La Virgen María, nuestra Madre y Señora, ve en cada uno de nosotros a su Hijo amado.
Nos trata como si en nuestro lugar estuviera Cristo mismo. Ella sufre intensamente el tormento que nuestros pecados le causan a su Hijo, ofendiendo a Dios que nos amó hasta el extremo de: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3,16). El amor de María a nosotros es muy superior al amor que nos pueda tener nuestra madre terrenal, pues el amor de esta se basa más en razones y consideraciones materiales, que en las espirituales, y el amor de María a nosotros es exclusivamente espiritual.
Como sabemos el orden del espíritu, es superior al orden material. Fue Dios, espíritu puro el que creo toda la materia que constituye el universo. Nunca la materia ha creado el espíritu, sino que siendo un orden de carácter inferior, le está sometida al espíritu y la materia existe, porque el Espíritu, en este caso Dios creador de todo lo visible e invisible, la sostiene y le permite existir. Por todo ello en contra de lo que muchos no comprenden, María no se sintió menospreciada por su Hijo el Señor, cuando: "Vinieron su madre y sus hermanos, y desde fuera le mandaron a llamar. Estaba la muchedumbre sentada en torno de Él y le dijeron: Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan. Él les respondió: ¿Quién mi madre y mis hermanos? Y echando una mirada sobre los que estaban sentados en derredor suyo, dijo: He aquí a mi madre y a mis hermanos. Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. (Mc 3,31-35). Los lazos de amor entre María y su Hijo Jesús, eran más fuertes e importantes los espirituales que los materiales terrenos.
Con nuestra madre terrenal, podemos tener también lazos de carácter espiritual. ¡Cuántas son las madres! que le han adiestrado a sus hijos a dar los primeros pasos de su vida espiritual, enseñándoles sus oraciones nocturnas, aquellas que todos recordamos, referidas al ángel de la guarda y han guiado nuestras manos derechas a persignarnos y santiguarnos. Personalmente recuerdo que ya de mayor estando en la Universidad, seguía rezando el rosario con mi madre. Pero el lazo espiritual con nuestra madre celestial es superior, porque ella es también superior espiritualmente hablando, sin perjuicio de que también lo fuera materialmente, cuando estaba en este mundo.
Nosotros somos amados por Ella, el Señor en la cruz, le dijo: “Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre”. (Jn 19,26-27). Y aunque no se lo hubiese dicho, ella siempre nos habría amado, porque el amor siempre genera deseos de amar lo que ama el Amado. De la misma forma que Ella también hubiese sido amada, como lo que es: Nuestra Corredentora y Mediadora universal de todas las divinas gracias. Lo que el Señor dijo en la cruz, más bien va dirigido a nosotros, que a Ella, pues el amor de Ella en nosotros ya había nacido, es desgraciadamente el de nosotros hacia Ella el que es enteramente raquítico, y son muchos los que ignoran lo que se pierden, pues ella es un verdadero atajo para lograr una gran gloria el día de mañana, sencillamente porque Ella es la Gloria de las glorias.
Pero a pesar de la anterior lamentación, que lo poco que a nuestro juicio se la ama, no han faltado a lo largo de la historia, locos enamorados de su amor. Quizás sea España quien se lleve la palma, por algo se la llama la “Tierra de María Santísima”, y entre los muchos españoles a los que se les puede donar el título de “locos por Maria”, se encuentra un reciente Santo, llamado Rafael Arnáiz. Nació este en Burgos en 1911 y fallecido de un coma diabético, a los 27 años en 1938, tras una corta vida monástica en la Trapa del Monasterio de san Isidro de Dueñas en Palencia. Fue canonizado por Benedicto XVI en el 2009. En su corta vida dedicó una especial atención al amor a nuestra Señor, fruto del cual son los siguientes pensamientos: Todo, absolutamente todo en nuestra vida está en manos de María, de manera que no hay que preocuparse que Ella lo arreglará todo; ponte en sus manos y confía.
¿Quién mejor que Ella para comprender, para ayudar, para consolar, para fortalecer?...
¡Qué grande es Dios, qué dulce es María! Qué alegría tan grande pensar en el cielo, cuando allá estemos a su lado, y cantemos siempre, siempre, siempre, unos los tiernos cantos del colegio; otros la Salve Regina; otros, el solemne y divino Magníficat de los coros monacales, y otros que no sepan cantar, de tanto gozar de la hermosura de María.
¿Quién mejor que María, la Santísima Virgen, para refugio de nuestro pecados, de nuestras miserias?
Creo que no hay temor en amar demasiado a la Virgen; creo que todo lo que en la Señora pongamos, lo recibe Jesús ampliado.
Tú dices muchas veces: “todo por Jesús”; ¿por qué no le añades, “todo por Jesús y a Jesús por María”.
¡Sería todo tan fácil si acudiéramos siempre a la Señora! A mí me ha sacado adelante en muchas ocasiones.
Ama mucho a la Virgen, y eso te ayudará para amar a Dios. Con Jesús y María a mi lado, lo puedo todo. Aún con miserias y todo, la Virgen nos quiere mucho.
La Santísima Virgen que me comprende sin necesidad de ruidos ni de palabras, es mi gran consuelo. Ante Ella deposito mi silencio.
La Santísima Virgen que me comprende sin necesidad de ruidos ni de palabras, es mi gran consuelo. Ante Ella deposito mi silencio.
Son diversas las composiciones y oraciones, que llevan el sello Hispánico, así tenemos a Pedro Mezonzo, obispo de Santiago de Compostela que en el año 997. En aquella época tuvo que hacer frente al moro Almanzor, que conquistado Santiago de Compostela, retornó a Córdoba con cuatro mil prisioneros, sometidos a la esclavitud. Como humillación final, hizo cargar a los hombros de algunos de ellos las campanas y las puertas de la catedral que se colocaron en la mezquita de Córdoba. ¡Cuántos sufrimientos tuvimos que soportar, durante más de 700 años, hasta que logramos vivir en libertad nuestra amor al Señor y a la Virgen su Inmaculada madre. Pues bien, según Benedicto XIV, tiene al obispo Mezonzo fue el redactor de la Salve a Nuestra Señora.
Termino esta glosa con una composición del poeta y músico Juan del Encina o Enzina, nacido en 1468 y fallecido en León en 1529. La composición dice así:
Ave María que te salve Dios te digo, María, por ser quien eres,llena de gracia y abrigo; el Señor Dios es contigo; bendito el fruto y primorde tu vientre sin dolor, Jesucristo, nuestro Dios; tú, Madre, ruega por nos y por todo pecador.
Ave María que te salve Dios te digo, María, por ser quien eres,llena de gracia y abrigo; el Señor Dios es contigo; bendito el fruto y primorde tu vientre sin dolor, Jesucristo, nuestro Dios; tú, Madre, ruega por nos y por todo pecador.
Juan del Enzina
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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