Cercanos ya a la Semana Santa, hay que poner el espíritu a punto para celebrar la Pascua.
Ofrezco una propuesta de Ejercicios espirituales personales. Iré publicando en el Blog una serie de temas que nos ayuden a reflexionar, a orar, a sacar buenos propósitos. Cada cual que elija su propio ritmo.
Nos valemos de los Ejercicios que un Obispo Vietnamita predicó a Juan Pablo II en el año 2.000. El célebre Obispo vietnamita F.X. Nguyen van Thuan, que fue arrestado 13 años en la cárcel de Saigón por el régimen comunista, predicó los Ejercicios Espirituales a Juan Pablo II y Curia Vaticana en el año 2.000. Con su profundidad y su ingenio le dio un tono especial a sus predicaciones que fue del agrado de todos. Posteriormente se publicarían todas sus meditaciones en la Ed. Ciudad Nueva bajo el título “Testigos de esperanza”.
Dice él: En la prisión, mis compañeros, que no son católicos, quieren comprender «las razones de mi esperanza». Me preguntan amistosamente y con buena intención: «¿Por qué lo ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial!». Por su parte, mis carceleros me preguntan: «¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una superstición? ¿Es una invención de la clase opresora?». Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible, no con la terminología escolástica, sino con las palabras sencillas del Evangelio. Y con esas palabras sencillas del Evangelio, ante la Suprema Jerarquía de la Iglesia se atreve a comentar los que él llama “los defectos de Jesús”.
Y lo explica perfectamente: Un día encontré un modo especial de explicarme. Pido vuestra comprensión e indulgencia si repito aquí, delante de la Curia, una confesión que puede sonar a herejía: «Lo he abandonado todo para seguir a Jesús porque amo los defectos de Jesús».
¿Realmente Jesús tuvo defectos? Dejemos a van Thuan que lo explique, y nos daremos cuenta que sí:
Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria.
En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Le 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Le 23, 43). El olvida todos los pecados de aquel hombre. Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor» (Le 7, 47). La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Le 15, 18-19). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado» (Le 15, 22-24).
Jesús, dice el Obispo Vietnamita, no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.
Continuamos:
Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas.
Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Le 15, 4-7). Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación... Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. Jesús es compasivo y no se para a contar y llevar estadísticas de nuestro actos.
Uno equivale a todos. Por uno, y por todos, dio la vida. Aunque hubiera sido solo por mí, como ocurre cada día en el Sacrificio de la Misa. Le debo estar agradecido correspondiendo a ese amor que me tiene.
Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica.
Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido» (cf. Le 15, 8-9).
Comenta el Obispo van Thuan: ¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos...
Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que «el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce». El señor siempre lee el corazón. No se queda en las apariencias, como nos suele ocurrir a nosotros. Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: «Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Le 15, 10).
Cuarto defecto: Jesús es un aventurero.
El responsable de publicidad de una compañía prepara el programa del candidato a las elecciones, con muchos detalles y muchas promesas. Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga a los ojos humanos, está destinada al fracaso. Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida.
A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mí 8, 20). El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero «autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo: «Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los que lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia..., bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mi 5, 3-12). Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero.
Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!
Nosotros estamos, o podemos estar, alistados en el grupo de esos aventureros. Queremos correr la suerte de Jesús sin condiciones. Hay que estar dispuestos a beber el cáliz que Él bebió.
Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía.
Bueno será recordarlo en estos tiempos de crisis económica. Recordemos la parábola de los obreros de la viña: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco... y los envió a sus viña». Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno (cf. Mt 20, 1-16). Esto no se entiende desde la perspectiva del negocio. Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque - explica -: «¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».
A la hora de seguir al señor no hay que hacer cálculos. Simplemente decir como Samuel: Aquí estoy Señor porque me has llamado. Y en el Padrenuestro: Hágase Tu Voluntad en la tierra como en el cielo. Y ya está. El que no recoge con Él desparrama. Y nosotros hemos creído en el amor. Pero preguntémonos, dice el predicador: ¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16).
El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones. Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega - como dicen los Padres - a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas. Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus elegidos.
Me alegraré de ver a Jesús con sus «defectos», que son, gracias a Dios, incorregibles. Y concluye Mons. Van Thuan: Los santos son expertos en este amor sin límites.
A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: «Si crees, verás el poder de mi corazón». Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso. Has hecho admirablemente todas las cosas Dios ha creado al hombre y a la mujer a su imagen: «Apenas inferior a un dios lo hiciste» (Sal 8, 6; cf. Hb 2, 7). Les dio la inmortalidad, la verdad, la justicia...
El Concilio Vaticano II enseña: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador» (GS 19).
Pero el hombre, en su libertad, puede rechazar la grandeza que el designio de Dios le ha otorgado; puede tratar de realizarse según su propio designio, distinto de ese futuro que Dios promete; puede tratar de garantizarse su propio futuro, como lo hacen, según el testimonio de la Escritura, las naciones paganas mediante la búsqueda de la riqueza, el apoyo en los hombres, la alianza con las potencias extranjeras, la posesión de cosas sagradas (cf. Os 2, 10; Ez 16, 15ss). Así cae en su miseria. Ya no espera en Dios, sino que sigue las falsas esperanzas. Buena ocasión para examinar en quien tengo puesta mi esperanza. En ello nos va la autenticidad de nuestra vida.
Dice San Josemaría Escrivá: ¡Visión sobrenatural! ¡Calma! ¡Paz! Mira así las cosas, las personas y los sucesos…, con ojos de eternidad. Entonces, cualquier muro que te cierre el paso - aunque, humanamente hablando, sea importante -, en cuanto alces los ojos al Cielo, ¡qué poca cosa es! (Forja, n. 996).
Y eso es tener esperanza en Dios. Concluye este capítulo Mons. Van Thuan: En éxtasis ante Jesús, que es mi Dios y mi todo, Deus meus et omnia, quisiera ser, junto a él, fuente de esperanza en el jardín del mundo, como escribe el poeta francés Charles Péguy: «Uno se pregunta: ¿cómo es posible que esa fuente Esperanza mane eternamente, eternamente joven, fresca, viva...? Dios dice: gente buena, eso no es tan difícil... Si fuera con agua pura con la que ella quisiera hacer fuentes puras, nunca encontraría suficiente en toda mi creación. Pero ella hace sus fuentes de agua pura justamente con aguas malas. Por eso no le falta nunca. También por esto ella es la Esperanza... Y es el secreto más bello que hay en el jardín del mundo».
Medita despacio y saca el propósito que Dios te inspire. “Sus defectos” nos animan a seguirle con nuestros defectos.
Juan García Inza
No hay comentarios:
Publicar un comentario