Ciertamente el tema de las apariciones marianas está de moda, y últimamente ocupa un espacio nada desdeñable en la vida cotidiana de muchas parroquias y de la Iglesia en general.
En los últimos meses hemos podido asistir a polémicas cibernéticas sobre el tema de Medjugore, el cual no es el único lugar de supuestas apariciones, aunque sí el que más peso “de ipso” está ocupando en la actualidad.
Aparte de las reservas y recelos que el tema me genera, siempre me ronda la cuestión de si con todo esto no se estará deformando de alguna manera la devoción debida a nuestra madre la Virgen María - “bienaventurada me llamarán todas las generaciones” Lc 1,48 - la cual como católico quiero reivindicar.
Pensando en esto me tropecé con unas declaraciones del P. Raniero Cantalamessa O.M.F. sobre la Renovación Carismática, hechas en el Encuentro de Sacerdotes del Rinnovamento nello Spirito en Roma el 28 de septiembre de 1999.
Por su equilibrio y profundidad, merece la pena citarlas, extrapolando lo que se dice de la Renovación Carismática al conjunto de la Iglesia.
“La Renovación Carismática, y en general el catolicismo, corre el peligro de volver a ser demasiado tupida y sobrecargada, después del gran esfuerzo del Concilio para restablecer la simplicidad y lo esencial en la doctrina y en la práctica.
En muchas cosas, por ejemplo en la devoción a María, el Concilio buscó volver a traer a la práctica Católica una sobriedad que se perdió en el curso de los siglos, especialmente durante la época de la Contrarreforma.
Poco a poco hemos visto perderse este fruto del Concilio.
Ha habido una vuelta a una insistencia excesiva sobre lo que es opcional.
La misma Renovación Carismática se ha visto absorbida por esta vorágine, hasta tal punto que en algunos lugares se ha visto identificada meramente por asociación con ciertas devociones, apariciones, individuos y mensajes particulares.
Algunas de estas cosas son en sí mismas bastante legítimas, y signo de la riqueza de la Iglesia Católica, pero necesitan mantenerse dentro de su propio ámbito y no ser impuestas a todos y cada uno como medida del grado mayor o menor de su "catolicidad".
Esta no es una cuestión de tomar posiciones contra cualquiera de estas cosas. El tema es si la Renovación Carismática debería caracterizarse por este tipo de cosas, o por otra cosa. Ya tenemos todo lo que necesitamos para hacernos santos y extender el Evangelio.
Incluso en el tema de la devoción a María, si tomáramos en serio y profundizáramos en nuestra apreciación de lo que la Escritura y la tradición litúrgica y dogmática de la Iglesia tienen que ofrecer (por ejemplo, el título de "Madre de Dios"), seríamos capaces de ofrecerle a ella toda la honra que deseamos, sin sentir ninguna necesidad de correr tras el último mensaje o aparición.
De este modo, haríamos nuestra devoción a María más aceptable para otros cristianos, y estaríamos apresurando el día en que, en vez de ser objeto de división, ella se convirtiera en un factor positivo para la unidad de los cristianos. (¿No será la armonía entre sus hijos lo que una madre más desea?)
Nuestra tarea como guías espirituales es ayudar a nuestros hermanos y hermanas a estar abiertos a los grandes misterios de la fe, y nunca a encerrarse en cualquier devoción efímera, que nunca puede servir para reevangelizar al mundo.
Concentrarse en lo esencial no quiere decir privar a los fieles de todo espacio para la expresión libre, o a toda preferencia personal, y reducirlo todo a una igualdad blanda.
Por supuesto que hay sitio para cultivar también la devoción personal de uno, pero esto necesita mantenerse dentro del ámbito de lo personal.
No debemos confundir lo que se exige a todos con cosas que deben dejarse a la elección personal”.
Para mí estas palabras son un bombazo y nacen en el contexto de una Renovación Carismática italiana que en su momento se inclinó mucho hacia estas supuestas apariciones.
Pero por encima de coyunturas, las cuestiones que plantea el predicador papal son universales y nos sirven para discernir estos fenómenos y el tipo de devoción que generan.
Para mí está claro que devociones así “nunca pueden servir para reevangelizar el mundo” y “son objeto de división”, y quizás la clave de que lo sean es porque se confunde lo personal y opcional (la Iglesia admite la creencia en revelaciones privadas mientras no se les dé relevancia pública) con lo que es fundamental.
De esta manera, para mí el mejor criterio de discernimiento es esa “insistencia excesiva” que precisamente hace de algo en principio legítimo y edificante (la devoción privada y personal), un todo que acaba por ocupar de tal manera la fe y práctica religiosa de quienes lo siguen, que puede acabar convirtiéndose en un quebradero de cabeza para nuestros pastores.
José Alberto Barrera
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