Todo aquel que vive en amistad con el Señor…, en otras palabras, en gracia de Dios, tienen inhabitando en él, a la Santísima Trinidad.
Las palabras del Señor fueron muy claras y no admiten duda de ningún género. “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14,23). Más adelante y en el mismo Evangelios de San Juan, ratificando las anteriores palabras podemos leer: “Todavía un poco y el mundo ya no me verá; pero vosotros me veréis, porque yo vivo y vosotros viviréis En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que recibe mis preceptos y los guarda, ése es el que me ama; el que me ama a mí será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré en él” (Jn 14,19-21). Y esta manifestación en nosotros del Señor, es la Inhabitación Trinitaria, porque dado el sentido de las palabras del Señor, estas fueron perfectamente entendidas, por los apóstoles.
No se trata de que el Señor inhabite simbólicamente, en el alma de la persona que vive en su gracia y amistad, sino que es una inhabitación real, efectiva y así San Pablo, en más de una epístola suya alude a la inhabitación trinitaria en nuestras almas, y así nos dice: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1Co 6,19-20). Puede ser que alguien se haga la pregunta: ¿Cómo es que se habla de inhabitación de la Santísima Trinidad, cuando en este último texto solo se habla del Espíritu Santo?
Es de aclarar que conforme al principio de la Circumincesión intratrinitaria, y como consecuencia del misterio de la Santísima Trinidad, donde esta una de las tres personas también se hallan las otras dos. En el Sacramento del Bautismo, recibimos muchos dones y posibilidades, amén de lo fundamental, que es la de adquirir la condición de hijos de Dios. Y entre estas dones que recibimos en el bautismo, está la de transformarnos en templos vivos de Dios. El Señor inhabitará en nuestra alma, constantemente, siempre que vivamos en su amistad. A mi juicio, el bautizado recibe una hoguera con su mecha preparada para ser encendida. Si tarde o temprano, con su acercamiento a Dios, con su oración, llega a encender esa hoguera, ella puede llegar a tomar caracteres de incendio inextingible, porque Dios es un fuego que devora. A partir del momento en que la mecha de la hoguera haya sido encendida, el alma, solo ha de hacer dos cosas; seguir orando y abandonarse en Dios, dejarse llevar por Él, no pretendiendo hacer nada por cuenta propia. Así esa alma será eternamente dichosa.
Pero desgraciadamente son pocas las hogueras de amor que se encienden en el mundo, por eso el alma elegida ha de ser una pirómana, por amor a Él. Todos nosotros creemos que el Espíritu Santo inhabita en nuestra alma, pero realmente son pocos los que comprenden lo que esto significa, porque significa una gracia especial. Y sin embargo esta gracia que se nos ofrece a todos, aunque sean pocos los que sepan aprovecharla.
Para ello, para sacar jugo de esta posibilidad, que Dios nos regala a todos, debemos de ser dóciles a las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, abandonándonos a su amor, Él nos educará poco a poco, siempre mucho más despacio de lo que nosotros desearíamos. Al principio no sabremos donde vamos, pero poco a poco, comenzará a brillar en nuestro interior la Luz y ella nos iluminará y nos hará ver y comprender todas las acciones del gobierno de Dios en nosotros, de manera que nosotros comprenderemos que no tenemos casi otra cosa que hacer, que dejar obrar a Dios, y que Él haga lo que le guste; solo así, es como se avanza en la vida espiritual propia.
Y sin saber cómo ni porqué, llega un momento en que todo se nos hace fácil y sencillo, y uno se acuerda de la frase evangélica: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,29-30).
Encontrar al Señor en el interior de nuestra alma, no es tarea fácil ni sencilla, pero está al alcance de todos nosotros, el que encuentra al Señor dentro del templo de él mismo, es que se arremanga y pone en marcha la tarea. Sabemos que San Agustín exclamó: “Tarde te hallé, estabas dentro de mí y yo de te buscaba fuera”. Cierto es que la tremenda influencia de la materialidad de nuestro cuerpo, nos hace creer que a Dios hay buscarlo por las calles, en el campo o en las montañas. Sí, desde luego que el Señor como Espíritu puro, que todo lo ha creado, está en todas partes, pero no materialmente para tratar de verlo con los ojos de nuestra cara.
Somos carne y espíritu, y en nuestro espíritu, en nuestra alma es donde inhabita Él, y a Él solo podremos llegarle a ver con los ojos de nuestra alma. En los escritos de la carmelita, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida por Edith Stein, hay unos maravillosos pensamientos sobre esta materia de la inhabitación trinitaria en el alma humana. Nos dice esta Santa: “La luz divina habita naturalmente el alma. Pero solo cuando el alma se despoja por amor a Dios de todo lo que no es Dios - esto es, amor - puede ser iluminada y transformada en Dios, y le comunica Dios su ser sobrenatural de tal manera que le parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios. Y llega a tanto esta unión que todas las cosas de Dios y el alma son unas en transformación participante: y el alma más parece Dios que alma”. “El alma vive su vida de gracia, por el Espíritu Santo, ama en Él al Padre con el amor del Hijo y al Hijo con el amor del Padre. Este participar de la vida trinitaria, puede realizarse sin que el alma experimente en si la presencia de las divinas personas. De hecho solo un reducido número de elegidos es el que llega a la percepción experimental de Dios trino en el fondo íntimo de sus almas”. “La doble inhabitación de Dios en el alma por gracia y por amor místico proporciona una buena base para una clara distinción entre fe y contemplación. De ambas habla frecuentemente San Juan de la Cruz…. Ambas vienen a ser un medio para la unión, ambas aparecen definidas y descritas como conocimiento oscuro u amoroso…. La fe es en primer término, objeto del entendimiento. La voluntad participa activamente en la adhesión a la fe, pero esta es ante todo la aceptación de algún concepto. Una de sus propiedades es la oscuridad de la fe. La contemplación es cosa del corazón, es decir de lo más interior del alma, y por lo mismo, de todas sus fuerzas más íntimas. En el corazón es donde se siente tanto la presencia como la ausencia aparente de Dios, ya para hacer feliz al alma, ya para dejarla desfallecida en dolorosas ansias…. La fe y la contemplación son los medios en que Dios se apodera del alma. La aceptación de la verdad revelada no tiene lugar por una simple aceptación de la voluntad. El mensaje de la fe llega a muchos que no lo aceptan. Hace falta la presencia de la gracia. En cambio en la contemplación Dios sale al encuentro del alma y se apodera de ella”. “Verdad es que Dios en todas las almas mora en secreto y encubierto, que de no ser así, no podrían ellas subsistir. Pero “en unas mora solo, en otras no mora solo; en unas mora agradado y en otras mora desagradado; en unas mora como en su casa mandándolo y rigiéndolo todo, y en otras mora como extraño en casa ajena, donde no le dejan mandar ni hacer nada. El alma donde menos apetitos y gustos moran, es donde Él más solo y agradado y más como en casa propia mora, rigiéndola y gobernándola y tanto más secreto mora cuanto más solo”…. Ni el demonio ni el entendimiento del hombre pueden saber ni sospechar lo que allí pasa. Más para la misma alma no es cosa tan secreta, porque siempre siente en si este abrazo”. “En otras almas que no han llegado a esta unión de amor, las más de las veces mora en secreto para ellas, porque no le sienten de ordinario, sino cuando Él las hace algunos recuerdos sabrosos, que no son del género y metal de los que están en estado de perfecta unión de amor, ni tampoco son tan secretos para el demonio ni al entendimiento del hombre como los otros, por no ser del todo espirituales; quedan también algunos movimientos del sentido todavía”.
Sobre este tema que estamos tratando, Henry Nouwen, nos recuerda, que nunca olvidemos que somos la gloria de Dios, somos el templo donde reside la gloria de Dios: “Bien lo primero es darse cuenta de que tú eres la gloria de Dios. En el Génesis se puede leer: “Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices el aliento de la vida y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Vivimos porque compartimos el aliento de Dios, la vida de Dios, la gloria de Dios. Lo que uno debe de pensar es: Yo soy la gloria de Dios. Haz de este pensamiento el centro de tu meditación, para que lentamente se convierta no solo en idea, sino en realidad viva. Tú eres el lugar en que Dios eligió habitar... y la vida espiritual no es otra cosa que permitir que exista el espacio en que Dios pueda morar en ti crear el espacio en que su gloria pueda manifestarse”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
Hermoso contenido hermano que nos recuerda nuestro verdadero compromiso con nuestro Rey y Señor y todo lo que el nos tiene preparados para los que estamos en El y con El bendiciones siempre con Xto y Maria mas que Vencedores cada Día y +
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