Prescindir de Dios y de los valores morales, lleva no sólo al empobrecimiento espiritual, sino también al empobrecimiento material, como nos muestra la actual experiencia española.
Algo a lo que estoy acostumbrado es que los contrarios a la Iglesia, si hablas de cuestiones que tengan que ver con la sexualidad, te salen con cosas como ésta en un artículo mío sobre cohabitación juvenil: “mientras tanto más de mil millones de personas hambrientos en el mundo, mueren miles de niños al día por falta de agua potable, por enfermedades curables con un euro, hay explotación sexual-laboral, maltrato, dictaduras, guerras”. Y si por el contrario intentas hablar de lo relacionado con la pobreza y la corrupción, te hablan de los curas pederastas, olvidándose del pequeño detalle que la ideología de género sí promueve la corrupción sexual y en consecuencia la pederastia.
Hoy voy a hablar sobre la primera tentación (Mt 4,1-4). En ella el diablo dice a Jesús: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. Jesús le responde: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. El sentido es muy claro: no basta sólo con el pan, sino que si queremos vivir necesitamos también de la ayuda de la palabra de Dios. Es lo que afirma Benedicto XVI cuando dice: “Se podrían enumerar muchos problemas que existen en la actualidad y que es preciso resolver, pero todos ellos sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible en el mundo”. Y es que al prescindir de Dios, nos encontramos con la puerta abierta a toda clase de disparates, como hace nuestro ateo presidente del Gobierno, cuando afirma: “En la medida en que he ido evolucionando y madurando, creo que la religión más auténtica es el hombre. Es el ser humano el que merece adoración, es el vértice claro del mundo tal como se nos ha mostrado, tal como lo hemos llegado a comprender”, y por si acaso remacha el asunto al afirmar lo siguiente sobre los principios morales: “La idea de una Ley Natural por encima de las leyes que se dan los hombres es una reliquia ideológica frente a la realidad social y a lo que ha sido su evolución. Una idea respetable, pero que no deja de ser un vestigio del pasado”. Ya el propio san Pablo nos dice: “si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (1 Cor 15,32).
Benedicto XVI nos recuerda el fracaso de la experiencia marxista, también en lo económico, y es que el marxismo al prescindir del pecado original y de la inclinación del hombre al mal, intentó crear una sociedad sobre bases falsas, sobre arena, y el resultado fue la miseria imperante en el mundo marxista, de la que sólo se aprovecharon unos pocos, la nueva clase que denunció Djilas.
Si a las personas con fuertes principios morales, que saben que hay un Dios que les va a juzgar, no les es fácil mantenerse en la honradez cuando ven que pasan junto a ellos fuertes cantidades de dinero, ¿qué diremos de aquéllos que carecen de estos principios? Hoy nos encontramos con una corrupción en gran escala, de la que precisamente los pobres son sus mayores víctimas, como estamos viendo en los escándalos de Andalucía, o como nos dice Benedicto XVI sobre la ayuda al Tercer Mundo: “Las ayudas de Occidente a los países en vías de desarrollo, basadas en principios puramente técnico-materiales, que no sólo han dejado de lado a Dios, sino que, además, han apartado a los hombres de Él con su orgullo de sabelotodo, han hecho del Tercer Mundo el Tercer Mundo en sentido actual. Estas ayudas han dejado de lado las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y han introducido su mentalidad tecnicista en el vacío. Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan. Está en juego la primacía de Dios. Se trata de reconocerlo como realidad, una realidad sin la cual ninguna otra cosa puede ser buena. No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquél que es la Bondad misma, el Bien” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, vol I, pág. 58).
En pocas palabras, prescindir de Dios y de los valores morales, lleva no sólo al empobrecimiento espiritual, sino también al empobrecimiento material, como nos muestra la actual experiencia española.
Pedro Trevijano
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