jueves, 28 de abril de 2011

UNA BOMBA TEOLÓGICA Y SEXUAL, UN CATECISMO, MUJERES SABIAS... JUAN PABLO II, MAESTRO DEL SIGLO XXI



El magisterio de Wojtyla apostó por el hombre y su dignidad.

Es el Papa cuya misión fue la de plasmar en la vida de la Iglesia las grandes enseñanzas del Concilio Vaticano II.

Cuando Juan Pablo II fue nombrado Papa en 1978, había 757 millones de católicos en el mundo. Cuando murió en 2005 ya eran 1.115 millones. Es decir: la Iglesia creció en 358 millones de personas que crecieron bebiendo de su magisterio, los jóvenes «Juan Pablo II» que acudieron a los seminarios, hoy son sacerdotes. Algunos ya empiezan a ser obispos. A su muerte, siete de cada diez obispos del mundo habían sido designados por él. Queda clara su influencia doctrinal. Además, su magisterio escrito, extensísimo, seguirá dando frutos innumerables.

Dos libros esenciales.
Juan Pablo II encargó y supervisó el primer catecismo universal de la Iglesia en varios siglos. Se presentó en 1992. Tiene más citas del Papa polaco que de Santo Tomás de Aquino, San Agustín o el Concilio Vaticano II. Otro libro clave de la Iglesia actual, el Compendio de la Doctrina Social, de 2004, incluye 10 páginas con listas de citas del Magisterio conciliar y pontificio: la mitad de esas citas son de Juan Pablo II.

Estos dos libros que la Iglesia usa para formar a millones de católicos de todo el mundo y sin fecha de caducidad, sistematizan, sin agotar, los escritos de enseñanza del «Papa de los récords», a saber: 14 encíclicas, 15 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas, 45 cartas apostólicas, y una infinidad de mensajes, audiencias generales y discursos.

Tres de sus encíclicas se centraron en la teología («Redemptor Hominis», «Dives in Misericordia», «Dominum et vivificantem»), otras tres en doctrina social («Laborem exercens»; «Sollicitudo rei socialis» y «Centesimus Annus»); con «Veritatis Splendor» combatió el relativismo y el nihilismo; con «Evangelium Vitae» defendió a los no nacidos, los enfermos, ancianos y condenados; «Ut unum sint» fue su hoja de ruta para las relaciones con otras confesiones cristianas. La urgencia misionera quedó plasmada en «Redemptoris missio» y su doctrina sobre la Virgen en «Redemptoris mater». Por último, en «Ecclesia de Eucharistia», insistió en la triple dimensión de lo eucarístico: la presencia de Dios, el sacrificio y el banquete.

Bomba teológica y sexual.
Sus catequesis tuvieron una honda influencia. Se hicieron famosas las que dedicó al cielo, el infierno y al purgatorio, recordando que son reales, pero que no están ubicados en el mundo material. De 1979 a 1984, dedicó más de 130 catequesis a hablar del sexo, el noviazgo, el matrimonio, la espiritualidad del cuerpo humano y la regulación natural de la fertilidad. Se trata de un corpus que se ha llamado «la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II».

Su biógrafo, George Weigel, la considera una «bomba de tiempo teológica»: a medida que estalle, que la Iglesia la desarrolle, se revolucionará la familia cristiana y se reforzará una visión del sexo que incluye comunicación íntima de los esposos (el placer, la relación mútua) y la apertura a la vida, a los hijos y a la entrega al otro. En tiempos de pensamiento débil, el Papa insistió además en que «el bien de la persona consiste en estar en la Verdad y realizar la Verdad» («Veritatis Splendor»).

Habló también con claridad pidiendo la abolición de la pena de muerte. Las Filipinas de la presidenta Gloria Macapagal oscilaron entre la moratoria y la abolición de esta pena por las presiones del Papa y la Iglesia. Incluso ganó batallas después de muerto: en abril de 2005, una semana después de su muerte, Guatemala anunció que aboliría este castigo para «cumplir con los deseos del Papa Juan Pablo II». También fue muy claro en su oposición al aborto y a la experimentación que daña a embriones humanos. Siempre predicó que dañar al ser humano antes del nacimiento perjudicaría a toda la sociedad.

También insistió en su oposición a las guerras (incluyendo la respuesta occidental a la invasión iraquí de Kuwait): «la guerra es siempre una derrota, la violencia y las armas no pueden resolver nunca los problemas». Pero no aceptaba una paz hecha de mera resignación bajo la opresión: «no hay verdadera paz si no viene acompañada de equidad, verdad, justicia y solidaridad».

Mujeres sabias.
«Esperanza» y «confianza» eran las palabras más comunes de un Papa que empezó su Pontificado diciendo «no tengáis miedo». Difundió en todo el mundo el mensaje de confianza en la Divina Misericordia de su compatriota Faustina Kowalska, a la que canonizó: «Jesús, confío en ti». No es casualidad que sea beatificado precisamente en el día de la Divina Misericordia. Pero hubo otras mujeres que le marcaron. Nombró doctora de la Iglesia a Santa Teresita de Lisieux, y canonizó a Santa Teresa Benedicta de la Cruz, la filósofa judía Edith Stein, mártir en Auschwitz y autora de extensos escritos. Al final, toda la sabiduría de Edith Stein, como la de Juan Pablo II, remitía siempre a la Cruz, una enseñanza que nunca quiso ocultar.

Pablo Guinés/La Razón

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