jueves, 16 de junio de 2011

EL BULO DE LA IGLESIA "CELTA" INDEPENDIENTE: LOS HISTORIADORES LO DESMIENTEN



San Patricio o San Brandán eran católicos fieles al Papa.

Neopaganos celtoides, anglicanos, presbiterianos y antipapistas en general intentan obviar la romanidad del primer cristianismo en las Islas Británicas.

En una sociedad que busca espiritualidad sin religión, "lo celta" se presenta como muy sugestivo: la música tradicional de Irlanda y Gales, las ruinas de los monasterios de Iona o Lindisfarne y las historias de grandes santos como Patricio, Columba o Brandán despiertan anhelos de belleza y trascendencia en todo el mundo anglohablante (de Inglaterra a Australia o EEUU). También en España y Bretaña, muchos buscan una espiritualidad alternativa que enlace con el pasado, que pueda reclamar el sello de ser "ancestral": votantes del BNG, nacionalistas o regionalistas de todo tipo o simplemente personas románticas o amantes de la belleza de lo antiguo miran al "pasado" celta para construirse una identidad.

Solo encuentran un problema: San Patricio, San Brandán, San Columba, Iona, Lindisfarne, Irlanda, Beda el Venerable y todo lo que queda del pasado celta es católico, apostólico y romano. Demasiado romano, de hecho, para el gusto de muchos anglicanos, protestantes británicos en general y presbiterianos escoceses de la Iglesia Nacional, llamada The Kirche.

La tesis de muchos en estas iglesias es la siguiente: se puede ser católico, en el sentido de ser "apostólico" y seguir "la fe recibida de los apóstoles" sin ser romano, y la "prueba del algodón" está en la independencia respecto al Papa de Roma. Estos grupos querrían que los antiguos cristianos de las Islas Británicas hubieran sido independientes del magisterio y la autoridad del Papa de Roma, con sus propias enseñanzas y liturgias, de forma que la Reforma protestante del siglo XVI, con Enrique VIII y sus sucesores, se vise legitimado contra las "intromisiones" de Roma.

Los neopaganos y "newageros" en general aprovechan el concepto de un "cristianismo celta independiente de Roma" para vaciarlo de doctrina y rellenarlo de lo cualquier cosa, afirmando que los primeros "cristianos celtas" creían en el panteísmo, la reencarnación, el politeísmo o, como mínimo, ecologismo. En cualquier caso, nada de Papa de Roma, nada de catolicismo, autoridad, estructura ni universalidad de la Iglesia Católica.

Pero tanto los protestantes como los neopaganos se ven desautorizados cuando empiezan a estudiar historia por dos hechos muy concretos: 1) el cristianismo en las Islas Británicas nació de Roma, siempre reconoció la autoridad papal y nunca fue declarado por Roma en cisma o rebeldía; 2) la doctrina de los monasterios celtas irlandeses (que no estaban solo en Irlanda, ya que se extendieron incluso a Francia) era completamente católica, como se evidencia en algo tan importante como su creencia en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.

Los primeros cristianos británicos, en clara unión con Roma.
Hay muchas leyendas, hermosas y piadosas, sobre cómo el cristianismo llegó a las Islas Británicas, pero desde un punto de vista sociológico parece claro que llegó, como a tantos otros sitios, a través de las legiones (con todos sus cuerpos auxiliares que viajaban con ellas) y de los mercaderes mediterráneos que buscaban oportunidades en Britania.

Recién despenalizado el cristianismo, cuando en Arles (Francia) se celebra un primer concilio contra la herejía donatista en 314 d.C., aparecen tres obispos llegados de Britania, en plena comunión con Roma y sus conclusiones. Los obispos en ese concilio escriben al Papa Silvestre diciendo que los han celebrado "como si vos mismo estuvieseis presente" y pidiéndole "según la costumbre" enviar cartas a todas las iglesias explicándoles las conclusiones. Por lo tanto, era evidente ya entonces la autoridad del Papa "para dar una opinión decisiva en temas disputados de doctrina y disciplina", como admite el historiador anglicano T. Jailand en su libro "The Church and the Papacy".

Hubo representantes británicos también en los concilios de Sardica (343) y Rímini (359). A finales del siglo IV, los obispos ingleses pidieron a Victricius, obispo de Ruán (en Francia, aunque quizá él era ingles) que resolviese una disputa entre ellos. Que Victricius era devoto del Papa lo sabemos porque en 404 pide al Pontífice Inocencio I que juzgue cierto asunto mediante "la regla y autoridad de la Iglesia Romana", afirma textualmente.

Hacia el año 422, las herejías pelagianas, recién condenadas en Roma, empiezan a extenderse en las Islas Británicas. "Es característico que los britanos pidieran al Papa que les ayudara contra esa invasión", escriben los historiadores Collingwood y Myres en su libro "Roman Britain and the English Settlements". El papa Celestino I envió a Britania a su representante, San Germano, obispo de Auxerre, en el 429, quien fue invitado de nuevo en el 446, acompañado de Severo, para combatir el pelagianismo. Hay que decir que Germano fue maestro en Auxerre de dos santos que tendrían gran influencia: San Illtud, en Gales, y el mismísimo San Patricio, de origen inglés y evangelizador de Irlanda, aunque a la Isla Verde llegó antes que él, Paladio, consagrado por Celestino I en 431 como primer obispo de Irlanda.

En el Libro de Armagh, escrito en Irlanda en el año 807, al narrar las hazañas de San Patricio de 350 años antes, queda claro que el Apóstol de Irlanda, en casos de polémica, pedía a sus sacerdotes recurrir "a la Sede Apostólica", es decir, a Roma.
En cuanto a San Niniano, primer evangelizador de los pictos en Escocia (principios del siglo V), hasta los historiadores protestantes admiten que aunque debía ser de origen britano, se habría formado en Roma (así W. D. Maxwell, en "A History of Worship in the Church of Scotland").

Por último, en época del Papa San León el Grande (un papado largo, del 440 al 461), Roma envió una orden a las Islas Británicas sobre las fechas de celebración de la Pascua, orden que fue acatada... y mantenida hasta que llegó una nueva orden 150 años después.

Ciento cincuenta años aislados de Occidente... pero unidos al Papa.
En este momento, hacia el 450 dC., el Imperio se hundió, Britania se quedó sin legiones y oleadas de anglos, jutos y sajones invadieron las islas, exterminando el cristianismo de Inglaterra, con la excepción de zonas más agrestes del norte o de Gales, donde se concentraron oleadas de britano-romanos cristianos huyendo de los bárbaros. Se cortaron las comunicaciones con Roma y con Europa.

La excepción fue Irlanda, donde el cristianismo se extendió con rapidez y durante el siglo VI exportó misioneros a Escocia, al norte de Inglaterra y hasta a Francia. ¿Cuán "católico-romanos" eran los cristianos "celtas" de Gales, de Strathclyde y el norte de Inglaterra? Probablemente igual de católico-romanos que sus vecinos irlandeses, que liderados por San Columba predicaban en Francia que el Papa era "pastor de pastores" y "cabeza de las iglesias de Europa" (lo leemos en "Cristianity in Celtic Lands", por L. Gougaud) y llamaban claramente "cismáticos" a grupos franceses desobedientes al Papa.

Es verdad que los monjes irlandeses tenían algunas peculiaridades menores: su tonsura era distinta, también su fecha de celebrar la Pascua y algunos detalles en la ceremonia del bautismo. Pero eran aspectos locales pequeños, lógicos en una iglesia aislada y lejanísima. Así, los cristianos de las Islas Británicas, "nunca dejaron de ser católicos en doctrina ni en el reconocimiento a la supremacía espiritual de los sucesores de San Pedro" (afirma S. J. Crawford en "Anglo-Saxon influence on Western Christendom").

Un reencuentro con dificultades étnicas.
En el año 597, el Papa Gregorio Magno envía al monje Agustín (San Agustín de Canterbury) con 40 compañeros a evangelizar a los "ingleses", es decir, a los reinos paganos de anglos y sajones en Britania, de orígenes germánicos. El Papa da instrucciones a Agustín de que colabore con los obispos locales, que son de etnia celta y una cultura de origen britano-romana. Nada más llegar, Agustín tiene un éxito sorprendente al bautizar a Aethelbert, rey de Kent y a miles de sus súbditos.

Luego se dirige a los obispos de etnia celta (que siguen celebrando la misa en latín, obviamente) y les pide colaboración. Explica Beda el Venerable en su "Historia Eclesiástica", acabada en el año 731, que los obispos britanos, de la etnia oprimida durante 150 años por los ahora nuevos conversos, consideraron que Agustín era orgulloso y altivo. Quizá también le consideraron colaboracionista con el enemigo sajón. Y se negaron a colaborar con él y con los nuevos cristianos anglosajones, la etnia de sus enemigos. Agustín – dice – Beda - les pidió cambiar la fecha de la Pascua y detalles del bautismo, pero ellos se negaron y mantuvieron las peculiaridades de la época de León el Grande.

No es un capítulo bonito en la historia de la Iglesia, pero no fue un cisma: ni los celtas se declararon independientes ni Roma les condenó como cismáticos ni inventaron su propia doctrina o liturgia. Pero a medida que se retomaban los lazos con Occidente y Roma insistía, las iglesias celtas fueron cediendo por el bien de la unidad a la que pertenecían.

El proceso duró un siglo. En el sínodo de Whitby (año 663), San Wilfrid convence a los celtas de Nortumbria, en la frontera con Escocia (dice Beda que Wilfrid recordó las promesas de Cristo a San Pedro, y que aunque los monjes de Lindisfarne no cedieron y prefirieron emigrar, sus vecinos sí se convencieron). Pronto les siguieron los de Iona e Irlanda. Después, los de Strathclyde. Luego, Aldhelm, obispo de Sherborne, absolutamente anglosajón, insistió a los cristianos celtabritanos de Cornwall que "es vano que presuman de catolicismo los que rechazan la doctrina y mando de San Pedro", lo que acabó convenciendo a la mayoría de cornualleses. Los más testarudos fueron los galeses, que no cedieron hasta el año 768 con el obispo Elfodd.

Fue un proceso complicado por el factor étnico y las guerras y la falta de comunicaciones, pero los celtas admitían siempre la unidad bajo Pedro, y esa unidad fue lo que prevaleció.

La doctrina celta de la Eucaristía era doctrina católica.
Cuando en el siglo XVI los protestantes (anglicanos, presbiterianos y luego puritanos) negaron la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y dijeron reclamar la "pureza" de los antiguos cristianos, les habría ido muy bien encontrar algún antiguo libro litúrgico celta donde la Misa se presentase como un mero símbolo de comunión. Pero esos libros nunca existieron porque los celtas nunca habían creído las doctrinas que los protestantes del siglo XVI profesaban.

Las invasiones sajonas destruyeron toda la cristiandad inglesa primera, sin dejar textos. Pero sí tenemos bastantes datos de sus vecinos, de la liturgia en Escocia, Irlanda y Nortumbria, y en ellos es evidente que los celtas tenían la misma visión de la Eucaristía que los católicos hispanorromanos o los visigodos o los francos o los italianos: los elementos consagrados son el "Corpus Christi", celebrar la Eucaristía se llama "hacer el Cuerpo de Cristo" [Corpus Christi conficere], la misa se llama "el sacrificio", el sacerdote "consagra la santa oblación", el pan y el vino son transformados en su sustancia para que el sacrificio sea verdadero, no solo simbólico. Por eso, incluso J. A. Duke, un autor que defendía la "independencia" de la Iglesia celta de la Roma, en su libro "The Columban Church" admite que las liturgias eucarísticas celtas "dan evidencia abundante de la creencia en el caracter sacrificail del rito, y de la creencia de que tras la consagración el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo".

Era tanto el deseo de los protestantes del siglo XVI de buscar algún "cristiano celta no romano", que algún entusiasta protestante galés inventó una falsa carta de un tal "Dinoot, abad de Bangor-is-Coed" a Agustín de Canterbury diciendo que el obispo de Roma falsamente dice ser "padre de padres" y que no merece ninguna reverencia especial. Se trata de una falsificación admitida por todo el mundo y nunca se ha encontrado ningún indicio de desafío en las Iglesias celtas a la autoridad del Papa ni de ruptura con la doctrina romana.

Por eso, incluso J. C. McNaught, un ministro presbiteriano de la Iglesia Nacional Escocesa que durante mucho tiempo creyó en una "Iglesia celta" antigua, independiente de Roma, tuvo que cambiar de opinión al revisar la evidencia (en su libro "The Celtic Churches and the See of Peter"): "Como resultado de nuestra investigación tenemos que concluir que la antigua Iglesia celta, lejos de ser independiente de Roma en el sentido de rechazar la supremacía papal, era simplemente una parte de la Iglesia Católica y con la Iglesia entera reconocía al Papa como su cabeza visible".

O dicho de otra forma: quien se sienta inspirado por San Patricio, San Columba o San Brandán, San Niniano o Santa Bridget, Illtud o los cristianos anteriores a la invasión anglosajona, puede unirse a ellos en la familia de la que formaban parte y que mantiene su herencia y memoria: la Iglesia Católica.

Pablo J. Ginés/ReL

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