De la misma manera que esta moneda de plata lleva la imagen del César, igualmente nuestra alma es imagen de la Santa Trinidad, según lo que se dice en el salmo: «La luz de tu rostro está impresa en nosotros, Señor» (Salmo LXX). Señor, la luz de tu rostro, es decir, la luz de tu gracia que establece en nosotros tu imagen y nos hace semejantes a ti, está impresa en nosotros, es decir, impresa en nuestra razón, que es el poder más alto de nuestra alma y recibe esta luz de la misma manera que la cera recibe la marca del sello. El rostro de Dios es nuestra razón; porque de la misma manera que se conoce a alguien por su rostro, así conocemos a Dios por el espejo de la razón. Pero esta razón ha sido deformada por el pecado del hombre, porque el pecado hace que el hombre se oponga a Dios. La gracia de Cristo ha reparado nuestra razón. Por esto el apóstol Pablo dice a los Efesios: «Renovad vuestro espíritu» (4, 23). La luz de la que trata este salmo es, pues, la gracia que restaura la imagen de Dios impresa en nuestra naturaleza...
Toda la Trinidad ha hecho al hombre según su semejanza. Por la memoria se asemeja al Padre; por la inteligencia, se asemeja al Hijo; por el amor se asemeja al Espíritu... En la creación el hombre fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). Imagen en el conocimiento de la verdad; semejanza en el amor de la virtud. La luz del rostro de Dios es, pues, la gracia que nos justifica y que revela de nuevo la imagen creada. Esta luz constituye todo el bien del hombre, su verdadero bien, y le marca igual que la imagen del emperador está impresa en la moneda de plata.
Por eso el Señor añade: «Dad al César lo que es del César». Como si dijera: De la misma manera que devolvéis al César su imagen, así también devolved a Dios vuestra alma revestida y señalada con la luz de su rostro. (San Antonio de Padua)
Por eso el Señor añade: «Dad al César lo que es del César». Como si dijera: De la misma manera que devolvéis al César su imagen, así también devolved a Dios vuestra alma revestida y señalada con la luz de su rostro. (San Antonio de Padua)
Este texto de San Antonio nos recuerda que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Imagen que no es igualdad, semejanza que no es equivalencia. Sucede igual que con una imagen pintada de nosotros en un cuadro. El artista plasma en el cuadro una imagen que no es idéntica a nosotros, no tiene la misma naturaleza humana, aunque encontremos una semejanza que nos permita reconocernos en la obra.
San Antonio nos muestra como la semejanza con Dios conlleva también una semejanza con la Santísima Trinidad. La Luz, que es Cristo, ilumina esta semejanza y le da todo su sentido. Somos inteligencia, memoria y amor. Sentimos, pensamos y actuamos. La Fe, Esperanza y Caridad habitan en nosotros cuando Dios nos las regala. La Luz actúa en nosotros y nos transforma “La luz de la que trata este salmo es, pues, la gracia que restaura la imagen de Dios impresa en nuestra naturaleza...”.
¿Podía ser de otra forma? Dios nos ha donado el ser. Qué podemos hacer nosotros que ofrecer nuestro Ser a Dios, su auténtico dueño. Sería lo lógico tras leer los Evangelios con tranquilidad. Cristo nos dice de diversas formas que sin Él nada podemos, que tenemos que negarnos a nosotros mismos, que el mundo nos detesta, que Dios es quien pone las palabras en nuestra Boca, que debemos renacer del Agua y del Espíritu, etc. ¿Por qué no dejar que la Luz nos transforme?
A partir de esta reflexión, San Antonio pasa a una frase importante dentro de los Evangelios: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21) Una maravillosa expresión que nos recuerda la diferencia entre lo que somos y lo que tenemos. Lo que tenemos puede ser dado al Cesar si es justo hacerlo, pero lo que somos, sólo puede ser donado a Dios.
Demos al Cesar lo que es de ley darle, pero no olvidemos dar a Dios lo que es de Dios.
Néstor Mora Núñez
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