: "Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan”. (Jn 15,5-6). Y en San Mateo podemos leer: Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo: ¡que difícilmente entra un rico en el reino de los cielos! De nuevo os digo: es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos. Oyendo esto, los discípulos se quedaron estupefactos y dijeron: ¿Quién, pues, podrá salvarse? Mirándolos, Jesús les dijo: Para los hombres, imposible, más para Dios todo es posible”. (Mt 19,23-26).

Los dos textos son perfectamente claros, necesitamos la ayuda divina para salvarnos. Y esa ayuda divina es imprescindible, para poder cumplir con los mandamientos. Cumplimentar los mandamientos de la Ley de Dios, es prácticamente imposible sin la ayuda divina. Y esa ayuda divina es la gracia sobrenatural. El ser humano, puede realizar dos clases de actos diferentes en cuanto a su naturaleza; ellos pueden ser de carácter natural o sobrenatural. La pregunta que nos podemos formular, es la de saber si la gracia divina es necesaria para ambas clases de actos. Hay que responder afirmativamente, si bien tal como algunos teólogos distinguen, en distinto grado y medida.

En los primeros siglos, concretamente en el siglo V, uno de los errores de Pelagio fue precisamente, el de afirmar que eran suficientes las fuerzas naturales, en orden a alcanzar la vida eterna, es decir negaba la necesidad de la gracia divina para alcanzar la vida eterna, bastando solo el esfuerzo personal, lo cual está en plena contradicción con los dos textos evangélicos antes reseñados. Una vez que nació la herejía pelagiana, esta fue condenada en muchos concilios, y los Padres, especialmente San Agustín, lucharon denodadamente contra ella. San Agustín, durante casi veinte años, estuvo enseñando en muy diversos libros la necesidad de la gracia interna en orden a los actos necesarios pata nuestra santificación.

Con respecto a los actos puramente naturales, cualquier hombre, sin gracia alguna, puede realizar algunos actos naturalmente honestos; los cuales los ejecuta también a veces, son actos ejecutados por personas carentes de gracia, esto es, sin ningún auxilio indebido a la naturaleza, esto es obrando con las solas fuerzas naturales. Así pues carece, no sólo de la gracia habitual y de la gracia de la fe, sino también de cualesquiera gracias actuales. De donde sus obras buenas no pueden ser saludables, sino que serán puramente naturales, conforme ciertamente a la naturaleza racional en cuanto tal, pero son estériles en orden a la vida eterna. Todos sabemos y posiblemente conocemos alguna persona, no creyente y de una gran bondad natural. Ejemplo de actos de esta naturaleza, lo tenemos en la llamada filantropía, y modernamente en muchos honestos actos que se realizan por muchas personas, carentes de la gracia divina, por no vivir en amistad con el Señor, en las llamadas ONGs. Repetimos, lamentablemente en orden a la adquisición de la vida eterna, estos son siempre actos estériles, por realizarse de espaldas al amor al Señor.

No es el caso de profundizar aquí en el tema de la gracia de su valor y de su necesidad, ni exponer los varados errores y herejías que se han dado sobre este tema a lo largo de la historia, esencialmente por parte de los protestantes, aunque actualmente muchos de ellos, ya han abandonado sus tesis iniciales. Lo que nos interesa es tratar, sobre las fuentes generadoras de la gracia divina para el hombre. Y estas son esencialmente entre otras los sacramentos.

Dentro de una clásica definición se dice que: Los sacramentos son signos sensibles instituidos por nuestro Señor para significar y producir la gracia santificante en el que los recibe dignamente”. De entrada vemos que hay en esta definición tres partes importantes que conviene analizar. Primeramente se dice que se trata de signos sensibles. De acuerdo con la forma en que Dios nos guía hacia Él, y sin olvidar nuestra naturaleza humana, el Señor nos proporciona su gracia invisible a nuestra alma espiritual, por medio de símbolos materiales. Estos signos son los que constituyen la parte material de los sacramentos, por ejemplo el agua en el Bautismo, o los oleos en la Extremaunción.

La segunda parte de la definición nos hace referencia al nacimiento de los sacramentos, señalándose que estos fueron instituidos por Jesucristo. No todos los cristianos se encuentran de acuerdo con esta afirmación católica y las mismas prevenciones que mueven a los protestantes en el examen teológico de las divinas gracias, también las tienen frente a los sacramentos, de los cuales hay algunos que no les reconocen su origen divino y mucho menos reconocen el misterio de la Transubstanciación en le Eucaristía. Jesucristo instituyó los siete sacramentos, y su ascensión a los cielos, puso punto final a la institución de otros sacramentos, por lo que ni el Papa, ni cualquier Concilio, puede crear un nuevo sacramento. Cierto es que el Señor, no especificó en todos sus detalles los siete sacramentos, pero sí dejó a su Iglesia como depositaria y dispensadora de los sacramentos:Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. (Mt 16,18-19).

Y es en la tercera parte de la definición donde se encuentra lo esencia, la esencia de los sacramentos: “…para significar y producir la gracia santificante en el que los recibe dignamente”. "Los sacramentos indudablemente son fuente creadora de gracia, pero hay varias clases de gracias, y entonces cabe preguntarse: ¿Qué clase de gracia producen los sacramentos?”. Lo primero y lo más importante es que generan la gracia santificante. La gracia santificante, recibe también los nombres de gracia habitual o creada. En el Catecismo de la Iglesia católica, en el parágrafo 1.999 podemos leer:La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma, para sanarla del pecado y santificarla: es la gracia santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la obra de la fuente de la obra de santificación. La gracia santificante es la que nos eleva a la vida sobrenatural, a compartir la propia vida del Señor. Santo Tomás de Aquino, decía que: La gracia santificante no es otra cosa que un comienzo de la gloria en nosotros. Para Royo Marín: Dios ama con amor sobrenatural absoluto al hombre que le es grato y caro; pero como el amor de Dios es causa de lo que ama, síguele que tiene que producir, en el hombre que le es de esa manera grato, la razón de esa bondad sobrenatural, es decir, la gracia santificante….

La gracia santificante, como acabamos de ver nos eleva al plano de lo divino, dándonos una participación física y formal de la misma naturaleza divina. Ella es el principio y fundamento de nuestra vida sobrenatural y la que nos hace verdaderamente hijos de Dios. Pero hay que advertir que la gracia santificante no es inmediatamente operativa por sí misma. Se nos da en el orden del ser, no en el de la operación. Es decir, se le da a la persona no a su actividad, que siempre habrá de reflejar la santidad o no, de la persona. Diviniza la esencia misma de nuestra alma como el fuego transforma en sí al hierro incandescente, pero se limita únicamente a eso. La gracia no obra, no hace nada por si misma… Juntamente con ella, con la gracia santificante, Dios infunde siempre en el alma, una serie de energías sobrenaturales, llamadas en teología virtudes o hábitos operativos, capaces de producir los actos sobrenaturales correspondientes a esa vida divina. Tales son las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo a los que hay que añadir el influjo de la gracia actual que los pone sobrenaturalmente en movimiento”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

No hay comentarios:

Publicar un comentario