Si invertimos el orden de colocación de estas tres realidades…, los que estaremos haciendo, es fijar tres escalones en orden descendente, de una misma escalera.
El valor o daño que cada uno de estos tres escalones produce en el alma humana, es distinto, pero al final si se sigue bajando por estos escalones, lo que se consigue es sacar un billete de entrada, para visitar las calderas de Pedro Botero y quedarse allí para la eternidad. Veamos pues.
Comencemos hablando de la laxitud. El mejor sinónimo que podemos encontrar al término laxo es el de flojo. Y así es un católico laxo, es un católico flojo en todo lo que se refiere a su catolicismo. Sí,… reconoce ser católico, pero posiblemente nos añadirá: “… pero no practicante”, lo cual es una gran incongruencia. La persona que esto afirma, no es ni puede ser cristiana, ni mucho menos católica, ya que, el que de verdad cree, no puede dejar por menos de practicar. En cualquier ámbito de la vida, es imposible creer de verdad y no tratar de poner en práctica lo que se cree, a menos que sea un retrasado mental o un ateo encubierto que por razones sociales no quiere confesar su ateísmo en determinados círculos sociales, donde esto estaría mal visto autodefinirse como ateo y entonces utiliza la frase: “creo pero no practico”, porque lo lógico sería el decir: “soy creyente y trato de practicar”, o “me cuesta practicar”. Todos tratamos de practicar y todos caemos, precisamente ahí está nuestra grandeza, en que a pesar de nuestras caídas, nos levantamos y tratamos de seguir adelante, y no por ello dejamos de ser católicos no laxos.
Cuando la fe se debilita, se cae en la laxitud, se va perdiendo el sentido del pecado, y, consiguientemente el sentido de Dios y la fe en su existencia. Slawomir Biela escribe diciendo: “Deformo cada vez más mi conciencia, porque cuando actúo mal me convenzo de que no he hecho mal alguno y encuentro cientos de argumentos para justificarme, Con el tiempo la conciencia deformada lava mis suciedades, de manera tan hábil que ya casi ni siquiera se ven. Por eso no percibo la resistencia tan grande que opongo a la gracia. En este proceso que se realiza de forma gradual e imperceptible construyo el pedestal ficticio de mi propia irreprochabilidad. De este modo comienzo, al final, a creerme de verdad que estoy muy bien y que si todavía me falta algo para llegar a la perfección, dentro de poco tiempo seguramente lo alcanzaré. Progresivamente va desapareciendo de mi vida el Padre misericordioso que me ama. ¡Pero que me ama siendo yo pecador! En su lugar aparece en mi mente una imagen falsa de Dios que me sugiere inconscientemente, que me ama por mis méritos y mis esfuerzos. Y así me adentro cada vez más por el camino del hijo mayor hermano del hijo pródigo, camino que cierra la conciencia del hombre a la verdad de la Redención”.
El tener una correcta conciencia y preocuparnos de que nunca se tuerza es esencial para no caer en situación de laxitud. Si vemos nuestros pecados y ponemos coto a ellos, nunca tendremos peligro. Los Padres del desierto decían que: “El que ve su pecado es mayor que el que resucita a los muertos”. Por su parte el obispo Fulton Shen nos dice que: “Hay tres paso para la formación de una falsa conciencia: Embotar la conciencia; Aturdir la conciencia; Matar la conciencia”.
Uno de los peligros reales de la laxitud, es que esta puede llevarnos a la herejía, que es un nuevo escalón de descenso en la bajada de la escalera. La herejía es un escalón anterior a la apostasía. Se llama hereje al que hace un rechazo parcial de la doctrina católica. Un hereje es el bautizado que rehúsa creer en una o en más verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia Católica. Una verdad revelada por Dios y proclamada solemnemente por la Iglesia se denomina dogma de fe. Los dogmas de la Iglesia católica son un tapiz entretejido que forma un todo compacto. Si rechazamos un dogma rechazamos todos. Los herejes son herejes y llevan nombre de herejes, porque entre los artículos de la fe escogen a capricho y voluntad los que les antoja para creer, rechazando los demás; los católicos son católicos porque, sin elegir ni escoger, abrazan con igual firmeza toda la fe de la Iglesia. Cosa distinta a la herejía es el cisma. Hay que distinguir entre herejía y cisma. La herejía es una división originada por cuestiones de fe. El cisma es una separación por cuestiones de precedencia.
Sobre este tema de la herejía, no quiero dejar de copiar un párrafo del periodista católico italiano Vittorio Messori, que refiriéndose a los españoles y a los pueblos a donde llevamos la fe católica, dice: “Los españoles han sido siempre inmunes a desviaciones de la ortodoxia. Hay “espiritualidades”, “escuelas”, pero no herejías españolas, y ello se debe también a este inflamado amor por María que, como sabemos, es el mejor antídoto para no equivocar el camino”.
El último escalón es el de la apostasía. El término apóstata se parece a apóstol, pero significa casi lo contrario. Un apóstol es el que extiende la fe. El apóstata es el que la abandona completamente. Hoy en día se encuentran apóstatas en casi todas partes, gente que dirá que fueron católicos, pero que ya no creen en nada. La apostasía es una pérdida de fe total, no parcial.
En la epístola a los Hebreos atribuida a San Pablo se nos mencionan a los apostatas, al decir que: "Porque es imposible que cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro, y a pesar de todo cayeron, se renueven otra vez mediante la penitencia, pues crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia. Porque la tierra que recibe frecuentes lluvias y produce buena vegetación para los que la cultivan participa de la bendición de Dios. Por lo contrario, la que produce espinas y abrojos es desechada, y cerca está de la maldición, y terminará por ser quemada”. (Hbr 6,4-8).
Realmente solo puede apostar un bautizado, porque solo él ha adquirido la condición de hijo de Dios. El bautismo como la confirmación o la ordenación, son sacramentos que imprimen carácter, dejan una impronta de gracia en el alma del bautizado. Un no bautizado no puede cometer apostasía, porque no puede renegar de lo que no ha recibido. El bautismo es algo mucho más serio y trascendente de la idea que generalmente tienen muchas personas acerca de él. Nos dice San Pablo: “¿No sabéis que, al quedar unidos a Cristo mediante el bautismo, hemos quedado unidos a su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”. (Rm 6, 3-4).
Con respecto a todo lo anteriormente dicho, el Catecismo de la Iglesia católica nos dice en su parágrafo 2.089: "La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento. "Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos" (CIC can. 751)".
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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