Los males que en esta vida diariamente soportamos, forman lo que llamamos nuestra cruz…, y ellos pueden ser de dos categorías: físicos y psíquicos.
Los males físicos pertenecen al cuerpo, es decir, a nuestro orden material, y están formados esencialmente por las dolencias corporales, lo que llamamos enfermedades. En la medida en que vamos avanzando en edad, nuestro cuerpo se va derrumbando, y este derrumbe hace aumentar las dolencias físicas, aunque hay que reconocer, que dados los avances de la medicina moderna, estas dolencias van siendo cada vez más soportables. Podemos ser muy atletas, hacer mucha gimnasia y deporte, pero el cuerpo poco a poco siempre va derrumbándose, por mucho que lo cuidemos y mimemos, el avance gracias a Dios, es imparable.
Lo que verdaderamente no queremos soportar, es que como consecuencia de nuestras enfermedades, nuestro envejecimiento nos acerca al momento en que tendremos que abandonar este mundo y ello es fruto, del dichoso apego que tenemos a este mundo, porque aunque nos digan, que lo que nos espera es mucho mejor que lo que ahora tenemos; la realidad es que no acabamos de creérnoslo. Pero en todo caso esto es una dolencia psíquica y no física.
Los males psíquicos, son muchos más y también mucho más importantes. Para mucha gente el más importante de todos, es la idea del abandono de este mundo. En general este mal psíquico, que para algunos no tiene nada de mal sino de bien, es más acusado en la medida de que la persona, tiene una más pobre vida espiritual. Hay a quienes les atormenta, el desconocimiento de momento en que les llegue el abandono de este mundo. A este respecto, nadie nos puede resolver el problema, pero hay un algo que muchas personas no lo tienen presente. Dios tiene una verdadera obsesión en amarnos a nosotros. Fruto de esta obsesión, es el deseo de que sin quebrar la libertad que nos ha dado haga todo lo posible y lo indecible, para que nos salvemos y que nos salvemos en las mejores condiciones posibles. Es por ello que Dios a mi parecer solo llama a una persona, cuando esta ha dado de sí, el máximo posible en su amor a Él. De aquí la disparidad de años que viven las personas; unas viven muchos años y otros muy pocos años.
Los males psíquicos son muy variados y también son más profundos los dolores que generan, que los que tiene su origen en los dolores físicos; sencillamente porque los físicos afectan al cuerpo, el cual pertenece a un orden inferior que es el material, mientras que los psíquicos pertenecen al orden superior del espíritu, que fue el creador de la materia, pues Dios no es materia sino Espíritu puro. Son muchos más los males psíquicos los que nos amargan la vida y sin embargo nos resistimos a tomar las medicinas que nos curarían estos males. Lo que nos pasa es que nos falta visión.
Todos sabemos, que el campo de visión de un ratón es muy pequeño y limitado…, por el contrario el águila, es el animal con mayor campo de visión que conocemos. Esta dicotomía, entre ratón y águila, tiene mucho que ver con nuestras vidas. Nosotros cuando tomamos una decisión y consecuentemente actuamos, previamente, si somos sensatos, hemos medido las consecuencias que pueden originarse por razón de nuestra actuación. Hasta aquí todo es perfecto, sensatamente miramos y sopesamos lo que hacemos. Pero cabe preguntarse: ¿Cuándo miramos, que clase de ojo utilizamos, el del ratón o el del águila? Desgraciadamente, no vemos más allá de nuestras narices y solo miramos pensando en el bien de nuestro cuerpo, importándonos un comino, el bien de nuestra alma. Incapaces de pensar nada más que en aquello que nos adula, tenemos una vista ratonil, y no somos capaces de elevar nuestros pensamientos hacia el Señor, y adquirir una visión de águilas. Una visión por encima de lo “natural”, una visión “sobrenatural”.
Todos nuestros males físicos y especialmente los psíquicos, que son los más importantes, están relacionados con nuestra cruz personal y la aceptación de esta, es indudable que reduce su peso. El Señor nos dejó dicho: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallara”. (Mt16,24-25). Y también nos dejó dicho: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera”. (Mt 11,29). Si analizamos los dos versículos evangélicos, “prima facie” aparece un cierto grado de contradicción. Por un lado el Señor nos invita a que aceptemos nuestra cruz, y si hay algo que repudiemos los mortales es el peso de nuestra cruz. Y por otro lado nos dice que aceptemos el yugo. ¿Cómo se entiende esto? Veamos que antes de asegurarnos que su yugo es blando y suave, Él mismo se pone de ejemplo y nos dice que aprendamos de Él, porque Él es manso y humilde y esto tiene mucha trascendencia.
Ya hemos dicho antes que la mayoría de los males que nos aquejan son de carácter psíquico, o sea pertenecen al mundo de lo invisible, porque los males físicos esencialmente nuestras enfermedades bien que se ven. Y psíquico es lo que afecta al desarrollo de nuestra alma. Existe una regla bien clara y comprensible que nos dice que: A un mayor desarrollo espiritual de un alma, corresponde siempre un mayor grado de humildad de esta alma. Y bien sabemos que detrás de todo vicio o pecado se encuentra la soberbia, de la misma forma que detrás de toda clase de virtud humana se encuentra la humildad. Por lo tanto cuanto mayor sea nuestra humildad, menos males psíquicos soportaremos. Pongamos un ejemplo: La envidia genera en quien la tiene una gran amargura, la de no poseer lo que otro tiene, y ello es porque nuestro orgullo nos hace creer que somos acreedores a lo que no tenemos y otros tienen. Pues bien si somos humildes comprenderemos que nunca ninguno de nosotros somos acreedores a nada más, que a lo que Dios ha dispuesto que tengamos.
El último tercio del siglo XVIII fue nefasto para cristiandad. Un grupo de hombres, que se auto titulaban librepensadores o enciclopedistas, formularon una serie de falsos principios que hoy en día casi 250 años más tarde seguimos aceptándolos e instrumentando nuestra vida y nuestras relaciones de convivencia, en base a estos principios. De los tres clásicos principios franceses: Igualdad, libertad y fraternidad, escojamos para analizar el primero. Es totalmente falso que todos seamos iguales. Dios nos ha hecho desiguales a todos, desiguales y no solo en nuestros cuerpos, sino en nuestras almas y lo que es importante, nos ha colocado en este mundo en desiguales condiciones económicas, sociales e intelectivas y su deseo es que, en el lugar que nos ha colocado y desde este lugar, superemos la prueba de amor a la que estamos convocados. Lo importante es amar al Señor, no rebelarnos frente a sus decisiones y como no podemos alcanzar aquello para lo que no estamos llamados, descargamos en el que está arriba toda la amargura y envidia que nos produce nuestra situación, porque nos han metido en la cabeza la idea de que todos somos para todo iguales. Por otro lado, nos olvidamos de un principio básico para el Señor: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá”. Y como todos tenemos, personas situadas por arriba, y personas situadas por abajo; más vale que nos preocupemos, de lo que se nos va a exigir una vez arriba, porque aunque no lo veamos, ya que siempre miramos hacia arriba, es mucho y son muchos los que están por debajo nuestra, ellos serán el día de mañana los que fijarán el tamaño de la vara con la que seremos medidos.
Situación más dura y amarga que la de la esclavitud, ya existía y estaba muy extendida en el mundo, cuando el Señor vino a redimirnos y sin embargo, nadie encontrará en los evangelios una proclama acerca de la igualdad de los derechos de los seres humanos y de la redención de la esclavitud. Entre los primeros cristianos, seguía existiendo la esclavitud y había cristianos libres y esclavos. San Pablo en su epístola a Filemón, escribe: “Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora muy útil para ti y para mí. Te lo devuelvo, a éste, mi propio corazón… y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mí, ¡cuánto más lo será para ti, no sólo como amo, sino también en el Señor!” (Fil 0,10-16).
Situaciones injustas, debieron de soportar los primeros cristianos sometidos a las persecuciones de los emperadores romanos y ellos no solo no se sublevaron, frente a esta injusta y desigual situación civil y social, sino que oraban por sus perseguidores. Para ellos lo importante no se encontraba aquí abajo sino allá arriba, a donde solo se podía llegar amando al Señor. La implantación en nuestras mentes del principio de la igualdad absoluta, ha traído como consecuencia, una quiebra del principio de jerarquía y subsiguiente obediencia a la jerarquía por Dios establecida entre nosotros al determinar a cada uno de nosotros el lugar que hemos de ocupar en este mundo para mejor servirle y amarle Él.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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