La casualidad ha querido que estos días me encuentre con dos ejemplos opuestos del asunto que hoy les traigo.
El primero es de la última película de Woody Allen. No es que Allen sea mi director favorito, pero a veces, queriendo o sin querer, da en el clavo. En la escena, una chica le pregunta a un chico por su relación con su novia. Él contesta que va muy bien, que tienen mucho en común. Y ahí empiezan sus problemas, porque el “Tenemos mucho en común” se va concretando, a la vez que la cara va reflejando el cambio, en un “Nos gusta la comida asiática”, para finalmente quedarse en un triste “A los dos nos gusta el pan de pita…” Y ahí se terminó lo común.
Este es un ejemplo de empezar la casa por el tejado. Dos personas que deciden unirse con poco más equipaje que un "me gustas" que, lógicamente, sólo vale para los primeros días y poco más, y que en cuanto se escarba en las bases de ese amor, se ve que no hay casi nada. Es como una casa: si no hay cimientos, o estos son de mala calidad, más pronto que tarde todo se caerá. Y no digamos si se le añade un poco del tan común dicho de “El amor se acaba”; entonces ya tenemos fracaso asegurado.
El segundo ejemplo es la boda de unos amigos a la que asistí hace unos días. ¡Qué diferencia! Eso sí que es construir sobre bases sólidas. Porque cuando dos personas se unen decididamente para siempre; cuando lo que más quiere cada uno de ellos es dar al otro incluso aunque no reciba nada; cuando han dedicado horas, días, años para prepararse para ese momento; cuando se unen rodeados de personas que les han precedido en iguales condiciones que ellos o que les quieren seguir; cuando saben que no estarán solos en las dificultades que seguro les vendrán; y cuando todo, absolutamente todo, lo harán para ennoblecerse mutuamente y, juntos, amar más y más a Dios, hasta dónde sus fuerzas y voluntad sean capaces de llevarles; cuando dos personas se unen así, no hay límites.
No sabemos el diseño final de lo que construirán pero lo que está claro es que durará para siempre porque han empezado a construir sobre dos bases sólidas, muy sólidas: la de que el amor no se acaba sino que siempre crece, y la de Dios. Y un amor así no se derrumba jamás.
Aramis
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