miércoles, 12 de octubre de 2011

EL DISCERNIMIENTO (III)



Ver Primera y Segunda parte en este mismo blog: 06 de octubre 2011 (I) y 07 de octubre 2011 (II)

EN EL USO DEL DINERO
En la reforma de vida consideramos principalmente el tiempo y dedicación que damos a nuestras diversas obligaciones. Pero otro punto muy importante es el uso del dinero.

Se puede decir que este uso es un termómetro para medir mi amor. No daré nada a quien no amo; seré injusto en mi reparto si amo a alguna persona (quizás a mí mismo) con detrimento de otras personas con quienes tengo igual o mayor obligación. Si mi amor está ordenado, el uso del dinero también lo será; sea mucho o poco ese dinero.

1.Principio fundamental.
El amor que me mueve en el reparto del dinero debe descender de arriba, del amor de Dios, nuestro Señor, de forma que sienta primero en mí que el amor, más o menos, que tengo a las personas es por Dios, y que en la administración de mi dinero reluzca Dios. Como diría san Pablo: Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores es que sean fieles a su Señor (cf. 1 Cor 4, 1-2)

2.Discernimiento.
Para aplicar el principio fundamental a la práctica, es necesario el discernimiento: ¿qué normas generales quiere Dios que yo tenga en la distribución de mis ingresos? ¿Qué quiere Dios que yo haga en este caso particular?

Tres puntos de vista me ayudarán:
a) Me imaginaré a un hombre que nunca he visto ni conocido. Está él en un caso idéntico al mío, y pide mi consejo para acertar en lo que sea la mayor gloria de Dios y la mayor perfección de su alma. Yo encomiendo el asunto al Señor, pido sus luces y doy mi consejo. Luego guardaré esa misma regla y medida para mí.
b) Me imaginaré que estoy en mi lecho de muerte, recordando este mismo asunto que tengo entre manos. En este momento adoptaré la forma y medida que entonces querría haber tenido en mi administración.
c) Me imaginaré en el juicio universal, mirando el rostro del Señor. La regla que entonces querría haber tenido, la tomaré ahora.

3.Normas generales.
A la luz del discernimiento anterior puedo adoptar algunas normas generales. En el Antiguo Testamento los israelitas tenían varias normas prescritas por la ley: p.ej., entregaban al Señor las primicias de las cosechas y del ganado; también entregaban el diezmo; cada tres años el diezmo se repartía a los levitas, forasteros, huérfanos y viudas (Deut 14, 22-28; 26 1-15).

Según una tradición, los padres de la Virgen María, san Joaquín y santa Ana, dividían sus entradas en tres partes: la primera para los pobres, la segunda para el servicio del Templo, la tercera la guardaban para el sustento de ellos mismo y el de su familia.

Si soy administrador de los bienes de Dios, debo también adoptar ciertas normas generales, determinando qué nivel de vida me pide Dios, cuántos han de ser los gastos de familia, cuánto reservaré para mis gastos personales, qué proporción daré a los pobres, a la Iglesia, a obras apostólicas, etc.

Si miro el ejemplo y las enseñanzas de Cristo, que es nuestro modelo, comprenderé que en cuanto a mis gastos personales y a los de mi familia, lo mejor y más seguro es restringir lo más posible.

Debo recordar que hay muchas maneras de dar una ayuda material a nuestros hermanos: p.ej., hay profesionales que dedican gran parte de su trabajo a ayudar gratuitamente a otros; a prestar sus servicios a una institución con ninguno o bajo salario; hay familias que adoptan a niños, aún cuando tienen hijos propios, etc.

Además de los bienes materiales que debo administrar a nombre del Señor, también tengo bienes intelectuales, artísticos, afectivos, espirituales. Todo esto y mi propia existencia son un don continuo de Dios. Él puede pedirme que participe a los demás, mucho de lo que Él me confía.

4.Casos imprevistos.
Aunque tengamos bien ordenados nuestros gastos habituales, hay casos en que necesitamos acudir al Señor pidiendo luz e inspiración. El caso imprevisto puede ser una tentación para gastar más dinero en mi propia persona; la presión para hacer buen negocio; el deseo de asegurarme mejor para el porvenir; o una necesidad urgente de otra persona.

En semejantes casos suelen suscitarse emociones fuertes a favor o en contra del gesto imprevisto. No debe dejarme arrastrar por el afecto, sino detenerme y remirar el principio fundamental y las ayudas del discernimiento (1-2 de este capítulo), y no daré un paso hasta que, conforme a ellas, haya sido eliminado ese afecto que, conturbaba la paz y clara visión de la voluntad de Dios.

Los gastos ilícitos o no razonables serán fácilmente detectados y rechazados si sigo las normas anteriores. Pero aun en el caso evidente de gastos muy razonables puede haber ofuscación por defecto de apegos o repugnancias sobre todo si estos gastos están relacionados conmigo mismo o con personas con quien tengo un lazo emocional. Por esto es necesario acostumbrarse a buscar la voluntad de Dios de la manera indicada.

5.Ofrecimiento y confirmación.
Una vez tratadas mis normas generales, debo presentarlas al Señor en oración. Le pediré confirmación de mis propósitos con las luces y consolación que da el Señor cuando se ha procedido según su mayor servicio y alabanza. Los casos imprevistos no se pueden reglamentar de antemano, pero la experiencia de ellos puede enseñarnos mucho para los casos futuros y para el consejo a otras personas. Por esto, después de cada uno, conviene que yo examine para adelante; y si bien, para dar gracias a Dios y proceder otra vez de la misma manera.

VI. EN LA MANERA DE ACTUAR
Dice san Pablo: Ya sea que ustedes coman o beban o hagan cualquiera otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios(1 Cor 10, 31). Miren con diligencia cómo deben andar, como sabios y no como necios, aprovechando bien el tiempo. Por lo tanto vivan comprendiendo cuál sea la voluntad del Señor(Ef 5, 15-17)

Hay muchas actividades ordinarias, algunas son necesidades diarias, otras son casi necesidades, que debo ordenar para ser seguidor de Cristo y reflejo de Él para los demás.

Me ayudarán las normas siguientes:
1. Reconocer el campo.
Casi todas las actividades que desarrollo pueden caber en uno de los siguientes grupos:
a) Actividades necesarias para vivir, como el comer y el dormir.
b) Actividades de esparcimiento, como los deportes, el cine, la TV.
c) Actividades de trabajo, como el estudio, el trabajo intelectual y manual.

No considero aquí el tiempo que debo dedicar a cada una, porque ese aspecto se consideró en el cap. 2 sino, sobre todo, la manera de actuar.

2. Principios generales.
Tomando como tema principal el ordenamiento en el comer, podemos discernir con los ojos de la fe, los principios generales que deben regirnos. Será fácil aplicar estos principios a otras clases de actividades.
a) Medios para un fin.
La comida, el sueño, un honesto entretenimiento, etc., son actividades que tienen finalidades inmediatas (p.ejm., la conservación de las fuerzas físicas y mentales). Estas finalidades inmediatas son medios para que el hombre haga de toda su vida una alabanza y servicio de Dios, que incluye el amor y servicio del prójimo según la voluntad de Dios. Luego, ni la comida puede ser un fin en sí mismo, ni la salud física a que está subordinada. En la otra cosa que, en todo y por todo, la mayor alabanza y gloria de Dios nuestro Señor.

Y bajando a lo concreto observaré que puedo desordenarme en la cantidad de comida y de sueño; quitar lo superfluo no es penitencia sino templanza digna del hombre y del cristiano.

b) El ejemplo de Cristo.
En los ejercicios pedimos al Señor la gracia para imitar a Jesús en su vida de pobreza y sencillez. Si a esta luz examinamos nuestra vida, descubriremos quizás excesos en el cuidado de la salud (con excesivas preocupaciones y remedios), en la blandura y comodidades de la cama y de la ropa; en la calidad de la comida, en la cantidad de la bebida; del fumar; de los entretenimientos, etc.

c) El foco de la atención.
En el comer, beber, mirar, TV, hacer deportes, estudiar, crear artísticamente, oír música, etc., podemos concentrarnos tanto en esa actividad que perdemos el contacto con nuestros hermanos, y aun el dominio sobre nosotros mismos. Si nos dejamos arrastrar por el gusto sensual, o el entusiasmo competitivo, o la actividad intelectual, o cualquier otro interés absorbente, entonces nos deshumanizamos y descristianizamos.

San Ignacio recomienda que al comer, pensemos en cómo comía Cristo, o pongamos atención en una lectura, o en la conversación con los demás. Así no seremos absortos por el gusto ni tentados a comer o beber en forma voraz y descontrolada. Podemos aplicar estos consejos en forma adecuada a otras actividades.

d) El justo medio.
Conviene determinar de una manera experimental el justo medio que nos conviene a cada uno para no pecar por carta de más o por carta de menos. Por ejemplo, para la comida o el sueño, disminuiré durante algunos días lo que suelo comer o dormir. Muchas veces me imagino que la salud exige más de lo que realmente requiere. Por los resultados en lo físico y en lo espiritual el Señor me mostrará el justo medio que realmente me conviene para su mejor servicio y la ayuda del prójimo.

e) La Solidaridad.
Cristo nos llama a compartir con Él sus penalidades en el establecimiento del Reino de Dios; nos predica las bienaventuranzas y nos recuerda que, a pesar de estar en su gloria, Él sigue viviendo de una manera especial en los que sufren (Mt 25, 31-46)

Estas realidades me inspirarán una sobriedad y sencillez de vida para diferenciarme menos, en cuanto es posible, de mis hermanos que tienen menos que yo, en comida, deportes, entretenimientos, etc. Como vivir más simplemente (dentro de mis compromisos) para poder dar más.

3. Examen y corrección.
La búsqueda del justo medio nos indicó la necesidad de examinarnos de una manera practica y determinar ciertas normas razonables de una manera experimental.

Otra manera de proceder (que también puede combinarse con la anterior) es la siguiente: después de comer o en otra hora en que ya no sienta apetito, determinaré la cantidad que comeré en la próxima comida. De este propósito no me apartaré por ningún apetito que tuviere. Más aún, para vencer completamente todo apetito desordenado y toda tentación del enemigo, si estoy tentado a comer más, comeré menos.

Este método (de examen, propósito, combate valeroso contra la tentación) puede aplicarse a cualquier desorden de mis actividades, sea en cuanto a la cantidad, calidad o manera de actuar, pero debo recordar que la debilidad humana es muy grande y mis propias fuerza pueden muy poco sin la gracia divina.

Más aún, frecuentemente, Dios permite que no podamos vencer un defecto nuestro, a pesar de todos nuestros esfuerzos, para que, convencidos de nuestra debilidad, recurramos a Él y pongamos nuestra confianza en Él.

VII. EN LOS CASOS DUDOSOS
Hay casos en que es indudable nuestro deber de corregirnos y es evidente la voluntad de Dios. Por ejemplo, cuando hay algún hábito de pecado, o una manera defectuosa de proceder; en todos los casos los mandamientos de Dios o las normas de la Iglesia nos muestran el recto camino. No se trata de buscar la voluntad de Dios, porque está clara.

Hay otros casos en que no se trata de desorden ni de mandamientos, sino de un clarísimo llamado de Dios. Entonces Dios atrae y mueve la voluntad de tal manera que sin dudar, una persona conoce cuál es la voluntad de Dios. Como ejemplos de esta clara voluntad de Dios podemos recordar la llamada del Señor a san Mateo, o la vocación de san Pablo.

Pero hay muchos casos en que queremos decidir un asunto importante según la voluntad de Dios y esta voluntad no es clara. Estamos entonces en duda.

Hay varias maneras de salir de ella:
1. Por discernimiento de varios espíritus.
Confiamos en que Dios nos iluminará con sus inspiraciones si sinceramente buscamos su voluntad. En la práctica se toman se toman los siguientes pasos:
a) Formulo claramente el problema que quiero resolver, p.ej., vida en el mundo o sacerdocio.
b) Purifico mi intención mirando al Señor: Él me ha creado para que toda mi vida sea un cumplimiento perfecto de su voluntad, una alabanza de Él en este mundo y en la eternidad. En esto está mi plena realización personal y mi felicidad. Todo otro problema debe resolverse a la luz de esta estupenda realidad.
c) Pido la inspiración del Señor: que El quiera hacerme sentir lo que sea su voluntad.
d) Recuerdo cómo me he sentido ante la perspectiva de una de las decisiones posibles. ¿He sentido aumento de fe, esperanza, caridad? ¿He sentido mayor ánimo y cercanía al Señor? O bien, ¿he sentido aridez, desolación, lejanía del Señor, frialdad, deseo de satisfacción puramente mundana? Por otro lado, ¿cómo me he sentido ante la perspectiva de la otra decisión posible? Ahora mismo, ¿cómo me siento cuando presento a Dios una u otra de las dos alternativas?
e) Después de la reflexión debo volver a orar, ofreciendo a Dios lo que me parece su voluntad, pero no tomando todavía una resolución. Debo discernir de nuevo en otras ocasiones privilegiada: p.ej., después de la comunión, en otro rato de oración,
f) etc., hasta que se haga más luz. Puedo conversar el punto con personas prudentes y examinar qué siento ante el Señor.
g) Si he logrado plena claridad por este método, hago mi resolución . Si no he logrado esa claridad, pruebo los métodos siguientes:
2. Pensando las ventajas y desventajas.
Se usa cuando el alma no es agitada de varios espíritus, y puede reflexionar racionalmente con tranquilidad. Aquí también hay varios pasos:
a) y b) Son los mismos del método anterior.
c) Pido al Señor que ilumine mi entendimiento para acertar; y que me mueva la voluntad para no querer sino lo que Dios quiera.
d) Tomaré una de las alternativas posibles, y consideraré todas las ventajas y desventajas que resultan si me decido por esa alternativa. Se entiende ventaja y desventaja mirando el servicio de Dios, y no mi comodidad o preferencias personales.
e) Después de que he recorrido todos los aspectos y reflexionado, consideraré dónde se inclina más la razón. Elegiré una de las alternativas.
f) Volveré a la oración con mucho deseo de que mi vida entera sea para alabanza de Dios. Le presentaré al Señor mi elección y pediré su confirmación. Si siento que es según su voluntad, decido ponerla por obra.

3. Con imaginación creadora.
Esta capacidad que me ha dado Dios, me permite proyectarme hacia el futuro, y ponerme en situaciones muy reales.

Hay varios pasos:
a) y b) Como en los métodos anteriores.
c) Pediré que el Señor me haga experimentar en la situación imaginada lo quesea una indicación clara de su voluntad.
d) Me imaginaré ante un hombre que no he conocido anteriormente. Él me consulta lo que debe hacer en su caso, que resulta idéntico al mío. Veo en ese hombre una decisión generosa de cumplir perfectamente la voluntad de Dios; y siento deseo de ayudarle a acertar. Mi consejo para ese hombre puede ser un indicio de la voluntad de Dios para mí. Luego me imaginaré en el lecho de la muerte, recorriendo mentalmente toda mi vida. En ese momento, ¿qué querría que hubiese yo resuelto acerca del problema que llevo entre manos? Aquí puedo tener otro indicio de la voluntad de Dios.

Luego me imaginaré en el día del juicio, ante la mirada de Dios ¿Qué me dice esa mirada acerca del problema que debo resolver ahora?
e) y f) Como en el método anterior.

1. DESOLACIÓN ESPIRITUAL
Depresión y tinieblas.
Los tiempos de desolación espiritual hacen contraste con los tiempos claros y vivificantes de que hemos hablado ¿Altas y bajas presiones de nuestra atmósfera interior? Después de todo, la imagen no es tan mala, hace resaltar el carácter accidental de nuestras variaciones. La atmósfera, parte integrante de nuestro planeta, no transforma sino en superficie la tierra firme o las aguas profundas. Tan luego sus variaciones son favorables a la vida, como la destruyen; pero finalmente, la vida surge de todas partes. Así nuestras fluctuaciones interiores son parte de nosotros mismos, bajo sus remolinos subsiste un núcleo sólido: nuestra voluntad fundamental de ser de Dios y de amar a los hermanos. A través de estas alternativas, nuestra vida espiritual prosigue ya estimulada, ya embotada.

Depresión, decíamos, pero espiritual. Luego, un BAJON, un abatimiento, una depresión nerviosa no bastan para constituir una desolación espiritual. Nuestro tono espiritual no puede ser dañado por estos malestares. Inversamente, unhastío espiritual aparece veces en un estado psicológico satisfactorio - aunque hay que reconocer que las perturbaciones que nacen en un punto, repercutirán frecuentemente en otros niveles -. En todo caso, no llega a ser espiritual, sino cuando el dominio espiritual está alcanzado; cuando nuestras relaciones con Dios, con nuestra fe, nuestra confianza en El, cuando nuestro amor por los demás se hallan perturbados. Es entonces cuando la depresión desorienta nuestro camino hacia Dios.

Nótese que esta depresión espiritual no es en sí misma una tentación, en el sentido de la incitación a hacer el mal. Directamente ella no puede proponer nada malo. Se podría decir que ella no es mi vida ni muerte; es una atmósfera enervante, en la cual uno correría el riesgo de la asfixia si se dejara llevar. Importa, pues, detectar su presencia y saber cómo reaccionar. Con rostros múltiples La desolación es todo lo contrario de la consolación”. La consolación" nos lleva a abrirnos a Dios y a los demás; nos eleva, ensancha nuestros horizontes, da ánimo y deseo de gastarnos por el prójimo. La desolaciónes una caída a tierra, una recaída sobre nosotros mismos; nuestras miras están entonces perturbadas; tienden a hacerse estrechas, cortas; no más anhelos, no más fervor en el don de sí mismo, una especie de atascamiento, de descorazonamiento que hace penosa la marcha. Todos los signos de la consolación deben ser invertidos: en vez de paz, turbación; en vez de alegría, tristeza...

Felizmente no todos los elementos de una depresión se precipitan, a la vez, sobre nuestra cabeza. Puede haber un cielo nublado y no una tormenta. Los elementos de una desolación aparecen, a menudo, de una manera aislada, con más o menos intensidad, o bien se asocian y refuerzan mutuamente. De todos modos; cada uno basta para señalar que estamos en una zona, si no malsana, al menos desfavorable, de la cual es mejor salir - sin trastornarse - si la depresión dura más de lo que se quiera.

Dibujamos en algunos rasgos las formas de la depresión espiritual. Las variedades son infinitas. De un día para otro, como el cielo cambiante, no presenta la misma coloración.

OSCURIDAD: Ya no se sabe de que lado avanzar. ¿Dónde está lo mejor? ¿Qué debo hacer? No hay respuesta. O bien la decisión que ayer, bien pensada, aparecía incontestablemente buena, se halla hoy en día incierta. O aun, y más dolorosamente, la verdad misma de nuestra fe, se ha oscurecido: las certezas, como pájaros caídos, yacen muertas; la noche es completa.

TRISTEZA DEPRIMENTE: Su origen es, a menudo, inalcanzable, o simplemente; banal: una separación, un asunto fallido, una torpeza cometida; pero es el impulso inicial, la onda gana todo el ser, y quedó abatido, sin resorte, indiferente ante Dios o los demás. O bien arrastró un mal humor difuso, y toda melancolía que lacera la vida espiritual.

FASCINACIÓN DE LAS CERTEZAS SENSIBLES: Nuestros pensamientos espirituales pierden su conciencia y su interés. Estamos sutilmente cautivados por lo temporal; lo sensible se hace opaco, de manera que nuestras miras se detienen en las cosas y en las personas, sin percibir la dimensión religiosa. La fuerza del espíritu evangélico es menos captada, y una inclinación interior nos lleva a no apoyarnos sino en las seguridades materiales y en los medios humanos. Estamos inclinados a poner nuestras seguridades en las realidad es terrestres y tangibles, como el faraón en sus carros y en sus cabalgaduras. Así se llega por esta pendiente a reducir la vida cristiana a valores culturales y políticos. ¿Qué fue de la vitalidad de nuestra fe?

TURBACIONES E INQUIETUDES: De toda especie: escrúpulos, temores de no elegir lo mejor, miedo irracional de hundirse en la tentación, ansiedades, complicaciones indefinidas por preocuparnos de una humildad mal comprendida

..., etc.

SEQUEDAD DE CORAZON: En la oración o en el apostolado. La voluntad de vivir para Dios permanece en el fondo del alma, pero todo sentimiento ha desaparecido. Ya no hay ni calor ni deseo. Parece que ya no se sabe lo que es amar a los demás. En nosotros una tierra árida. Una ausencia. Un vacío, tranquilo, tal vez; pero en una desolación más intensa, una náusea de las cosas espirituales, de la vida, de Dios mismo, hace subir en mí el deseo de no saber otra cosa que llorar mi soledad.

PÉRDIDA DE CONFIANZA O DE ESPERANZA: Ya sean casos benignos en los que ya no experimentamos el sostén de la presencia de Dios, o en que se insinúa una duda sobre su bondad; ya sea casos más agudos en los cuales llegamos a creernos separados de nuestro Creador y Señor, y tal vez en el paroxismo de la desolación, a creernos rechazados por Él, al borde de la desesperación, aun cuando en lo más profundo del corazón permanezca una adhesión a Dios, como una roca en la tempestad, que enceguecidos, no logramos tocar. Oscuridad, tristeza, turbación, fascinación de lo terrestre, frialdad, indigencia, o todo movimiento que venga a romper nuestra progresión, tal es la desolación espiritual”. Para resumir en algunas palabras los rasgos de ella: uno no sabe dónde está, y no sabe dónde está el Señor.

Las numerosas lecciones.
Pero, ¿por qué Dios, que nos encamina hacia El, permite estas depresiones paralizantes, puesto que nada sucede sin que Él lo sepa? La verdad es que algunas acontecen por falta nuestra. Porque hemos sido negligentes en rezar, en examinar nuestro caminar, en poder los sarmientos a fin de que la vida crezca en nosotros. Nuestras disposiciones profundas se fortifican por el ejercicio. Por falta de haber puesto en práctica nuestra fe y nuestro amor ellas se han debilitado. La desolación nos da un aviso.

En otros casos no ha habido falta de nuestra parte. La desolación ha podido propagarse a partir de una causa ignorada o independiente de nuestra voluntad. Y a menudo seremos llevados a tratar una depresión por medios físicos y sicológicos junto con medios espirituales. Pero esta ausencia de responsabilidad no hace sino agudizar el problema: ¿por qué esta desolación”? Observemos lo que resulta de la desolación cuando se quiere ser totalmente fiel. Esta observación aportará algún elemento de respuesta. Ladesolación espiritual nos pone a prueba: prueba nuestro valer y hasta dónde podemos llegar en el amor y el servicio de Dios, cuando estamos privados del apoyo del ardor y de la alegría. Cuando la corriente nos lleva, no es necesario remar; pero cuando nos es contraria, hay que dar pruebas de energía. Los tiempos agitados tiran a romper sobre nuestra fidelidad a Dios. Nos obligan a reforzar la barca para no ceder. Nos urgen a dar prueba de fe pura, de amor desinteresado. Y por este crecimiento de nuestra fidelidad y de un don de sí más despojado, la desolaciónse vuelca a favor nuestro y a nuestra glorificación de Dios.

Ella nos enseña, en fin, no ya en los libros, sino por experiencia, que nos es posible hacer surgir a nuestro arbitrio un muy vivo amor del Señor, un gozo verdaderamente espiritual: la consolación no está en nuestro poder. Así los tiempos amargos nos hacen comprender cómo los períodos vivificantes, felices, apacibles son más que todos los otros, tiempos de gracia. Ellos nos enseñan el verdadero sentido de la consolación que es un don de Dios y que no nos es concedida sino a título de MEDIO a fin de proseguir una obra más allá de losensible. Lo experimentamos cada vez más: todo lo que nuestra tierra produce de bueno, viene del Señor, aun nuestra fidelidad en la desolación. Así, los tiempos desolados nos ayudan a descubrir mejor el Misterio del cual vivimos.

2. CONDUCTA QUE SE DEBE TENER
¿Cómo comportarnos en las depresiones espirituales, y en los tiempos favorables, de modo que a través de los tiempos fuertes y débiles, montañas y valles, prosigamos nuestra marcha en la fe? ¿Cómo adecuar nuestros movimientos interiores para que nos dirijan del mejor modo hacia el Señor por orientación desde el interior hacia nuestro fin?

A través de la desolación continuar el camino.
En la desolación espiritual hay que observar un primer punto no hay que cambiar nada de lo que hacíamos antes de que llegara la depresión. Pero, ¡atención! Es bien evidente que si la depresión se injerta en una fatiga física habría que concederse más descanso; que si ella tomaba su fuente en una perturbación síquica caracterizada, sería necesario, según el consejo del médico, afrontar un cambio en el género de vida. Pero en condiciones físicas y síquicas normales, hay que mantener la ruta espiritual que no se había trazado de antemano.

Es de sabiduría elemental. Porque antes de la depresión estábamos, tranquilos, lúcidos, a tono con el Señor y, por consiguiente, en buenas condiciones para determinar nuestra línea de conducta. Ahora, en la perturbación, en la oscuridad, el desaliento, las condiciones son desfavorables para reconocer nuestro camino: los malos elementos manifiestan en nosotros su actividad; el sentido de lo real se esfuma, la mirada de la fe se enturbia. Si modificamos nuestra manera de actuar hay toda una nueva probabilidad para que la nueva decisión sea trunca e inadaptada. Luego mantenerse con firmeza en las determinaciones anteriores, conformes a los deseos de Dios.

Tender a la calma, a la objetividad.
Pero si bien no hay nada que cambiar en lo que hacíamos, es preciso que nosotros mismos nos cambiemos, o más bien, nuestro estado interior, tratando de reabsorber la desolación. ¿Cómo? Permanentemente apaciguarse tanto como sea posible; cultivar la calma, aún física, por los medios habituales; buscar la relajación del cuerpo y del alma, hasta en el tiempo de oración; sentado, sin decir otra palabra que se está ahí; abatido, que el Señor en su ministerio lo sabe y basta.

En la calma, apenas esbozada, mirar objetivamente lo que nos sucede, como se miraría el desarrollo de un film interior: somos nosotros todo esto, pero no lo esencial de nosotros mismos; hacer una constatación de los hechos: el Señor me deja ahí en el banco de la prueba y toda esta baraúnda en mí, este trastorno, aparentemente trágico, es en el fondo bastante vano, puesto que no llega a mi voluntad profunda. Conservar la perspectiva para no dejar impresionar. ¡Feliz el que conserva el humor con respecto a sí mismo!

En la fe.
Y, sobre todo, re-crear la confianza, pensando en las realidades sólidas de la Fe. Ciertamente que no sentimos ninguna relación con Dios, pero sabemos que la noche oculta su presencia. Él nos permanece fiel. El que vino sabiendo que sería crucificado: Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo. Sentidos o imperceptibles - ¡qué importa! - Su amor y su ayuda nos bastan. No solamente para salvarnos del malo, sino para permitirnos, a pesar de la lasitud, el trabajar todavía en hacerlo conocer.

Insistiendo en la oración Para disipar nuestro estado de inquietud y de hastío, ¿qué hacer aún? Hacer lo contrario de lo que él nos inspira: REZAR. En una tan brusca ausencia de Dios, estaríamos tentados de abandonar nuestra búsqueda a tientas. Al contrario, hay que insistir, como la viuda del Evangelio importuna al juez para obtener la audiencia. Llamen, llamen, y se les abrirá. Prolongar un minuto la oración más bien que ceder ante el deseo de acortarla.

La oración pone en movimiento nuestra fe y nuestro deseo de Dios. Tal vez nuestra inercia espiritual será removida con esto. En todo caso, nuestras fuerzas habrán aumentado para aguantar, esperando que vuelva el fervor. En la desolación estaríamos tentados de soltar la brida. Al contrario. Tenemos que EXAMINAR la situación para ponerle remedio: ¿Cómo me dejé llevar por el desaliento? ¿Conservo acaso la línea de conducta que me había propuesto anteriormente? ¿Cuáles son mis debilidades? ¿Qué puntos son obstáculo al regreso del vigor y de la alegría espirituales?, ¡Oh Señor, envía tu espíritu y la alegría de la tierra será renovada! Volver regularmente al examen para quitar los obstáculos y reabrir el paso... En fin, sacudir nuestra pesadez espiritual con alguna entrega a los demás, con alguna renuncia ofrecida a nuestro Creador y Señor. Conocerlo a Él, que no se deja vencer en liberalidad, sacrificándole algo que amamos, sólo para expresarle nuestra preferencia. Encontrar la justa medida de esta penitencia que reanime sin agobiar.

Establecerse en la paciencia A pesar de todos los esfuerzos, puede ser que la desolación persista más de lo que quisiéramos. No caigamos por esto en un desaliento, que sería pero que lo primero. Repitámonos tranquilamente: ¡Paciencia!, ya pasará. Nuestras inquietudes serán atenuadas con esto. ¡Paciencia!, las situaciones más desesperadas tienen una salida espiritual, todas ella se resuelven cerca de Dios. Pero esta escapada hacia Dios hay que descubrirla pacientemente. Porque Dios nos conduce por caminos de los que ni siquiera hubiéramos querido oír hablar, y que, desde el momento en que aceptamos pasar por ellos, resultan ser los verdaderos y únicos caminos de nuestra liberación. ¡Paciencia!, llega el tiempo cercano o lejano, en que el Señor nos dirá, "y me ven, porque el invierno ha pasado, la lluvia ha terminado, las flores han aparecido, el tiempo del cantar ha llegado y la voz de la tórtola se ha hecho oír en el país.

3. EN LA CONSOLACIÓN
Consolidar y prever En el entusiasmo de la consolación no precipitarse a tomar decisiones o a hacer promesas a Dios. Sino tomar su tiempo, examinar y, si es necesario, pedir consejo.

En estos períodos de gracia constatar hasta qué punto la fe realmente vivida, nos transforma. Atentos a esta experiencia de la vida con Dios, habremos sido consolidados. Establezcamos recta y solidariamente nuestra vida espiritual, y para no ser sorprendidos en adelante, desprovistos, preveamos la conducta que habremos de tener cuando vengan los tiempos desolados. Reconocer los beneficios que Dios nos concede en este tiempo de abundancia, a fin de recordarlos en los días de escasez, como Israel en el desierto se acordaba de la salida de Egipto.

No gloriarse Los períodos en que todo va bien, especialmente presenta el riesgo de enorgullecernos; nos atribuimos la facilidad que teníamos entonces. Podemos tener la tendencia a juzgarnos admirables y a creer que habíamos llegado a la perfección. Para poner las cosas en sus justas proporciones, nos basta recordar la triste figura que hacíamos cuando había que sufrir solos en las desolaciones precedentes.

¿Tenemos tendencia a gloriarnos? Hagamos un llamado a la humildad, viendo lo poco que podemos por nosotros mismos. ¿Tenemos tendencia, al contrario, a desesperar por nuestra mediocridad? Pensemos en lo que Dios ha puesto de bueno en nosotros, y en lo que nos ha dado a realizar por amor a los demás, y agradezcámosle sus dones. Así, rectificando las desviaciones por un movimiento contrario, a fin de quedarnos en el justo medio, aseguraremos el equilibrio de nuestra marcha.

Dos hitos en nuestra marcha.
Dos hitos nos ayudarán a verificar la justeza de nuestra marcha en su conjunto: si la vida espiritual, a lo largo de los años no favorece en nosotros el SENTIDODE LO REAL y el CRECIMIENTO DE NUESTRA LIBERTAD INTERIOR, está conducida equivocadamente. Porque es normal que en una vida más íntima con nuestro Creador y Señor las criaturas tomen más consistencia a nuestros ojos; que las personas y las cosas adquieran para nosotros una densidad de existencia; es normal que el color de un follaje, el grano de una piedra, los rasgos de un rostro, la singularidad de cada persona nos lleguen a ser más significativos. Nada en esta percepción de lo real es incompatible con un desprendimiento radical. Si nuestra vida espiritual no guarda este contacto con lo real, pierde su equilibrio.

De igual modo, si la vida espiritual, en lugar de encaminarse hacia nuestra madurez, contribuyera a mantenernos en un infantilismo psicológico bajo un forma u otra, no contribuiría en el sentido de Dios. La larga y lenta búsqueda de Dios, debe ayudarnos normalmente a desasirnos de nuestros temores religiosos, y tanto como se pueda, de nuestras trabas sicológicas. Haciéndonos poco a poco a semejanza de Dios, ella debe hacernos también progresivamente más verdaderos y más libres en medio de los hombres.

Sigue.......

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