martes, 19 de abril de 2011

DOMINGO DE RESURRECCIÓN



EL DOMINGO SIGUIENTE
¿Por qué no estaba Tomás allí el Domingo de resurrección? Cuando todos huyen, Tomás sufre un gran desconcierto, reacciona a su modo, quizá muy similar al de Pedro, y gira en torno a los lugares donde estaba el Señor. Nada puede hacer para librar al Maestro, quizá sólo gritar ante el pretorio de Pilato mezclado entre la muchedumbre que pide su muerte.
Luego ve a Jesús llevando la Cruz y la enfurecida multitud que le insulta. Cada paso en la Pasión es un golpe que desmonta sus esquemas mentales y demasiado humanos. Debió buscar seguir a Jesús y se acerca al lugar de la crucifixión donde muchos insultan y se mofan de Cristo. Por fin, cuando todos huyen al desaparecer el sol y temblar la tierra en la muerte de Jesús, quizá observó, sin atreverse a acercarse - estaba avergonzado de su falta de valentía - el descendimiento del Cuerpo del Señor realizado por José de Arimatea, Nicodemo y Juan. Entonces vio los agujeros de los clavos y de la lanza en el cuerpo de Jesucristo y se desmoronó la fe y la valentía que le quedaban aún, por eso no se atrevió a volver con los suyos.

Su intrepidez, unos días antes al animar a todos a ir con Jesús aunque sea hasta la muerte fue sincera; pero había presunción. Tomás había confiado mucho en sus fuerzas y en su amor en el Maestro. Sus declaraciones le traicionan, y el que más pretendió, más se hundió. Quiso ser el más valiente, y se siente el más humillado, por eso no se atreve a volver con los demás. Estaba destrozado, roto, humillado.

Tomás no estaba con los demás en el Cenáculo el Domingo de Resurrección por la tarde. Parece probable que los diez apóstoles, o alguno de ellos, buscase al desanimado Tomás para ayudarle a volver al redil. Habían escuchado directamente del Maestro la alegoría del Buen Pastor, y podían unir la solicitud por la búsqueda del hermano perdido con el encuentro deseado con el amigo que sufre.

La amistad siempre ha sido el principal instrumento apostólico; pero ahora se trata de demostrar un cariño que no retrocede ante el error o la vacilación. Y Tomás lo estaba pasando muy mal.

La alegría de los Diez, y la de las mujeres, unida a la serenidad gozosa de María Santísima -la que nunca dudó- contrastarían con el aspecto taciturno y dolorido de Tomás. Por así decirlo, Tomás no se perdona a sí mismo el haber sido cobarde, y casi traidor, pues así se considera él a sí mismo. Y, como suele ocurrir, la tristeza formaría como un velo en su mente que le impide ver con claridad lo que ocurre a su alrededor.

Los demás discípulos le anuncian el gozo de la resurrección con una cierta exaltación: Hemos visto al Señor!" (Jn). Es comprensible que uniesen toda clase de datos unidos a su impresiones. Las conversaciones se superpondrían unas a otras. Pero Tomás permanece aferrado a su tristeza y les responde: "Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en la señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré" (Jn).

Es muy posible que su resistencia a creer a sus amigos se deba más al orgullo herido que al racionalismo. Se creía tan valiente que su cobardía se convierte en una herida difícil de cerrar. Se había confesado fiel y amador del Maestro, pero falló. Y se aferra a los sentidos, como no queriendo engañarse de nuevo. No quiere que su capacidad de entusiasmo se desborde de nuevo y vuelva a caer tan bajo como se encuentra ahora. La duda de Tomás es fruto más de orgullo herido que de incredulidad. Tomás es un valiente derrotado, que no sabe perder.

El domingo siguiente: "Estaban de nuevo dentro los discípulos y Tomás con ellos. Estando cerradas las puertas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros" (Jn). Tomás debió sentir que todo se agitaba en su interior: ¡era verdad lo que le habían dicho los suyos! Y un nuevo dolor se sumó a los anteriores que rompían su alma: "no he sido capaz de creer a mis hermanos", "he fallado una vez más"; pero ahora la alegría de ver de nuevo a "su" Jesús disipa el desaliento, y la luz divina llega dentro, porque hondo era el dolor y la oscuridad que le acongojaban.

Entonces Jesús se dirigió a él personalmente: "Después dijo a Tomás: trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente" (Jn). Y llega la luz a la mente antes en penumbras: "Jesús no sólo es el Maestro bueno, o sólo el Mesías, ¡es verdaderamente Dios!" y tocando las llagas dijo: Señor mío y Dios mío!" (Jn).

Es el acto de fe más extraordinario y explícito de todos los evangelios. Pedro había declarado que Jesús era el Hijo de Dios vivo, pero ahora Tomás, viéndole a Él, resucitado, tocando un cuerpo, declara que Jesús es Dios. No se puede expresar de modo más claro la divinidad del Maestro. Una vez más, de los males Dios saca bienes, y de los grandes males grandes bienes. Si la incredulidad de Tomás fue grande, mayor fue su acto de fe.

Dios permitió las dudas de Tomás para dejar un signo a los que viniesen detrás. Algunos no creen, aunque vean. Basta pensar en los testigos de milagros. Otros creen sin ver nada. Tomás es como la ayuda sensible para los que piden algunas pruebas de que el cuerpo del Resucitado es real, aunque glorioso, tangible. Tomás tocó a Cristo como Hombre, y creyó en Jesús como Dios.

El leve reproche de Jesús a Tomás es un aliento para la fe de los que vendrán: "Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído" (Jn).

En las palabras de Tomás es posible ver, junto al acto de fe, un acto de contrición; dolor de amor, por no haber sabido estar a la altura de la circunstancias. La paz inundó su alma. Pudo comprobar cómo la fe está unida a la caridad. Y junto a la luz de la fe que experimentaba, comprobó la dulzura de la caridad divina que le perdonaba y le introducía en la vida nueva ganada por Jesucristo. Tomás era ya un hombre nuevo.

Reproducido con permiso del Autor, Enrique Cases, Tres años con Jesús - Ediciones internacionales universitarias.
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EL MANDATO DE IR A TODO EL MUNDO

Los once apóstoles se reunieron en Galilea donde había tantos discípulos del Señor. Se reúnen en un monte que pudo ser el Tabor o quizá el de las bienaventuranzas, no lo sabemos con certeza. Allí Jesús les da una misión importantísima. "Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y, al verlo, le adoraron; pero otros dudaron. Y acercándose Jesús les habló: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt).

Jesús poseía una misión del Padre que era realizar la redención para la salvación de los hombres. El Hijo, junto al Padre, envía al Espíritu Santo para que de vida divina a los hombres. Ahora va a hacer partícipes de esa misión a los discípulos, y les da el mandato apostólico de difundir la palabra y la vida que Él mismo ha conquistado.

Esta misión no tiene límites en el espacio: abarca a todos los pueblos de todos los tiempos. Los discípulos quedan consternados por la grandeza de la vocación. Deben abrirse a todas las culturas de todos los hombres. El mundo se hace pequeño. La salvación ya no se refiere sólo al privilegiado pueblo de Israel, sino a todos los pueblos con tantas tradiciones religiosas tan distintas. Esta misión es un mandato imperativo, no sólo un consejo. Tienen la obligación de realizarlo. Y no sólo se refiere a los apóstoles sino que se dirige a todos los creyentes. Sus vidas no pueden reducirse a vivir una vida interior intensa, pero aislada. Deben abrirse al mundo y difundir la verdad de Jesucristo.

Pero no sólo predicarán la verdad, sino también deben bautizar a los que crean, y en el nombre de Dios en sus tres divinas personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Bautismo será la puerta de entrada en la Iglesia, después vendrá el despliegue de toda la vida divina de la gracia en el alma. Pero, de momento, a los bautizados se les perdonan los pecados, y se les da la vida conquistada por Cristo en la Cruz, la vida resucitada de Jesús, una vida para no morir. El nuevo Pueblo de Dios se constituirá a partir de ese Bautismo que conduce a los demás misterios de vida, cuyo culmen es la Eucaristía.

Esta misión tiene límites en el tiempo, pues concluirá en el fin del mundo, cuando Jesucristo venga en toda su gloria y sus ángeles con Él entonces la muerte será definitivamente vencida y se constituirá el Reino en toda su perfección.

No deben tener miedo ante la grandeza de la misión, pues se dará siempre un presencia de Cristo entre los cristianos. Nunca estarán solos, ni abandonados, aunque, en ocasiones tengan que experimentar la Cruz como Jesús. Es más, vencerán enemigos poderosos. "El que crea y sea bautizado, se salvará; pero el que no crea, se condenará. A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados" (Mc). La salvación llegará por el diálogo con Dios, que es la fe, y por el bautismo; el rechazo consciente de Cristo es la condenación. La urgencia de la difusión apostólica es grande, y los enemigos, simbolizados en serpiente y venenos, serán superados; es más, vencerán a los demonios y hablarán lenguas nuevas. Los horizontes de aquellos primeros, que eran pocos, como el fermento de la masa del mundo, se amplían al máximo. Es una verdadera aventura interior y exterior.

Reproducido con permiso del Autor, Enrique Cases, Tres años con Jesús - Ediciones internacionales universitarias.
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ÚLTIMA APARICIÓN EN JERUSALÉN

Después de reunirse con los de Galilea, Jesús se apareció a los de Jerusalén con palabras siempre consoladoras. "Y les dijo: Esto es lo que os decía cuando aún estaba con vosotros: es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: Así está escrito: que el Cristo tiene que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que se predique en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las gentes, comenzando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. Y sabed que yo os envío al que mi Padre ha prometido. Vosotros, pues, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto" (Lc). Eran palabras de victoria.

Les habla, y les da también una don de lo alto para entender. Las palabras de las Escrituras se unen a las gracias del cielo, y comprenden todo con nueva luz. Es como un salto enorme en la fe, que antes estaba demasiado apegada a los esquemas humanos, y debe introducirse en la mente de Dios. Ahora pueden ver todo desde lo alto y saborear el amor de Dios Padre, el amor del Hijo con la luz del amor del Espíritu Santo.

Ahora ya pueden ser testigos, pues no sólo han visto, sino que además comprenden lo que ha pasado. Entienden ya la lógica de Dios, tan distinta de la del mundo. Ahora los hombres podrán conocer por sus palabras y sus vidas que ha llegado la salvación como había sido profetizado.

De momento, se les pide que esperen en Jerusalén. Y ellos con el gozo de la resurrección, y con la luz en la mente y el corazón, esperan pues ya saben que Dios tiene sus tiempos para manifestar la plenitud.

Reproducido con permiso del Autor, Enrique Cases, Tres años con Jesús - Ediciones internacionales universitarias.
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Benjamín Martín Sánchez

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