PENSABA QUE MI VIDA NO ESTABA BIEN… SENTÍA QUE ALGO SIEMPRE ME FALTABA… ENTONCES HABLÉ CON DIOS
Me quejé de lo que me salió mal en el trabajo, pero no agradecí por las manos que tengo para trabajar.
Me quejé de tener que soportar el ruido de mis hermanos, mas no agradecí por tener una familia.
Me quejé cuando no había lo que más me gustaba para comer, pero olvidé agradecer por tener qué comer.
Me quejé por mi salario, cuando miles ni siquiera tienen uno.
Me quejé porque no apagaban la luz de mi cuarto al salir, pero no pensé en que muchos no tienen hogar donde tener alguna luz encendida.
Me quejé por no poder dormir un ratito más, olvidando a quienes darían todo por tener su cuerpo sano para poder levantarse.
Me quejé porque mi madre me reprendía, cuando millones desearían tenerla viva para poder honrarla y abrazarla.
Me quejé porque no tenía tiempo, cuando me solicitaron dar una charla sobre Jesús, olvidando el privilegio que es poder hablar a otros de su amor. Dios me iluminó en esa conversación y entonces comprendí mi egoísmo y lo ingrato que he sido con Él. Fue entonces cuando comencé a agradecerle por las cosas que había olvidado, y aún más por aquéllas de las que tanto me quejaba.
Proverbio: “Pobre del que, al final del día, no sabe a quién agradecer”.
Bendiciones por casa.
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