martes, 11 de octubre de 2011

LA VIRTUD MÁS GRANDE ES EL AMOR



La Fe y la Esperanza se ordenan solamente al hombre; el amor se ordena a Dios; la fe puede mover montañas, el amor crea las montañas, el cielo y la tierra; la fe anima a la criatura para que se esfuerce por alcanzar el paraíso; el amor ruega a Dios que baje con su fuego a la tierra de tal manera que el hombre por el camino de su amor alcance el cielo. La fe dice: sirve, oh hombre, a tu Dios como se debe; el amor: hazte, oh Dios, hombre y sirve al hombre, que te debe mucho de cuanto tiene. La fe dice: llama, oh hombre, a la puerta del cielo para que abran; el amor dice: oh Dios, abate las puertas del cielo para que el hombre lo encuentre abierto. La fe enseña al hombre a morir por el amor de Dios, el amor invita a Dios a que muera por el hombre y al hombre a que muera por su Dios. La fe muestra a Dios de lejos; el amor lleva al hombre a Dios, y el amor hizo a Dios hombre y al hombre Dios.

La fe es tan solo señora, porque reina sólo aquí donde no tenemos ciudadanía permanente, mientras esperamos la futura; el amor es el emperador del cielo y de la tierra. La fe es un campesino; el amor un caballero. La fe es emperatriz de muchas humildes criaturas de aquí abajo; el amor es emperador de los ángeles. La fe domina sobre los siervos; la caridad sobre los hijos amados y los santos.

Considera bien este ejemplo: Si en el sol hubiese un universo como el nuestro, ¿por quién sería alumbrado, calentado, vivificado y regido? Ciertamente que no por sus rayos sino sólo por su esencia, porque el sol contendría en ella todo aquel universo. Efectivamente, el sol ilumina a nuestro mundo, lo calienta, le da vida y lo rige no por si mismo - ya que no puede venir a nosotros - sino por medio de los rayos que nos envía. Y así la razón por la cual el sol hace esto por medio de sus rayos es porque no puede desplazarse hasta nosotros. Esto y mucho más puedes pensar de Dios.

El Padre engendra su rayo de luz como el sol, es decir, el Verbo eterno y esencial. El Padre y el Verbo, como el sol y su rayo, producen un calor esencial: el Espíritu Santo. De este modo este sol divino es poder, luz y fuego; Padre, Hijo y Espíritu Santo; potencia, verdad y amor: un solo Dios y tres personas. Este sol divino todo él es poderoso, todo él resplandeciente, todo él ardiente. No tres potencias sino una, no tres luces sino una, ni tres fuegos sino uno.

De esto, sin embargo, surge una leve duda. Se ha dicho que todos nosotros estamos en Dios y que Dios es amor; puede parecer por consiguiente que todos estamos en el amor y así también, todos estamos en la verdad y todos en la verdadera potencia. Pero tal cosa es falsa porque son pocos los que viven en el amor, y por el contrario muchos los que caminan en el error y en la mentira y muchos son débiles y sometidos a flaquezas.

Empiezo respondiendo con un ejemplo: Muchos peces están al sol, pero cubiertos por el agua no se calientan; muchos ciegos están en la luz y no ven; muchos recipientes contienen alimentos y no los comen. Date cuenta, por tanto, que no es suficiente estar en un lugar para participar de los valores del lugar, si no se tienen las debidas disposiciones. El enfermo come y no le aprovecha; el muerto puesto en el fuego no percibe el calor. Si uno está al sol, pero se hace empapar constantemente con agua muy fría, no sólo no se calentará sino que estará tiritando continuamente.

Así pues, aunque estemos situados en medio del fuego divino, - que no calienta el cuerpo, sino que abrasa el alma -, no recibimos ningún beneficio de este fuego, si no dejamos de arrojar sobre el alma la granizada de la carne, el hielo del mundo, el viento de las tentaciones. Es necesario que apartemos nuestra alma de todo ese frío y entonces nadie habrá que se libre del calor de Dios, como dice el salmista. (Sal 18, 6)" (Beato Juan Domínici, obispo. Libro Del amor de caridad del Cap. 39-40)

El Beato Juan Domínici fue el principal instrumento que Dios para superar el Gran Cisma de Occidente. Les invito a leer su impresionante biografía pulsando AQUI, verán como Dios coge para las grandes obras a siervos inútiles e incapaces. Siervos que en su humildad, saben dejarse transformar por el fuego de Dios.

En la época que le tocó vivir, tres Papas que se reclamaban como cabezas de una Iglesia desorientada. Fue una de las épocas más oscuras y tristes de la Iglesia. Cuando hoy en día alguna persona dice que nuestra época es la peor para la Iglesia, suelo recordar al Beato Juan Domínici y la inmensa labor realizada para que la Iglesia de su tiempo saliera del Cisma.

En este texto, el Beato Juan nos habla del Amor y de todo lo que conquista por si solo. Nos habla de la necesidad de sumergirnos en Él y dejar que Él nos transforme. Nos habla de el fuego que nos transforma, pero que sólo puede actuar si dejamos de arrojar sobre nuestra alma el frío del mundo y el pecado.

Escuchando y leyendo las noticias de la Iglesia, solo puedo pensar en la necesidad de dejarnos de zarandajas y distracciones. Necesitamos la transformación del Amor de Dios. En concreto pienso en la violencia anticristiana de Egipto, que se ha llevado las vidas de 24 inocentes.

No me duele la muerte de estos mártires tanto como el reguero de odio anticristiano que se extiende por el mundo islámico. Me duele el dolor de las familias que han visto morir a sus seres queridos. Me duele la impotencia de vivir en paz el cristianismo en una de las primeras tierras donde se asentó.

Egipto necesita conocer el Amor de Cristo para transformar el odio en Amor y cercanía. Roguemos a Dios para que obre el milagro de la conversión de estas gentes tan necesitadas de Dios.

Néstor Mora Núñez

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