Evidentemente sí, ¡vivimos desesperanzados! y lo peor es que no somos conscientes de ello.
No nos damos cuenta de la importancia, que tiene vivir esperanzado para nuestra felicidad, no solo la que esperamos sino también la poca que aquí abajo podemos llegar a obtener.
Nosotros, espero que prácticamente todos los que lean esta glosa, estamos bautizados, y en el bautizo recibimos algo más importante que la sal y el agua y los oleos, recibimos el título de hijos de Dios, la inhabitación de la Santísima trinidad en nuestra alma y la infusa gracia divina incipiente, para poder consolidar a lo largo de nuestra vida, esa maravilla que es nuestra filiación divina.
Recibimos tres virtudes esenciales y con ellas la gracia santificante. Recibimos un arsenal de armas, pero las armas para que cumplan su cometido han de usarse y si no se las usa de nada sirven y la batalla se pierde. Las armas que se nos han proporcionado inicialmente en el bautismo, servirán a lo largo de nuestra vida terrenal, para nuestra lucha ascética, que hemos de sostener para demostrar al Señor que le amamos y que somos dignos hijos suyos.
En esta lucha, hay algo muy peculiar, y es que en vez de desgastarnos como ocurre en las luchas del mundo material, aquí cuanto más luchemos más nos fortaleceremos y a sensu contrario cuanto menos luchemos, más nos debilitaremos. Tenemos implantada en nuestra alma tres virtudes esenciales: la Fe, la Esperanza y la Caridad, entendida sobre todo esta última, como amor a Dios. Las tres virtudes tienen la característica, de que aumentan y disminuyen en el alma humana al unísono, por ello es de ver, que donde hay desesperanza, es decir, falta de esperanza, tampoco hay fe, ni hay amor a Dios. La esperanza es una virtud sobrenatural por la que deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le aman y le sirven, y los medios necesarios para alcanzarla. Y la gloria que se nos promete, está al alcance de todos. En otras palabras nadie pierde el cielo si no es por su culpa, porque así él lo desea.
La desesperanza es la antítesis de la esperanza. Todos sabemos que la desesperanza es la falta de esperanza. La esperanza que podemos tener en esta vida solo puede ser de dos clases: terrenal, humana o natural y sobrenatural o divina, en ambas tanto en la natural como en la sobrenatural es esencial el factor tiempo, pues ambas lo necesitan ya que la esperanza para existir hace siempre referencia al futuro que nos espera. La esperanza natural, tiene limitado su campo de actuación, a los acontecimientos que esperamos que nos sucedan en el devenir de nuestra vida futura, pero solo en este mundo. La esperanza sobrenatural, tiene un campo ilimitado, se encuadra en la eternidad. Desgraciadamente la mayoría de las personas que ahora circulan por este mundo solo tiene esperanzas humanas, carecen de esperanzas sobrenaturales, porque carecen de fe, y esto sin que sean conscientes de ello, les lleva a la desesperanza, porque cuando el hombre quiere caminar y camina de espaldas al Señor, siempre acaba mal. El cardenal Danneels, escribe que: “Antes del Renacimiento no se hablaba para nada de la esperanza profana. La única esperanza tenía sus fuentes en la religión, en el mensaje cristiano. Pero las cosas han cambiado mucho. En occidente se empezó hablar de “utopía”. Se trata de una especie de versión profana secularizada de la esperanza cristiana”.
Y de aquí se pasó al enciclopedismo, del siglo XVIII, siguió avanzando el hombre de espaldas al Señor, y sigue caminando todavía, ahondando en su desesperanza, cada vez más. El hombre necesita la esperanza, como el aire para respirar, necesita pensar que el futuro será mejor, porque piensa que así, calma esa ansia de felicidad eterna con la que Dios le ha creado. Y cuando vive y camina de espaldas al Señor, marginando la esperanza sobrenatural, y solo se apoya en la esperanza humana o natural encuentra que nunca llega ésta a satisfacerle en plenitud. Todas las esperanzas naturales o terrenales, por buenas y sólidas que nos parezcan que sean, al final, terminan todas estrellándose ante la realidad de la muerte. Las esperanzas terrenales, siempre se alimentan, de ese loco optimismo, con el que muchos sustituyen su falta de fe en el Señor. Ellos quieren asegurar su felicidad, en este mundo confiando solo en su inteligencia y en sus esfuerzos puramente humanos. Cuando falla la fe, y aún también sin fallar la fe, cuando esta es débil, siempre se margina al Señor; siempre pensamos que las cosas van a ir hacia mejor, que nunca va a llegar la sangre al río. Nos olvidamos del dicho que dice: No hay ninguna situación mala en la vida y que por mala que sea, no sea susceptible de empeorar.
Pero si leemos la prensa y vemos la televisión, tomamos nota de que desgraciadamente, son muchos los sitios en este mundo, donde la sangre si está llegando al río. Pero como somos optimistas por naturaleza, no solo en relación a los problemas internacionales, a los nacionales o a los personales, persistimos en que todo va a ir bien y olvidamos lo fundamental, que es mirar y confiar en el Señor que es quién todo lo dispone. Lo que hacemos, incluso los creyentes muchas veces, siendo conscientes de ello, es transformar nuestros proyectos temporales, en metas absolutas olvidándonos del horizonte que tenemos en el cielo, en nuestra futura vida eterna y el fin para el que hemos sido creados.
Cuando esto ocurre nuestros brillantes proyectos humanos, convierten en un olvido y traición y nace así, nuestra verdadera esperanza, y las esperanzas de realización de los proyectos terrenales, terminan estrellándose en la realidad de la muerte y abandono de este peregrinaje terrenal. Como antes decíamos, las tres virtudes teologales, no pueden separarse una de la otra, ninguna de ellas es capaz de existir prescindiendo de las otras dos, siempre marchan al mismo paso lo que determina, tal como decía San Agustín, que sin amor no puede haber esperanza. Podríamos decir que, si la caridad es en sí misma la mayor de las tres virtudes teologales, en la práctica la esperanza es la más importante. Mientras hay esperanza, el amor se desarrolla; si la esperanza se extingue, el amor se enfría. Un mundo sin esperanza enseguida se convierte en un mundo sin amor. Pero también la esperanza tiene necesidad de la fe, de la que es auténtica expresión. Porque si tenemos fe en las promesas de Nuestro Señor, entonces tendremos esperanza. ¿Pero qué es lo ocurre, cuando gran parte del mundo no tiene esperanza sobrenatural? Lo que ocurre es que el ser humano, lleva dentro de sí tres improntas fijadas por su Creador y que responden a las tres virtudes teologales.
Primero, el hombre necesita para vivir amor, necesita amar y ser amado. Segundo, necesita tener fe en algo o en alguien y por ello siempre está imbuido en una búsqueda; unos buscan a Dios por caminos acertados, otros lo buscan por caminos erróneos, y otros creen que no buscan a Dios, pero inconscientemente lo buscan, porque como sienten la necesidad de la búsqueda, que llevan dentro de sí, tratan de apagar esta sed de búsqueda entregándose, por ejemplo, a la filosofía, al esoterismo, o a la cultura, como si estas disciplinas pudieran sustituir en el hombre su sed de Dios. Tercera, el hombre como ya hemos dicho antes necesita tener esperanza, no puede vivir sin esperanza y la verdadera esperanza que él ansia es la que se fundamenta en las promesas del Señor.
Todos estos seres humanos, viven carecen de esperanza y tristemente viven en la desesperanza, y como el hombre necesita esperanza para vivir, encubren sus desesperanzas, con el velo de las esperanzas terrenales de las que antes hemos tratado. Por lo ya dicho tengamos siempre presente que la desesperanza que es la negación de la esperanza, jamás, podrá hacer mella en el alma, del que tiene una fuerte fe y un gran amor al Señor. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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