Más de una vez he aprovechado una historia que me han enviado…, para sacar provecho espiritual de ella. Y esto es lo que voy a hacer hoy.
En general, son historias simples, muchas veces ficticias que como esta, pueden rozar o ser milagro. Pero acaso, no vivimos rodeados de milagros que no apreciamos y que ni siquiera llegamos a considerar su condición taumatúrgica.
Somos y vivimos, porque Dios lo ha dispuesto y diariamente amanecemos y vivimos porque la mano de Dios nos protege. Y lo que es más grande, nos protege a todos, a los que le amamos, a los tibios y hasta aquellos que han caído en la trampa del odio que genera satanás; porque ya que no puede dañar directamente a Dios, trata de dañarle indirectamente, sembrando el odio, en todas sus criaturas humanas, que no han tenido ocasión, o lo que es peor, habiéndola tenido no han querido aceptar el amor, que el Señor ofrece a todos en el mundo.
La historia a contar es la siguiente:
Una mujer pobremente vestida, con un rostro que reflejaba sufrimiento y angustia, entró a una tienda de comestibles. Se acercó al dueño de la tienda y de la manera más humilde, le preguntó si podía llevarse algunas cosas a crédito. Con voz suave le explicó que su esposo estaba muy enfermo y que no podía trabajar; tenían siete niños y necesitaban comida.
Una mujer pobremente vestida, con un rostro que reflejaba sufrimiento y angustia, entró a una tienda de comestibles. Se acercó al dueño de la tienda y de la manera más humilde, le preguntó si podía llevarse algunas cosas a crédito. Con voz suave le explicó que su esposo estaba muy enfermo y que no podía trabajar; tenían siete niños y necesitaban comida.
El dueño le pidió que abandonara su tienda. Pero ella, sabiendo la necesidad que estaba pasando su familia continuó diciéndole con voz suplicante:
-“¡Por favor señor! Se lo pagaré tan pronto como pueda”.
El dueño le dijo que no podía darle crédito ya que no tenía una cuenta de crédito en su tienda y esta era un negocio y no una institución de caridad.
De pie cerca del mostrador se encontraba un cliente que escuchó la conversación entre el dueño de la tienda y la mujer. El cliente se acercó y le dijo al dueño de la tienda que él se haría cargo de lo que la mujer necesitara para su familia.
De mala gana, el dueño, preguntó a la mujer:
-“¿Tiene usted una lista de compra?”
La mujer dijo:
-“Sí señor”.
-“Está bien - dijo el dueño, en tono entre jocoso e irónico - Ponga su lista en la balanza y lo que pese su lista, le daré yo en comestibles".
-“¿Tiene usted una lista de compra?”
La mujer dijo:
-“Sí señor”.
-“Está bien - dijo el dueño, en tono entre jocoso e irónico - Ponga su lista en la balanza y lo que pese su lista, le daré yo en comestibles".
La mujer titubeó por un momento y cabizbaja, buscó en su cartera un pedazo de papel y escribió algo en él. Puso el pedazo de papel, cabizbaja aún, en la balanza. Los ojos de dueño y cliente se llenaron de asombro cuando la balanza se fue hasta lo más bajo y se quedó así.
El dueño entonces, sin dejar de mirar la balanza dijo:
-"¡No lo puedo creer!".
El cliente sonrió y el dueño comenzó a poner comestibles al otro lado de la balanza.
-"¡No lo puedo creer!".
El cliente sonrió y el dueño comenzó a poner comestibles al otro lado de la balanza.
La balanza no se movió por lo que continuó poniendo más y más comestibles hasta que no aguantó más. El dueño se quedó allí parado con gran asombro.
Finalmente, agarró el pedazo de papel y lo miró con mucho más asombro... No era una lista de compra, era una oración que decía:
-"Querido Señor, tú conoces mis necesidades y yo voy a dejar esto en tus manos".
-"Querido Señor, tú conoces mis necesidades y yo voy a dejar esto en tus manos".
El dueño de la tienda le dio los comestibles que había reunido y quedó allí en silencio. La mujer le agradeció los comestibles y abandonó su tienda. El cliente le entregó un billete de cien euros al dueño y le dijo:
-"Valió la pena, cada céntimo de este billete".
-"Valió la pena, cada céntimo de este billete".
Solo Dios sabe cuánto pesa una Oración.
Para mí, la lección más clara que refleja esta historia, es el testimonio que esta mujer da, del valor de la fe en la oración. Si examinamos detenidamente los Evangelios nos daremos cuenta, de cómo el Señor, en términos generales, siempre antes de realizar un milagro previamente le pedía fe al que demandaba el milagro y cuando espontáneamente el demandante o la demandante del milagro expresaba su fe, sin que el Señor se lo hubiese pedido, Él quedaba asombrado de la maravilla de esta clase de almas. “Entonces Jesús le dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres. Y desde aquella hora quedo curada su hija” (Mt 15,28).
Para mí, la lección más clara que refleja esta historia, es el testimonio que esta mujer da, del valor de la fe en la oración. Si examinamos detenidamente los Evangelios nos daremos cuenta, de cómo el Señor, en términos generales, siempre antes de realizar un milagro previamente le pedía fe al que demandaba el milagro y cuando espontáneamente el demandante o la demandante del milagro expresaba su fe, sin que el Señor se lo hubiese pedido, Él quedaba asombrado de la maravilla de esta clase de almas. “Entonces Jesús le dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres. Y desde aquella hora quedo curada su hija” (Mt 15,28).
El Señor conocía y conoce perfectamente, la necesidad que todos nosotros tenemos de pedir. Todo ser humano nace con una boca pedigüeña y ya desde pequeño busca su alimento en el pecho de su madre, nada más que aprende a hablar, enseguida está pidiendo. Cuando va teniendo uso de razón, si es creyente este impulso de pedir lo centra en Dios, si desgraciadamente no es creyente, siente también la necesidad de encomendarle a alguien o a algo sus peticiones y entonces surgen los amuletos y fetiches. De aquí la importancia que Jesús le dio a la oración de petición y reiteradamente se refirió a ella. Es más, la única oración que de su boca aprendimos, es el Padrenuestro que es una perfecta oración de petición.
Reiteradamente y no sólo en el Nuevo testamento, el Señor nos insta a que le pidamos: “Clama a mí y te oiré” (Jer 33,3). “Invócame y te libraré” (Sal 49,15). “Yahvéh se aleja de los malos, y escucha la plegaria de los justos” (Prov 15,29). Y el Nuevo testamento podemos leer: “Todo el que pide recibe y el que busca encuentra” (Lc 11,9-10). “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará” (Jn 15,7). “En verdad, en verdad os digo: Cuanto pidiereis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo” (Jn 16,23-24). “En verdad os digo que si alguna cosa pedís a mi Padre en mi nombre se os dará”. (Mt 18,19). Y sin embargo a pesar de todas estas manifestaciones del Señor, muchos dicen: Me hincho a rezar y no obtengo nada. ¿Qué pasa? ¿Dónde está el fallo? El fallo se encuentra en muchas circunstancias y consideraciones que no tenemos en cuenta, cuando pedimos. Para mejor entender el fallo, es necesario que tengamos en cuenta una serie de principios generales y esenciales en la oración, para que esta sea eficaz.
La oración de petición, es agradable siempre a Dios, aunque Él no nos llegue a otorgar lo que le solicitamos, ya que el hecho de orar en petición de algo, implica siempre un acto de humildad y la humildad en nosotros, es un bien muy preciado por el Señor. Siempre cuando pedimos se lo pedimos al Señor, porque siempre se le pide al que consideramos superior, porque sabemos que él es, el que nos puede conceder lo que pedimos; al inferior nunca se le pide nada, generalmente se le ordena o se le exige. Orar en régimen de petición, es confesar de manera eficaz y costosa que Dios no está obligado a concedernos lo que le pedimos. Él desea concedernos todo a condición de que le demos esa confianza absoluta que desaloje en nosotros cualquier espíritu de creernos que tenemos derecho a…. Y para otorgarle a Dios esa confianza que nos demanda, necesitamos fe. Porque en la oración, a medida que se desarrolla la fe, la oración se hace más pura y más ferviente, ya que la oración al igual que la eucaristía conduce al hombre hacia la transformación y la conversión. Conduce a la destrucción del hombre viejo y la implantación del hombre nuevo.
En razón al objeto de la petición, existen dos clases de oraciones; aquellas en la que nada pedimos, cual puede ser la oración de alabanza, de entrega a la voluntad del Señor, o de acción de gracias y aquellas otras en la que algo le solicitamos al Señor.
Esta última es la oración más frecuente, porque si tenemos en cuanta el refrán que dice: Uno, solo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena, es indudable que solo nos acordamos del Señor, cuando algo necesitamos y como resulta que siempre necesitamos algo, la oración de petición es la más frecuente. En la oración de petición, el objeto de la petición tiene suma importancia a los efectos de su posterior concesión o denegación por parte del Señor. Una cosa es pedirle a Dios bienes materiales, o la resolución de conflictivas situaciones humanas, cosa que continuamente todos hacemos, y otra es pedirle bienes espirituales. Indudablemente si nuestra petición es de bienes espirituales, jamás nuestro deseo entrará en conflicto con la divina voluntad.
Cuando el deseo del Señor, coincide con el deseo de la persona que ora con fe absoluta, la fuerza de la oración no tiene límites. Es por ello que cuando lo que se pide son bienes espirituales, prácticamente, la concesión del bien esta ya hecha. Posiblemente, se tarde algún tiempo en ver esa concesión, pues los temas espirituales son siempre lentos en su desarrollo, pero si perseveramos en la oración, el éxito está asegurado. Son muchas las personas, que habiendo recibido el don de una conversión, espectacular o silenciosa han perseverado en su amor al Señor, espiritualmente no han cesado de crecer.
Cosa distinta es, que la oración de petición se circunscriba al ámbito material, en cuyo caso, muchas veces, hay grandes posibilidades de que nuestra petición esté en contra de los deseos de Dios, para con nosotros. Por ello San Agustín nos dice: “Te aconsejo y exhorto en nombre del Señor que tratándose de los bienes temporales, no le pidas nada en concreto, sino lo que Él sabe que te conviene”.
La gran diferencia, que media entre los bienes espirituales y los materiales, es que los primeros aprovechan al alma que es inmortal, y los segundos aprovechan al cuerpo que es mortal. Por lo tanto, los bienes que se nos concedan en el orden material tarde o temprano perecerán, los que aprovechen al alma, cuando muramos será los único que nos podremos llevar consigo y sacarlos de este mundo.
El Señor sabe perfectamente cuales son nuestras necesidades materiales y por ello nos dejó dicho: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. (Mt 6,33). Y a reiteradas santas y santos en apariciones se les ha manifestado en este sentido, Así a Santa Catalina de Siena el Señor un día le dijo: “Tú ocúpate de mí que yo ya me ocuparé de ti”. Para aquellos que no tenemos, ni tanta santidad ni fe como Santa Catalina de Siena, habrá que escribir más adelante una glosa sobre el tema de la oración de petición material.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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