En realidad, las esperanzas de curación eran mínimas. No se esperaba que las células embrionarias fueran a regenerar la médula. El estudio buscaba simplemente confirmar la seguridad del tratamiento.
Muchos tienen puestas sus esperanzas en la utilización de las células madre embrionarias como si fueran la panacea de la medicina. Tras el descubrimiento de las células madre, se pensó que serían las embrionarias las que más potencial tendrían, precisamente debido a su plasticidad y al hecho de que de ellas se derivan todos los linajes celulares.
En un sorprendente proceso (que no deja de sorprendernos), una minúscula célula llamada cigoto, producto de la fusión de los núcleos de otras dos células germinales, comienza a dividirse. Y surgen de ella todas las diferentes líneas celulares. Esa primera célula, visible al microscopio, si es producto de la fusión de un óvulo de una mujer y de un espermatozoide de un hombre, es una célula humana, con un DNA diferente al de las células que le dieron origen. De hecho, es fruto de la combinación de ambos DNA, los cuales se recombinan para, utilizándolos como base, producir un nuevo DNA único y original. El mismo que, si no se interrumpe su desarrollo, tendrán todas y cada una de los millones de células que compondrán su organismo cuando sea adulto.
Según van avanzando los días, la totipotencialidad de esa célula inicial se va perdiendo. Y las células que van surgiendo van perdiendo su capacidad de diferenciación. Se van especializando cada vez más, para ser células madre de la línea en particular a la que pertenecen. Por eso resulta tan atractivo el cigoto y sus primeros estadios. Porque es capaz de dar lugar a todas las líneas celulares.
Utilizando convenientemente esta capacidad de “LA” célula madre por excelencia, podríamos utilizarla para fabricar a voluntad órganos o tejidos que sirvieran de recambio a los que se nos fueran deteriorando. Sería un gran avance científico si pudiéramos utilizar las células madre para curar enfermedades y de esa manera mejorar nuestra calidad de vida. Si fuéramos capaces de controlar el desarrollo de la célula madre embrionaria habríamos dado con la solución a muchas enfermedades y dolencias hoy intratables. ¿Qué hay de malo en ello?
La gente piensa que con células madre vamos a poder regenerar válvulas cardiacas o curar el Alzheimer. Sin embargo, aunque es una posibilidad, el alcance de nuestro conocimiento científico aún está muy lejos de poder llegar a esas soluciones. Lo que parece más probable es que podamos utilizar la capacidad proliferativa de las células madre para acelerar procesos de cicatrización en heridas o fracturas. Así, por ejemplo, se podría pensar en utilizar células madre para ayudar a un más rápido proceso de cicatrización tras una operación, o en graves fracturas óseas…
En teoría, las células madre embrionarias serían de mucha utilidad, pues su principal característica es, precisamente, su capacidad proliferativa, que es precisamente, lo que se necesita en estos casos. El problema es que esa capacidad es también su principal inconveniente, pues desconocemos el proceso mediante el cual actúan las células embrionarias. Y al ponerlas a trabajar sin los controles naturales que suponen su desarrollo en un ambiente intrauterino comienzan a multiplicarse sin control, provocando tumores que, a la larga, resultan peores que la enfermedad que pretendían sanar. Por eso, en alguna ocasión me he referido a las expectativas creadas en torno a las células madre embrionarias como un timo. Hoy en día nadie se ha curando con ellas.
Y estamos aún muy lejos de encontrar una utilidad práctica. Para lo único que han servido las células madre embrionarias es para estudiar su evolución y aplicar dichos conocimientos a las células madre adultas o las iP’s, que sí permiten ser controladas en su evolución.
Sólo hay 2 casos en el mundo de personas en ensayos clínicos tratadas con células madre embrionarias. Del primero de todos, iniciado el verano pasado por la empresa americana Geron, acabamos de conocer el nombre del paciente y su dolencia. Se trata de Timothy J. Atchison, un joven americano que tras sufrir un accidente automovilístico y recibir todos los cuidados de emergencia en un centro médico de Alabama (la ciudad donde estudiaba enfermería), fue trasladado al Sheperd Center en Atlanta, un lugar especializado en lesiones de la médula espinal. Allí fue donde los médicos que le trataban consideraron que era el candidato ideal para recibir el tratamiento innovador para el que se buscaban voluntarios: La terapia debía ser administrada a una persona que hubiera quedado paralizada desde el pecho hasta la parte inferior de su cuerpo, y la inyección de células madre embrionarias en la zona de la herida debía ser administrada entre siete y catorce días después de producida la lesión, entre otros requisitos.
Timothy cumplía los requisitos, de modo que aceptó ser sometido al trasplante. En realidad, las esperanzas de curación eran mínimas. No se esperaba que las células embrionarias fueran a regenerar la médula. El estudio buscaba simplemente confirmar la seguridad del tratamiento. Si bien el ensayo se había realizado previamente en modelos murinos, ahora se trataba de intentar realizarlo en humanos y demostrar su seguridad. Afortunadamente para el joven, de momento no han surgido complicaciones, aunque tampoco ha tenido mejoría alguna en su lesión medular.
Pues bien, ya tenemos a una primera persona trasplantada con células madre embrionarias, es decir con trozos de otra persona, en un ensayo en el que se ha logrado impedir que, a consecuencia de la proliferación de esas células, se le produzca un tumor cancerígeno. Un gran avance para la ciencia. Que se ha hecho a costa de destruir a otro ser humano, utilizado como medicamento, para lo que se le ha privado de la posibilidad de existencia. Como dice el profesor José Miguel Serrano, puro y simple canibalismo. Según la legislación vigente en nuestro país, cualquiera de los cerca de 2.000.000 de embriones congelados (según cifras estimativas, ya que no existen estadísticas oficiales, a pesar de ser obligatorias), cuyos progenitores no desean seguir almacenando y que aceptan que sean donados para la investigación, podrían ser utilizados para este mismo objetivo. Hablamos de seres humanos en estado de blastocisto, con muy pocas células, y suspendidos vitalmente, al estar deshidratados y sumergidos en nitrógeno líquido a -196 º C. Todos ellos son sobrantes de procesos de fecundación artificial (FIV). Con este nombre tan descriptivo (sobrantes) se los denomina. A este terrible ataque contra su dignidad como seres humanos se une el de ser reducidos a simple material de laboratorio, y sus células ser utilizadas como material de recambio para tratar de salvar la vida a otras personas.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos dice taxativamente en su artículo 4: “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas”. Y en el siguiente: “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”.
Evidentemente, destruir a alguien para utilizar sus células para curar a otro contradice directamente estos derechos. Solo que los que defienden su práctica no consideran que los embriones humanos sean personas humanas. Con independencia de lo que a ellos les pueda parecer, la realidad es tozuda e innegable: El ser humano comienza su existencia en el momento de fusión de los núcleos del óvulo y el espermatozoide.
Agustín Losada
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