jueves, 4 de agosto de 2011

LO IRREMEDIABLE



Todos sabemos que lo irremediable es una situación de la vida que no tiene remedio, que no hay quien la arregle.

Y unido a este vocablo hay un dicho vulgar, que nos dice que: En esta vida todo tiene remedio menos la muerte. Afirmación esta, con la que en absoluto estoy de acuerdo, pues quien la dice en su subconsciente, está pensando en el dinero, que a juicio de una inmensa mayoría de seres humanos, el dinero lo arregla todo. Y esto tampoco es cierto. El fallo en la apreciación y valoración de estos términos, radica en marginar la voluntad divina. Veamos.

Con respecto a la muerte, indudablemente desde que Lázaro fue resucitado por el Señor, hace ya más de dos mil años, nadie puede asegurar que tiene noticias de una resurrección de un muerto. Puede haber, eso sí, personas que han vuelto a la vida en términos médicos, cuales son los casos de las NDE (Experiencias alrededor de la muerte). Pero aclaremos que una cosa es la muerte clínica o médica, en la que hay diferencias de apreciación por los médicos, parada cardio respiratoria, encefalograma plano, etc… y otra cosa es la muerte desde el plano humano espiritual, donde se entiende que la muerte se produce cuando hay una separación definitiva entre el alma y el cuerpo material que ha sido su sostén en este mundo.

Precisamente la posible diferencia de tiempo que pueda existir entre la muerte aparente, o muerte clínica y la muerte real apreciada en el orden espiritual, es el apoyo de la teoría escatológica por la que, lo que a juicio de algunos teólogos se llegan a salvar muchas almas, pues en ese espacio de tiempo la persona puede apreciar la grandeza y el amor de Dios y se inicia en ella un arrepentimiento que todavía se realiza a tiempo. Bueno esto es una teoría y mi consejo sincero, es que nadie se juegue su salvación en la realidad o irrealidad de una teoría teológica.

Pero dando por sentado, que la muerte es un algo irremediable, es de ver que no es lo único que es irremediable en esta vida. Tomemos por ejemplo las enfermedades, la mayoría son irremediables, aunque se emplee mucho dinero en los mejores médicos, cirujanos y medicinas, la realidad es inexorable, la enfermedad deja su huella en el cuerpo humano y nadie vuelve al mismo estado de salud, que tenía antes de iniciarse la enfermedad, por otro lado el paso del tiempo da origen a un algo que para muchos es terrible, me refiero al envejecimiento. No tenemos más que ver el vivo interés que muchas personas tienen en quitarse años mintiendo su edad, como si con ello lograsen estar más tiempo en este miserable valle de lágrimas en que estamos.

El temor a la vejez, no es otra cosa que un encubierto temor a la muerte, porque la vejez es el heraldo de la muerte. San Agustín en los días de su última enfermedad decía: "Quien ama a Cristo no puede tener miedo de encontrarse con El. Hermanos míos, si decimos que amamos a Cristo y tenemos miedo de encontrarnos con El, deberíamos cubrirnos de vergüenza".

La vejez es la última etapa que recorremos, antes de ser llamados, y desgraciadamente no todo el mundo llega a poder recorrer correctamente esta etapa de la vida. Si se les pregunta a los jóvenes, no se encontrará ninguno que diga que no quiere llegar a viejo, todo el mundo joven o maduro, en el fondo de su ser envidia a los que se encuentran en la última etapa, sobre todo, si estos se encuentran en un excelente estado físico y mental, y aunque no lo estén, es lo mismo, también secretamente se les envidia por haber podido llegar al final de la carrera, pues la fuerza del apego a este mundo es tal, que aunque sea como sea, lo importante es llegar hasta el final, aguantar aquí hasta el último momento. Diríamos que en esta carrera de la vida, también es aplicable el lema olímpico, de que lo importante es participar no ganar. Y a sensu contrario también los viejos por su lado envidian a los jóvenes. Ya les gustaría a ellos tener la edad de los jóvenes, pero eso sí, sin perder la experiencia que han adquirido con el devenir de los años.

Pero si ya hemos llegado a esta última etapa, no debemos de olvidar, que en contra posición con el lema olímpico, aquí lo importante, más que participar, es ganar. La participación no depende de nosotros, ya que el Señor, nos la dan hecha, pero el ganar si depende de nosotros y hemos de ganar dos batallas. La primera es la de nuestra propia felicidad en esta última etapa de la vida, y la segunda, mucho más importante que la primera, y como corolario de ella es alcanzar la vida eterna.

Para los que hemos alcanzado esta etapa, que llamamos de jubilación, la alegría debe de ser doble, no solo en el orden material, sino fundamentalmente en el orden espiritual, pues a todos se nos abre un mundo de posibilidades hasta ahora inédito. Para los que han llevado una vida más o menos en gracia divina, la vejez les da ocasión de estrechar más fuertemente sus lazos con Dios, y para aquellos que todavía no han llegado a plantearse una búsqueda y el encuentro con Dios, conviene aconsejarles y decirles que están agotando sus últimas posibilidades. El que no se monte en el tren ahora, lo perderá. Y no solo perderá lo que le espera en el más allá, sino que arruinará en esta vida, los últimos años que le restan, pues por el camino que tratan de marchar si no cambian, no encontraran paz ni felicidad alguna.

Si resulta que sí, que nos planteamos este tema del encuentro con Dios, pero sin mucho entusiasmo, no olvidemos que las medias tintas a ninguna parte conducen y el final se acerca. Y si resulta que si queremos buscar y encontrar a Dios, con todo entusiasmo, no dejemos de cejar en nuestro empeño, con paciencia, sin desesperarse, teniendo en cuenta siempre, que en la vida espiritual, todo marcha muy lento y Dios no es nunca partidario de resultados espectaculares. Pero que nadie se asuste, de que si la vida espiritual se desarrolla lentamente a él ya no le queda tiempo. Se equivoca Dios tiene mucha paciencia y lleva muchos años esperando, y seguirá siempre esperando al alma que quiera ir a Él, por lo que sí se ama al Señor, a nadie le faltará tiempo.

En este camino, encontraremos una feliz travesía de la etapa de la vejez, y un buen fundamento, para aceptar sin angustia ni sufrimiento alguno, el momento final que nos espera, para abrirnos las puertas del cielo. Confiemos en la Virgen Nuestra Señora, y en Nuestro Señor, pues Él, jamás abandona a nadie que le ha buscado, tal como ha manifestado a muchos santos y ello es así, porque la que podríamos llamar política divina, pasa por la voluntad que tiene el Señor de que todos, absolutamente todos, nos salvemos.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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