Desde luego que nadie quiere tener problemas ni pasar angustias…, pero ellas están ahí y no podemos marginarlas.
Aunque algo sí que podemos hacer. San Pablo nos escribía diciéndonos: “No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias” (Flp 4,6).
Para enfrentarnos a nuestros demonios angustiadores, hemos de tener muy gravado un pensamiento: En este mundo en que vivimos, todo lo que nos pasa está querido o permitido por Dios, aquí no pasa nada que el Señor quiera que pase, y como nos ama desesperadamente, siempre quiere que nos pase sea lo mejor para cada uno de nosotros, aunque lo mejor, muchas veces nosotros lo veamos cómo lo peor. Y es que nuestra visión del mundo y nosotros planes, no es la visión ni los planes del Señor, por ello el que verdad se ha entregado al Señor, no ve nada más que bondades del Señor para con él, en todo lo que le pasa.
Nuestra vida, la vida humana de cualquiera, es siempre una sucesión continuada de penas y alegrías. En esto existe una cierta similitud con el desarrollo de la vida interior o espiritual nuestra, la cual también es una sucesión continuada de goces y sequedades, que le desaniman a uno a continuar, mientras que el demonio que tiene a su lado, le está continuamente diciendo: Tira ya de una vez la toalla, no ves que esto nos es para ti, que tú no formas parte de sus elegidos, que hagas lo que hagas siempre serás uno más del montón. En la vida espiritual hay que considerar que los goces, dones e ímpetus espirituales que un alma pueda adquirir, nada añaden a la santidad de ella. Lo que si añade es el vencer la desidia, la pereza espiritual, el luchar con las distracciones en la oración, el tratar de meditar y ver que nuestra mente más está en lo mundano que en el amor a Dios. Es ahí donde generamos los méritos que nos elevan hacia el Señor; los goces, consolaciones e ímpetus espirituales, nunca son un producto de nuestro esfuerzo, sino dones divinos que el Señor da a las almas que cree que lo necesitan.
Pues precisamente en esa lucha llamada ascética es donde se encuentra el alma su santidad y no en tener arrobamientos y caricias del Señor. Una santa que siempre me ha llamado mucho la atención y un par de veces he escrito sobre ella, es Santa Juana Chantal, fundadora con San Francisco de Sales de la orden la Visitación, que durante cuarenta años, nunca supo lo que era una mera caricia espiritual del Señor y perseveró, con una fuerza espiritual asombrosa, y ello fue, seguramente porque el Señor vio que no necesitaba fortalecer la entereza de esta alma, pues cuando Dios da caricias a un alma, es porque sabe que las necesita para continuar adelante.
Pues precisamente en esa lucha llamada ascética es donde se encuentra el alma su santidad y no en tener arrobamientos y caricias del Señor. Una santa que siempre me ha llamado mucho la atención y un par de veces he escrito sobre ella, es Santa Juana Chantal, fundadora con San Francisco de Sales de la orden la Visitación, que durante cuarenta años, nunca supo lo que era una mera caricia espiritual del Señor y perseveró, con una fuerza espiritual asombrosa, y ello fue, seguramente porque el Señor vio que no necesitaba fortalecer la entereza de esta alma, pues cuando Dios da caricias a un alma, es porque sabe que las necesita para continuar adelante.
Y en la vida mundana, pasa algo similar. Los bienes materiales que permite que muchas personas posean, más es para ellas una rémora más que un aliciente para perseverar en la vida espiritual. Las angustias, contratiempos y sufrimientos, aceptados y bien sobrellevados, nos regalan una fortaleza espiritual admirable, y si nos atenemos al refrán todo pasa pues no hay mal que cien años dure. Me viene a la memoria, un dicho que tenía mi suegro referido a los males en el mundo de los negocios y decía: El disgustito se pasa pero el dinerito se queda en casa. Y así es, lo que ocurre con nuestras angustias producidas por nuestras contrariedades y sufrimientos, al final todo pasa y nuestra alma se ha beneficiado de todo esto. Meditemos los conocidos versos de Santa Teresa que decían:
"Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta”.
Las angustias terminan por dejarnos. Todos conocemos el refrán que a este respecto dice: “No hay mal que cien años dure”. ¡Claro! que como todo refrán, este también tiene su contra refrán que dice: “Ni cuerpo que lo aguante”. La madre Teresa de Calcuta, una vez le dio un consejo a un conocido escritor de temas espirituales, que le expuso un complicado problema. La madre Teresa, le dijo: Mire Ud. no hay problema en el mundo por difícil y complicado que este sea, que no se le resuelva a una persona que diariamente, este delante del Santísimo en meditación.
Es difícil tratar de mirar nuestras angustias, como posibilidades de amar más profundamente al Señor, aceptando su voluntad y sin embargo el valor de la angustia se encuentra íntimamente relacionado con el amor al Señor. Las angustias son los frutos de los males que nos aquejan o de los que pensamos que nos aquejarán. Si nuestra confianza en Dios es lo suficientemente fuerte, estas angustias desaparecerán transformadas en la esperanza de que los males debidamente aceptados por amor a Dios y unidos a los suyos en su pasión, nos proporcionarán siempre, una mayor gloria el día de mañana en el más allá.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario