Acabo de leer una noticia en ReL, que dice:… Juan Pablo II es el Papa que más horas ha pasado delante del sagrario (ReL del 04-08-11).
El encabezamiento de este artículo, en el que se recogen las manifestaciones del Cardenal español de curia Don Julián Herránz, puede ser que periodísticamente sea muy bueno. Pero personalmente me hace pensar que pocas van a ser las personas que entiendan que es un mérito el estar horas ante el sagrario.
Desgraciadamente la gran mayoría de las personas piensan que eso es una lamentable pérdida de tiempo, y que es mucho más efectiva y agradable a los ojos de Dios la actividad caritativa de los fieles. ¡Vamos como si la Iglesia fuese una importante ONG! Que es en lo que entienden muchos, que es, lo que es o debe de ser la Iglesia, de la cual piensan que la labor más importante es la de Cáritas, y no esa lamentable pérdida de tiempo de tantas monjas contemplativas, tocándose las narices y durmiendo la siesta en una capilla delante del sagrario. ¡Pobres ignorantes! Creo que tendremos que decir tal como dijo el Señor: “Perdónalos Padre porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34) aunque en este caso, tendríamos que añadir. No solo lo que hacen sino lo que piensa y dicen. Escribía Juan Pablo II en su libro “Vida de Cristo”, que: “Todos los hombres, cada uno en la concreción de su propio yo, de su bien y mal, están, pues, comprendidos potencialmente e incluso se diría que intencionalmente en la oración de Jesús al Padre: “Perdónalos”.
Somos cuerpo ya alma, y el alimento del cuerpo, bien que nos ocupamos de él, lo realizamos entre tres y hasta cinco veces al día, y los hay que hasta tienen que realizarlos en modernas basílicas llamadas restoranes cuya se categoría se mide por número de tenedores. Dentro de estos modernos centros paganos, ofician una pléyade de miembros consagrados al culto del vientre, encabezados por unos sumos pontífices llamados chefs, a los cuales se les rinde pleitesía y culto en todos los medios sociales y de comunicación. ¿Qué sería de nosotros? Si careciéramos de los platos y exquisiteces, que nos preparan estos nuevos frailes, abades, y sumos pontífices del culto al estómago. Hasta hay personas que no se explican, cómo puede haber hambre en el mundo, con la cantidad de restoranes que se abren cada semana. ¡Ah! y desde luego que esto no es gula, porque a juicio de los embaucados en esto movimiento, la gula es por la cantidad y no por la calidad.
Pero dejando al margen bromas e ironías, que a muchos solo nos sirven para desahogar nuestra tristeza e indignación, y a los demás, para llamarnos retrógrados, es el caso de que, del alimento de nuestra alma muy poco nos ocupamos y amén de recibir diariamente el sacramento de la Eucaristía, no existe en el mundo una receta más eficaz para combatir el mal y al maligno que lo esparce, que estar delante de un sagrario diariamente el mayor tiempo posible… ¿Y que es lo que se hace? Pues sencillamente, mirar, contemplar, cuando el Señor nos otorga ese preciado don de la contemplación, que no siempre es muy frecuente y si no, meditar y en muchos casos luchar denodadamente contra las distracciones, contra el sueño y hasta contra el aburrimiento. Y es entonces cuando más de uno de los que esto lean, se preguntará: ¿Y eso sirve para algo? Es inútil que le digamos que sí, que sirve para mucho, porque hasta que no lo experimente su alma no lo comprenderá jamás. Y además no solo le sirve directamente al que lo practica, sino también al resto de la gente. Esas monjas y frailes contemplativos, son los pilares que están sustentando el orden y el alimento espiritual de la humanidad. Pero mucho me temo que a más de uno, aunque ignorándolo, se esté beneficiando de todo esto, que a él personalmente, es como si le hablasen en chino.
Entre los exégetas del evangelio, siempre se ha tratado mucho y ha dado origen a muchos comentarios, el pasaje de Marta y María, es decir; ¿Qué es más importante la acción o la contemplación?
“Yendo de camino, entró en una aldea, y una mujer, Marta de nombre, le recibió en su casa. Tenía esta una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escucha su palabra. Marta andaba en los muchos cuidados del servicio, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te preocupa que mi hermana me deje a mi sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude. Respondió el Señor y le dijo: Marta, Marta tú te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias, o más bien una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada”. (Lc 10,38-42). Este pasaje evangélico, solo es recogido por San Lucas y ninguno de los otros tres evangelistas hace mención de él, a pesar de su importancia. Lo cual le hace a uno pensar: Cuantas maravillas diría y haría el Señor de las que no tenemos noticias de ellas.
Comenta significativamente este pasaje evangélico San Agustín y dice: “Por consiguiente, no se le quitará a María lo que escogió; a Marta, sin embargo, se le quitará lo que eligió; aunque se le quitará para su bien, para darle lo mejor. Se le quitará el trabajo para darle el descanso. Marta navega, cuando María está ya en el puerto”. El P. Lallemant, a este respecto comenta: “El punto más trascendente de la vida espiritual consiste en disponerse a la gracia por medio de la pureza de corazón; de tal modo que de dos personas que al mismo tiempo se consagrasen al servicio de Dios, si una de ellas se entrega a practicar buenas obras y la otra se dedica únicamente a purificar su corazón y a quitar todo lo que en él se opone a la gracia, esta última llegará a la perfección en la mitad de tiempo que la primera”.
Aunque se tenga una vida espiritual bien desarrollada, es muy fácil caer el error de valorar más la acción que la contemplación. Sencillamente porque los frutos de la acción los percibimos claramente con los ojos de nuestra cara y nos llenan de satisfacción, mientras que los frutos de la contemplación solo pueden ser debidamente percibidos con los ojos de nuestra alma, y somos todos muy deficitarios de visión sobrenatural, por no tener debidamente desarrollados los ojos de nuestra alma. Juan Luis Lorda escribe diciendo: “Es fácil caer en la tentación de prestar mucha atención a lo que hacemos por Dios, y muy poca a Dios, por el que se supone que nos esforzamos. Esto puede provenir de la falta de consideración, o también de una soberbia encubierta: no sentimos de la necesidad de recurrir a Dios porque quizás creemos que hacemos las cosas con nuestras propias fuerzas”.
Hace ya dos años, escribía en esta revista ReL, una glosa sobre la contemplación y decía: ¿Pero que es la contemplación? Y me contestaba diciendo: Es el más perfecto estado de unión de amor con Dios que un alma puede alcanzar en esta vida. Para San Juan de la Cruz, contemplar es sumergirse en la mayor profundidad de sí mismo y ahí encontrarse con Dios. El alma en contemplación es, para el santo Doctor, como el pez inmerso en las aguas del espíritu, dejándose envolver por las tinieblas para penetrar en el abismo de la fe. Se trata de reducir al silencio, al hombre sensorial y racional para que uno pueda realmente vivenciar la fe en Dios presente, de modo que el supremo acto de fe, de esperanza y de amor se confundiría con el supremo acto de contemplación. En el sentido estricto de la palabra, según Thomas Merton, la contemplación es un amor sobrenatural y un conocimiento de Dios sencillo y oscuro, infundido por Él mismo, en lo más elevado del alma, de modo que le proporciona a ella un contacto directo y experimental con Él.
Y más adelante añadía: La contemplación, es una experiencia que no se puede enseñar. Ni siquiera se puede explicar claramente. Solo puede ser indicada, sugerida, evocada, expresada con símbolos. Cuanto más se intenta analizarla objetiva y científicamente, tanto más se la vacía de su contenido real, ya que esta experiencia está más allá del alcance de las palabras y los razonamientos.
El camino que lleva a la oración contemplativa es arduo y, por lo general, bastante largo. Recorrerlo con perseverancia exige esfuerzo y puede cansar. Son pocos los que logran alcanzar la cumbre de la contemplación. Pero más reducido aún es el número de los que llegan a disfrutar en plenitud la maravillosa experiencia de una profunda e íntima unión con Dios. Para alcanzar este estado espiritual, el silencio juega un papel fundamental, silencio exterior y silencio interior de nosotros mismos. Dios nos hablará siempre en el ruido del silencio y difícilmente se nos manifestará, dentro de una oración discursiva, sea esta vocal o mental, máxime cuando en la mayoría de las veces la oración discursiva es mecánica, pues no ponemos atención en lo que rezamos, raramente saboreamos las palabras que le dedicamos al Señor. Cuanto más denso sea el silencio interior tanto más fácil es penetrar en nuestra profundidad donde mora Dios. Aquí radica la exigencia de callar, mirar y escuchar con un creciente deseo de amor. El amable semblante del Señor, está oculto en la más profunda intimidad del corazón. Hay que sumergirse en esa hondura. Solo a quien logra llegar al fondo se le puede revelar el Señor. Si quieres encontrar un modelo contemplativo, escribe Jean Lafrance, ponte al lado de tu perro; te aseguro que te iluminará de manera sencilla, sobre lo que Dios espera de ti en la oración. Y lleva mucha razón Lafrance, la devoción de un perro por su amo, concretamente del mío que se pasa y horas mirándome mientras escribo, es lo que muchas veces tomo de ejemplo de cómo debemos comportarnos con el Señor, al perro le mueve la adoración y el amor a su amo, y eso es lo que nos debe de mover a nosotros con respecto al Señor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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