El hombre centro de la Creación se pasa progresivamente al hombre productor, consumidor, cáncer de la naturaleza para concluir en el hombre inútil y costoso como son los ancianos.
Seguimos en crisis. Tal afirmación no es un gran descubrimiento, ni una afirmación equivocada. Puede que, en términos estrictamente económicos, según ciertos indicadores, no estemos técnicamente en crisis. Pero en el lenguaje normal, hay consenso: seguimos en crisis. La palabra sigue de moda, en Europa y en España. La prima de riesgo y los planes de rescate están un día sí y otro también jalonan el panorama actual de Europa, de España, y hasta de nuestro entorno más próximo.
La tendencia humana (hay cosas en las que no cambiamos nada) es buscar un culpable. Consolarnos echando la culpa a alguien. En el relato del Génesis, al narrar la creación, ya vislumbramos esta tendencia: el hombre culpa a la mujer del pecado, la mujer a la serpiente, y la serpiente, muerta de rabia, no logró culpar a nadie. Nada nuevo hay bajo el sol. Y si esa búsqueda de culpables va a la par que una búsqueda de soluciones, el problema sería salvable; mil quejas no ponen un leño, decía el sabio al hombre que lloraba ante el derrumbe de su cabaña.
Hagamos un poco de historia de la crisis, brevemente, no para buscar culpables sino para recuperar aquello que a lo mejor estamos perdiendo. “En el origen de esta crisis está no haber respetado enteramente la vida y dignidad del hombre (la Humanae Vitae) y el tipo de progreso que el hombre debe seguir, un progreso ideal (la Populorum Progressio)”, afirmaba recientemente Gotti Tedeschipresidente del IOR (Instituto de las Obras de Religión), y el que fuera director de la Banca Vaticana.
Hace cuatro décadas, o algo más, empezaron grandes cambios sociales. Con la revolución del 68, la plena libertad y el prohibido prohibir, cobró importancia también la así llamada “revolución sexual”. Sexo libre, sexo como algo principal (o exclusivamente) biológico. Si es algo puramente biológico, “natural”, empieza a sobrar lo específicamente humano, la responsabilidad de un acto que tiene sus consecuencias y que, por tanto, podemos manipular y organizar como nos interesa. Simplificación del fenómeno, pero se acerca a la realidad.
Así las cosas, empieza una primera crisis, la crisis de la vida naciente. Si hay un fallo en la relación biológica y el instrumento biológico con el que la manipulo, se extirpa “el tejido sobrante” y asunto concluido. Ya en aquellos años una voz se levantó avisando del peligro, presente y venidero. Y muchas voces le criticaron y exageraron la situación. Ahora vamos comprobando que Pablo VI, y sus previsiones en la Humanae vitae, no eran tan bizarras como algunos decían.
La crisis de la vida naciente va atacando al otro punto débil de la vida: su final, los enfermos-carga, o los ancianos-carga. Van cambiando las legislaciones, se va perdiendo el valor de la vida, la dignidad de la vida, y se reenfoca esta realidad. No se trata de personas, que nacen o que sufren una enfermedad, sino de productores (o no productores) y consumidores. Los viejos son caros y no producen nada... ¿para qué mantenerlos?
Y así, casi sin darnos cuenta, vamos trivializando la vida, en su origen y en su final. La evolución lógica, como en un incendio, es que la cuerda se va consumiendo por sus dos puntos débiles, y el ser humano, digno por sí mismo, pasa a ser homo productor et consumitor. Lo que preocupa de la crisis es que el hombre produzca y consuma, que pague (impuestos, bienes que compra...). Del hombre centro de la Creación se pasa progresivamente al hombre productor, consumidor, cáncer de la naturaleza para concluir en el hombre inútil y costoso como son los ancianos. En clave consumista, sobran los ancianos: no producen y gastan mucho.
“El origen de la crisis, decía Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, está en nihilismo dominante y en la perdida progresiva de los valores”. La vida, poco a poco, va perdiendo valor, contenido más allá del puro valor económico.
En esta situación admiramos, sin embargo, tantas iniciativas de voluntariado, ONGs, colaboración de Caritas y Manos Unidas... Tenemos sed de valores, y aunque estas noticias solidarias no abran telediarios, nos conmueven el corazón y nos humanizan. España sigue siendo uno de los países más generosos ante situaciones de emergencias por catástrofes. Que no nos quiten nuestros valores; más aún, que promovamos y sepamos defender el valor de la vida, de la vida naciente, de la terminal, de la enferma, de la inútil según criterios puramente económicos.
José F. Vaquero
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