lunes, 3 de octubre de 2011

COMPUNCIÓN Y ARREPENTIMIENTO



Aunque pueda haber alguien que no acierte a ver la diferencia entre estos dos vocablos, la hay y mucha.

Indudablemente, la compunción y el arrepentimiento, ambos se generan en el alma humana, como consecuencia de la realización de un acto o unos actos que crean una desazón, al entender esta, que nunca debió de permitir a su voluntad la realización de este acto o actos. Estos dos vocablos, gozan de una serie de sinónimos muy extensos que en muchos casos, son ambivalentes para los dos vocablos, tales como: aflicción, remordimiento, pesadumbre, abatimiento, tribulación, reconcomio, pesadumbre, etc… Pero los dos sinónimos que mejor expresan el contenido, de compunción y el arrepentimiento, son: el de remordimiento”, para expresar la compunción y el de contrición, para expresar el arrepentimiento, siendo la diferencia entre contrición y atrición, la de que mientras la contrición es un arrepentimiento por amor a Dios, la atrición es un arrepentimiento por temor a Dios.

Sobre los vocablos de compunción y arrepentimiento ya escribimos hace unos dos años una glosa publicada en ReL, pero aquí lo que ahora más nos interesa es analizar la desazón que produce en el alma la compunción, que nunca llega a abandonarla del todo. Escuetamente el DRAE, nos dice que compunción es: Sentimiento o dolor de haber cometido un pecado. En el Catecismo de la Iglesia católica, a pesar de la importancia de este tema, solo encontramos una única alusión en el parágrafo 1.431, al decir este que: La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de Trento: DS 1676 - 1678; 1705; Catech. R. 2 5, 4)”.

El tema de la compunción, es distinto, diremos que esta es una predisposición que obtenemos para aumentar las gracias divinas, en razón del dolor que nos produce el remordimiento de nuestros pasados pecados. Es un estado del alma, que al sentir esta, remordimiento y dolor por las faltas o pecados ya perdonados, se acerca más al amor a Dios, y ello la predispone a poder adquirir nuevas gracias que aumenten su nivel de vida espiritual. La compunción es pues, la puerta que se nos abre, al derribar nuestras barreras interiores, para llegar con más amor al encuentro con el Señor. Y este es el animi cruciatuso compuctio cordisque se nos menciona en el anterior parágrafo 1.431, que ya hemos enunciado.

En la generalidad de los creyentes, y creo que son todos los lectores habituales de estas glosas, con un cierto nivel de vida espiritual y que viven habitualmente en gracia de Dios, cuando tras una ofensa más o menos grande al Señor, se confiesan, restablecen su vida espiritual, y encuentran una gran paz porque de ellos ha huido la desazón y el estado de ánimo que le producía saber, que no estaba en paz con el Señor. En este supuesto, la compunción o arrepentimiento del corazón, tal como lo califica el parágrafo 1,431 del Catecismo, no es muy fuerte, sí…, se tiene un cierto dolor de haber ofendido al Señor, pero de una forma muy genérica. A este respecto la carmelita descalza, co-patrona de Europa, Sor Benedicta Teresa de la Cruz, más conocida como Edith Stein, escribía: Una vez que Dios ha librado al alma de sus pecados y fealdades, nunca más le dará en cara con ellos, ni por ello le deja de hacer más mercedes. Pero al alma no le conviene olvidar sus pecados primeros. De esta manera no se volverá presumida, tendrá siempre materia de agradecer y podrá confiar, más y más, para más recibir”.

Es cuando uno avanza en el desarrollo de su vida espiritual, cuando va tomando una conciencia más exacta y correcta, de la tremenda ofensa que hace al Señor con la comisión de un pecado. Con el avance en el desarrollo de la vida espiritual, lógicamente avanzan también, las tres virtudes básicas, la fe, la esperanza y sobre todo el amor, y en general al avanzar el amor uno se acuerda de lo que pasó, hace ya varios años, y la ofensa que uno le hizo al Señor. Porque en la medida en que el alma humana va desarrollando el amor al Señor, aumenta en ella su pureza y por ello los sentidos espirituales de su alma que se van haciendo más precisos y sensibles. Es así, como se explican, las lágrimas de dolor, lágrimas de compunción, que muchos santos tuvieron por razón de sus pecados cometidos muchos años atrás y posiblemente a raíz de cometer el pecado y de ser perdonados en confesión, carecieron del dolor que años después iban a tener. Podríamos afirmar que la compunción, es una bomba de relojería y de amor que el pecado nos incrusta en nuestra alma. Y cuando esta bomba de relojería, nos estalle en nuestro corazón, y lloremos amargamente, demos gracias al Señor, por el inmenso favor que nos hace, además de perdonarnos, donarnos una compunción de amor.

El estado de compunción, es un bien muy grade para el alma humana que aspira a querer más y más a su Señor. Es siempre un bien de carácter sobrenatural, que nace del quebrantamiento humano del orden sobrenatural establecido por el Señor. Pero siempre es propio del orden sobrenatural. Si en el orden natural, por las razones que sea, quebrantamos, distraídamente las ordenanzas de circulación que nada tiene que ver con el orden sobrenatural, y nos ponen una multa de tráfico, estoy seguro que nadie va a llorar de compunción.

La compunción es un factor muy importante en nuestras muestras de amor al Señor. En el Kempis podemos leer: “Deja a un lado tu curiosidad, y procura leer lo que te dé compunción, más que ocupación intranscendente”. Porque para el autor Tomás Hemerken de Kempis: La compunción o remordimiento y el arrepentimiento, son una llave que abren la puerta para descubrir muchos bienes espirituales, que pueden malograrse tan pronto como actúen la dejadez y la soltura de la vida relajada. Y para alcanzar este bien espiritual, el autor nos recomienda: Busca un lugar apartado, gusta estar a solas contigo mismo, evita la conversación insustancial y eleva a Dios una plegaria fervorosa para que te mantenga en un estado de compunción y de pureza de conciencia.

Tomás Merton también se ocupa de este tema de la compunción y escribe: Una vida mantenida en la compunción, que le enseña a lamentar la locura de la adhesión a los valores irreales. Una vida de soledad y trabajo, pobreza y ayuno, caridad y plegaria, que consiguiese la total purificación del antiguo yo superficial y permitiese la gradual aparición del verdadero, secreto yo, en que el creyente y Cristo eran un solo Espíritu. Y más adelante añade: La compunción es, simplemente, un reconocimiento de nuestra indigencia y frialdad, así como de nuestra necesidad de Dios. Supone la fe, el pesar, la humildad y, sobre todo, la esperanza en la misericordia de Dios. Para un hombre sin compunción, la oración es un trámite frío en el que uno se centra en sí mismo, pero para quien tiene aquel sentimiento, la oración es un acto vivo que le pone cara con cara con Dios en una relación de yo-tu que no es imaginaria sino real espiritual y personal; y el fundamento de esta realidad es el sentimiento de nuestra necesidad de Dios, junto con la fe en su amor por nosotros”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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