(Ver artículos anteriores en este mismo blog: 14 y 21 de febrero 2011)
Las palabras habían sido claras: “escribe inmediatamente a tu padre y dile que vaya a Roma, que exponga este deseo mío al Santo Padre, que le diga que un gran castigo amenaza al mundo, y que necesito víctimas. Mi padre celestial está sobremanera indignado. Yo os aseguro que si dan a Mi corazón la satisfacción de hacer aquí en Luca una nueva fundación de religiosas Pasionistas, aumentando así el número de estas almas, las presentaré a mi Padre, y Él se aplacará”.
Cuando los meses de julio-agosto de 1914 ven el inicio de la primera guerra mundial, se hace evidente que “esa” podría ser la guerra que Satanás estaba preparando. Así se lo había declarado snata Gema al P. Germán - “el demonio está apunto de desencadenar una guerra cruel” - anticipándole meses después que ya no sólo se trataba de voluntades infernales prontas a la acción, sino de toda una ira del Cielo que amenazaba al mundo. Era una curiosa relación, pero nuevamente el Evangelio recobraba actualidad: el mal tendría su momento porque así lo permitía el Cielo, y lo permitía como exigencia de la divina justicia. ¿Sería, entonces, satisfecha la ira del Padre permitiendo al mal desencadenar tal conflicto mundial? Los años siguientes confirmaron o que bien aún no se había satisfecho del todo la ira del Cielo, o que más bien, Satanás era un estratega de largo alcance puesto que una guerra trajo otra peor. Pero tampoco pareció bastar esta otra guerra, pues la ira de Dios permitió que 1917 viera el inicio de un terror nunca antes conocido y de larga duración -el comunismo- que vendría a sumarse al horror de dos guerras mundiales, para perpetuar sus sufrimientos sin solución de continuidad hasta nuestros días.
A la luz de la carta que santa Gema dirigió a su director espiritual dando cuenta de tan terrible amenaza, parece que o algo falló, o que santa Gema pecaba de pueril, pues ¿acaso no había puesto en labios de nuestro Señor lo que parecía una relación clara y evidente - que un nuevo convento de Pasionistas en Luca aplacaría la ira del Padre- Y es que el convento se hizo - si bien fue creciendo con los años - y se hizo a tiempo como para haber detenido la primera guerra mundial, y por tanto, sus funestas consecuencias. De hecho el recién ascendido Pío X había autorizado la fundación en Luca a propuesta del P. Germán ya en 1903. Y en 1905 la madre Josefa y la madre Gabriela, del convento de Corneto, darían inicio a la fundación de Luca, para ver como en pocos meses ya llamaban a sus puertas algunas jóvenes, en lo que sería la primera comunidad pasionista de Luca - aún en lugar provisional hasta 1917 -.
Esta breve relación de la fundación de Luca se revela enigmática atendiendo a la petición de nuestro Señor. ¿Acaso no había pedido un convento de pasionistas? Y ¿acaso no se fundó? ¿Por qué, entonces, se desató todo el mal como si no hubiera sido secundado Su deseo? Quizá esa aparente y sencilla relación antes mencionada (convento-paz) no lo es tal. Y es que Dios demandaba víctimas, no casas. Y la casa que se construyó en Luca había sido proyectada por el Cielo para que en ella morara su alma predilecta: santa Gema. Ya en 1899, en una carta a su confesor - monseñor Volpi - le escribirá lo que la Virgen María le dijo en una aparición: “Hija, has recuperado la salud para servir a mi Hijo en la Congregación de las pasionistas. Tú serás pasionista”. Y tenaz e insistente Gema pedirá a Monseñor que de los pasos necesarios para llevarla a un convento pasionista.
El Cielo era claro con ese deseo, de hecho narraría santa Gema como en otra aparición, en este caso del venerable Gabriel, se le dirá: “No te preocupes, hijita querida. Te he dicho muchas veces que tú serás pasionista”. Me tomó de la mano y me hizo sentar junto a él. Me pareció que me quería mucho y me acariciaba, diciéndome: “Nada temas, pase lo que pase. El nuevo convento se hará aquí, en esta ciudad (Luca) y tú serás pasionista”. Pero su director espiritual (en proceso de beatificación) y su confesor se tomaron con mucha calma la voluntad del Cielo, tanta que Gema moriría sin haber entrado con las pasionistas. Y es que el Cielo se la quiso llevar ante la negativa de la Iglesia (representada por su director y su confesor) en secundar la voluntad de lo Alto. La jaula se hizo, pero el pájaro que debió morar en él resultó otro.
Parecía que sólo santa Gema pudiera haber retirado al mal todo su poder destructor. Que ella era ese alma víctima elegida para sufrir en su carne y alma lo que la Justicia nos exigía a los demás. Pero Dios se sometió a su Hija la Iglesia, dejando en manos de ésta la decisión final.
Cuando se vuelve a leer la carta de santa Gema la sensibilidad moderna parece escandalizarse de dos hechos. El primero que la relación entre paz y progreso no está en la inteligencia y voluntades humana, sino en la santidad de vida (por tanto, que el pecado moral existe y exige justicia). El segundo que Dios pide víctimas para compensar esos pecados humanos que exigen tal castigo. De tal modo que cuantos más sean los pecados, mayor será el castigo - salvo que el santo detenga la airada mano del Padre -. Pero este misterioso flujo sobrenatural tiene un canal por el que transita: la Iglesia. Y por ello el Cielo mirando la vida sobrenatural de Su Iglesia “olvida” los pecados del mundo, pues en la santidad de Su Hija, Su vista entierra lo que el mal del mundo exige a la Justicia. Pero ¡ay! si no hay ninguna vida sobrenatural en su seno, ¿con qué se aplacará Su justa ira?
La Iglesia no entendió el papel de Gema evitando lo único que podía detener el justo castigo. Gema era la víctima propiciatoria, pero no fue aceptado su ofrecimiento. Y es este el aspecto que une pasado con presente pues la ira del Padre declarada a Gema Galgani no estaba relacionada con las políticas de aquellos años, sino con la vida en el pecado especialmente de Sus hijos. La carta es clara: pastores que no pastorean, comuniones sacrílegas, víctimas que no llegan. ¿Qué se puede decir de hoy? ¿Ha sido satisfecha la ira del Cielo? De nuevo todo cuanto puede ser dicho lo dejo a la sabiduría de los lectores.
Cesar Uribarri
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