¿Qué mano mueve la misma cuna en sitios tan distantes? No hace falta ser ningún genio para adivinarlo: la que odia a la Iglesia.
La medición de las épocas históricas que se hacía en el mundo Occidental y en los países de su influencia cultural, tomando como referencia la datación cristiana, el gobierno laborista australiano quiere modificarlo, como se informó en estas páginas días atrás. Lo de “antes de Cristo” (a.C.) y “después de Cristo” (d.C.) que figuraba y figura en todos los textos de Historia, quieren sustituirlo, recurriendo a una medida impositiva, propio de progresistas, por las expresiones “antes de la Era Común” (BCE, según las siglas en inglés), “antes del presente” (BP) o “era común” (CE).
Esta forma de datar el tiempo histórico es “común” o habitual en la retórica de la llamada masonería “especulativa” o “filosófica”, más bien ideológica, la única con identidad real, que se presenta de esta manera para distinguirse de la masonería “operativa” o cofradías de constructores de catedrales de la Edad Media, de las que se declaran herederos los masones modernos. Bueno, esto es una las grandes fabulaciones de la gente del compás y la escuadra, para aparentar una solera histórica o pedigrí del que carecen por completo.
En un principio, la Gran Logia Unida de Inglaterra (GLUI), madre de todas las logias del mundo, incluidas las más disparatadas y “heréticas”, fechó sus documentos contando los cuatro mil años desde que Dios creó el hombre, a los que añadían el año común que pudiera corresponder. Así, por ejemplo, las Constituciones de Anderson, catecismo originario masónico, están fechadas en el “Año de la Masonería” 5723, es decir 4000 años más 1723 del “Año de Gracia” en que realmente fueron publicadas. Posteriormente se dieron cuenta que eso de conceder a la especie humana una antigüedad de algo más de cinco mil años –ahora ya seis mil- era una tontería monumental, desecharon por tanto ese cómputo y retornaron al calendario cristiano, pero tratando de enmascarar su origen. La masonería, toda ella de carácter secularista, o deísta en el mejor de los casos, no puede soportar ninguna referencia al cristianismo en general y muy en particular al catolicismo. De ahí esa memez - otra más - de la “era común” o “era vulgar”, como también he visto escrito en otros textos de la Orden del triángulo. De ahí, también, ese afán laicista de los gobiernos socialistas, esa beligerancia militante anticristiana en España, en las antípodas y allí donde tienen mando en plaza.
Y eso, ¿por qué? La cosa requiere una mínima explicación. Como congregación ideológica al servicio de intereses político-religiosos (o antirreligiosos) desde su misma creación en 1717 (inicialmente la Corona británica, ciertas ramas protestantes muy “antipapistas” como hugonotes – calvinistas -, puritanos, presbiterianos, etc., deísmo, relativismo doctrinal, secularismo, etc., según los tiempos), los masones actuaron muy activamente en los negocios políticos, siempre escorados hacia la izquierda. En una época lo hicieron dentro de lo que al paso del tiempo se dieron en llamar partidos liberales, pero no lo eran en absoluto, sino la pura contradicción del espíritu humanista y tolerante de los pensadores iniciales que dieron origen a esta corriente política. En puridad, aquellos partidos no eran liberales, sino simplemente masónicos, radicales, sectarios. Pero al terminar la II Guerra Mundial estos partidos entraron en manifiesta decadencia, siendo avasallados y superados por la socialdemocracia. La masonería, al ver que perdían influencia y poder si permanecían anclados en los muelles de sus viejos socios o instrumentos, decidieron cambiar de bando, inundando y apoderándose del puente de mando de los modernos partidos socialistas, liberados del viejo espíritu violento de la lucha de clases y el maniqueísmo marxista. Aclaremos, liberados en parte. El antiguo odio a la burguesía “explotadora del proletariado”, lo transformaron después, bajo la tutela de los mandiles - y ahí sigue - en inquina al cristianismo, que es lo que tenemos ahora.
El hecho, por ejemplo, de que se fabriquen manifestaciones contra el Papa allí por donde pasa, o que se tomen medidas rabiosamente laicistas tanto en España como en la parte opuesta del mundo, viene a demostrar que estamos ante una ofensiva general cristofóbica y anticatólica. Pero, ¿qué mano mueve la misma cuna en sitios tan distantes? No hace falta ser ningún genio para adivinarlo: la que odia a la Iglesia.
Vicente Alejandro Guillamón
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