martes, 10 de mayo de 2011

BIN LADEN: VALORIZACIÓN MORAL DE SU MUERTE



Algunos moralistas (todos ellos de izquierdas) se han posicionado públicamente acerca de que la muerte de Bin Laden no ha sido un acto moral.

Trataré de dar mi punto de vista desde la perspectiva más objetiva posible, intentando que no venza sobre mí ningún prejuicio ni idea preconcebida.

Antes quisiera dejar claro que soy contrario a la pena de muerte, y que lo ideal es que Bin Laden hubiera comparecido ante un tribunal imparcial, asistido por el derecho a defenderse, tratado con el respeto que merece todo ser humano. Qué gran ocasión se ha perdido, pues un Bin Laden cumpliendo una cadena perpetua en un penal del Estado de Nueva York, hubiera sido un impresionante recuerdo al mundo de que la Justicia triunfa. Cada año de vida de ese hombre en ese penal hubiera sido un aviso permanente a todos los terroristas del mundo de que el Bien es más poderoso que el Mal.

Como no tengo razones para poner en duda la versión estadounidense de que no fue posible capturarlo con vida, doy por buena su versión. Entre otras cosas, porque pienso que ellos mismos entendían que un Bin Laden vivo y entre rejas era más valioso que un Bin Laden muerto y desaparecido en el fondo del mar. Hasta por razones meramente de convenienza política, no dudo de la versión americana. Las distintas versiones que sobre su muerte han surgido, se deben a razones que ahora no voy a analizar.

Pero volvamos al tema de la operación militar. ¿Es lícito saltarse la soberanía de un país en un caso así? Bien, aun suponiendo que no existiera (como sí que parece que existía) un tratado entre ambos países para permitir operaciones de la CIA, aun suponiendo eso, la operación la veo completamente lícita, sin ninguna duda.
Las leyes, incluidas las del Derecho Internacional, están redactadas para el bien de los pueblos. Hacer lo correcto, lo adecuado, el Bien, es el fin de las leyes. La ley es el medio. El instrumento no es un absoluto. Las leyes están erigidas para que triunfe la Justicia.

En este caso preciso, no parece que Pakistan ofreciera seguridades de que se apresara a ese villano. Y digo esto de un modo diplomático, la realidad en Pakistán es más lamentable, desgraciadamente. Yo si hubiera estado en los pantalones de del presidente Obama, hubiera ordenado la operación militar. No sé qué es lo que él hubiera hecho de estar dentro de mi sotana. Pero sí que sé lo que hubiera hecho yo en el caso de ceñirme cada mañana su cinturón: Bin Laden hubiera acabado o en una celda o en el fondo del mar, y sin ningún remordimiento moral o legal por mi parte.

Si la única solución hubiera sido bombardearlo, me hubiera encargado de que le cayera encima una buena bomba, una de las gordas. Y después hubiera leído yo las florecillas de San Francisco lleno de fervor. Sí, liquidar esa guarida de asesinos crueles no me hubiera quitado el apetito a la hora de la merienda. Me hubiera dormido esa noche incluso más pronto, por hallarme más feliz.

Insisto, yo preferiría llevar a todos ante un tribunal y que cumplieran sus penas. Pero si eso no es posible y la única solución es bombardear, la única pena que tendría es la de no poder tener a todos los Bin Laden del mundo reunidos en una sola casa, hotel o centro de convenciones.

Pero, padre, ¿y el valor sagrado de la vida humana? Precisamente, el valor sagrado de la vida humana requiere que la defendamos de forma absoluta. Y si el único medio es la muerte del agresor, ese mismo carácter sagrado nos llevará a la sana conclusión (por otra parte de sentido común) de que es preferible que muera el asesino a que mueran todas sus víctimas.

Bin Laden era un señor que cada vez que se ponía delante de una cámara, era para decir que estaba preparando planes para matar a cuantos más infieles occidentales pudiera. Y encima tenía millones de euros para hacerlo. A un sujeto así hay que enviarlo con Neptuno cuanto antes.

Por: Padre Fortea

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