«Yo puedo morirme. Pero no puedo "morir a nadie". En todo caso podré "matar" a otra persona. Le ocurre al verbo "morir" como al verbo "crecer": Yo puedo crecer, pero no puedo crecer a nadie. Ni mucho menos a mí mismo».
Algunas personas defienden que, dado que somos libres, tenemos derecho a elegir todo lo que nos concierne. Podemos elegir dónde vivir, qué estudiar, con quién compartir nuestra vida… y también, cómo no, dónde, cuándo y cómo morir. Desde su peculiar pensamiento, nadie puede obligarnos a seguir viviendo si no es nuestra intención. Por tanto, en el caso de que estemos hartos de la vida, cansados de luchar… nuestra libertad nos posibilita la capacidad de elegir cuándo morirnos.
Por eso algunos de ellos han creado una asociación que se llama “Derecho a Morir Dignamente”, auspiciada, entre otros, por el doctor (?) Montes, aquel tan aficionado a aligerar las listas de espera de las urgencias del hospital de Leganés. Los fines de esta asociación, tal y como ellos mismos reconocen en su propia página web, son los siguientes:
-Promover el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla.
-Defender, de modo especial, el derecho de los enfermos terminales e irreversibles a morir sin sufrimientos, si este es su deseo expreso.
-Promover el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla.
-Defender, de modo especial, el derecho de los enfermos terminales e irreversibles a morir sin sufrimientos, si este es su deseo expreso.
La idea de defender una muerte digna es una perogrullada. Quiero decir, que no creo que haya nadie que desee para sí o para otros una muerte indigna (salvo que medie un trastorno mental). La vida humana es digna, debido a la dignidad intrínseca del ser humano. Toda vida humana tiene un principio, un devenir y un final. Por tanto, lo lógico y evidente es defender un comienzo y un devenir de la vida del hombre acorde con su dignidad. Y procurarle un final igualmente digno. Que se supone por definición. Las personas, llegadas al trance final de su existencia deben ser tratadas con respeto, para permitirles en ese momento crítico poder seguir disfrutando de la misma dignidad que debieron disfrutar durante su vida, según recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 1: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Entonces, ¿qué es lo que esas personas quieren decir cuando dicen defender una muerte digna? Para entenderlo hay que explicar primero que para estas personas, el derecho a la vida lleva aparejado el deber de respetar la vida ajena, pero no la obligación de vivir contra la propia voluntad en condiciones penosas. Para ellos, el Estado debe proteger la vida, pero no puede imponer el deber de vivir en todas las circunstancias. Por eso se plantean como fin primordial el siguiente: " ...promover el derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla, y defender el derecho de los enfermos terminales e irreversibles a, llegado el momento, morir pacíficamente y sin sufrimientos, si éste es su deseo expreso".
Como se puede ver, para ellos, muerte digna es sinónimo de muerte sin dolor y sin sufrimientos. ¿Eso es todo? Si es así, estamos de acuerdo. No creo que existan muchos masoquistas dispuestos a sufrir en el trance de la agonía. Solo un ignorante puede afirmar que la religión católica condena evitar los sufrimientos (ignorante que no ha entendido lo de “este valle de lágrimas”). Lo propio de la dignidad debida al ser humano es procurar aliviarle los sufrimientos, especialmente cuando más lo necesita. El problema es que los defensores de la eutanasia afirman que tienen derecho a elegir cuándo y cómo morir. Lo cual es una equivocación mayúscula, ya que nadie puede decidir cuando morirse. Si bien es cierto que todos vamos a morir, no está en nuestra mano decidir cuándo ni como.
El diccionario de la RAE define el término “morir” como “Llegar al término de la vida”. El verbo “morir” es intransitivo. La propia forma reflexiva del mismo denota su intransitividad. Yo puedo morirme. Pero no puedo “morir a nadie”. En todo caso podré “matar” a otra persona. Le ocurre al verbo “morir” como al verbo “crecer”: Yo puedo crecer, pero no puedo crecer a nadie. Ni mucho menos a mí mismo. El sujeto de un verbo intransitivo, como “morir” o “crecer”, no puede transferir la acción de morir a nadie. Yo mismo soy el receptor de la propia acción, que yo no cometo, sino que sufro (o padezco). Solo puedo morirme, pero no puedo traspasar la acción de morir a un tercero. “Matar”, por el contrario, sí es un verbo transitivo, que admite un complemento directo de la acción. Yo puedo matar a otro, o incluso matarme a mí mismo.
De manera que el supuesto derecho a morir no es tal: Nadie puede morirse a sí mismo. No es posible pasar la acción de morir a nadie. Y por eso, proclamar la libertad para morirse uno cuando a uno le venga la real gana es un absurdo mayúsculo. En ese sentido, la única libertad que cabe es la de suicidarse cuando uno quiera. Por si alguien se rasga las vestiduras, afirmaré claramente que el suicidio está muy mal. Es un delito. Pero es un delito especial, para cuyo autor el Derecho no prevé penas, ya que resultaría imposible aplicarlas, por razones obvias. Así pues, los defensores de la eutanasia, al defender el derecho de cada uno a morir cuando quiera, lo que en realidad defienden es el homicidio.
Si todo quedara allí, con ser grave, no lo sería tanto: Aquel que quisiera matarse solo tendría que consumar su propio suicidio. Su delito quedaría impune, y resultaría por tanto, imposible castigarle. El problema surge cuando, para ejercitar su propio homicidio, solicita uno la ayuda de un tercero. Porque en ese caso le hace cómplice de un homicidio. Pero es que además, si fuera cierto que todos tuviéramos derecho a matarnos cuando quisiéramos, la sociedad vendría obligada a favorecer nuestro suicidio. E incurriría en la obligación de matar al que así lo solicitara, cuando aquel no pudiera suicidarse por sí mismo… Un auténtico disparate, vamos.
Agustín Losada
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