Nuevo libro «Cristianos contra Hitler»
José M. García Pelegrín presenta la heroica vida de seis alemanes cristianos comprometidos que lo dieron todo por oponerse al nacionalsocialismo.
Después que diera a conocer al lector en lengua española la heroica resistencia de algunos jóvenes alemanes contra el régimen nazi a través de su obra “La Rosa Blanca” (Libros Libres). José M. García Pelegrín (Madrid, 1958) ha seguido profundizando en aquellas personas que se opusieron al diabólico proyecto del nacionalsocialismo, incluso al precio de sus propias vidas.
Fruto de esta investigación, el autor, Doctor en Filosofía y Letras, con especialidad de Historia por la Universidad de Colonia, publica “Cristianos contra Hitler” (Libros Libres), obra en la que nos recuerda que "no todos los alemanes eran nazis".
En diálogo con Religión en Libertad, García Pelegrín nos explica la tensa y complicada relación entre el régimen dictatorial nazi y sus principales enemigos, los cristianos, y nos presenta a seis personajes que resplandecieron como una luz en medio de las tinieblas del odio, la opresión y la muerte.
-¿Es cierto que los votos que llevaron a Hitler al poder fueron, en su mayoría, provenientes de lugares no de mayoría católica sino protestante? ¿Quiénes fueron los «Cristianos alemanes» en la iglesia evangélica?
-Sí, es rigurosamente cierto. Si hay un hecho irrefutable en el contexto del ascenso del nacionalsocialismo es que no fueron los católicos quienes le votaron. El Nestor de la investigación histórica sobre las relaciones entre la Iglesia y el nacionalsocialismo, el catedrático de Bonn Konrad Repgen, elaboró unos mapas que reproduzco en mi libro: en uno se muestra la distribución de la población católica; el otro recoge el porcentaje de votos obtenido por el partido nacionalsocialista en las elecciones del 31 de julio de 1932 - de las que el NSDAP salió como primera fuerza, si bien no consiguió la mayoría absoluta -. Una comparación entre ambos muestra de modo evidente cómo se corresponden las zonas de menor proporción católica dentro de la población alemana con las de mayor número de votos obtenidos por el partido nazi, y viceversa: cuanto más voto católico, peor resultado para Adolf Hitler en el correspondiente distrito electoral.
Los «Cristianos alemanes» fue una corriente dentro del protestantismo que quiso amalgamar la doctrina nacionalsocialista con el cristianismo; siguiendo el «principio del Führer», buscaron una organización centralizada (precisamente, todo lo contrario al protestantismo). Ludwig Müller, a quien Hitler nombró su «Delegado especial en cuestiones religiosas», fue elegido «Obispo del Reich» con dos tercios de la mayoría del Sínodo evangélico, con lo que los nazis pudieron injerir en cuestiones religiosas; uno de sus principales objetivos fue «liberar la vida religiosa de la influencia judía».
-¿Por qué el nacionalsocialismo sigue hoy en día suscitando gran interés (por ejemplo la película «Valkiria»)?
-Después de que, tras la guerra y durante dos décadas, se intentó «mirar hacia adelante», recomponer Alemania, la «generación del 68» ejerció críticas acerbas con la de sus padres, buscando responsabilidades: «¿Qué hicisteis vosotros en los años de 1933 a 1945?». Al margen de un cierto fariseísmo en esta conducta - nadie puede decir sinceramente de sí mismo cómo hubiera actuado en una situación similar, que probablemente ni siquiera se puede imaginar - hay que tener en cuenta que, por ejemplo, ni un solo juez que había ejercido en esos 12 años fue llevado a juicio; todos ellos continuaron después de la guerra en el mismo cargo que habían tenido antes. En muchos casos, la «desnazificación» fue un mero trámite. De ahí el movimiento de repulsa de esa generación. Hoy en día, hay un cambio generacional: ya no son los hijos, sino los nietos los que, en muchos casos sin amargura y con mayor objetividad, estudian esa época. ¿Por qué? Porque sigue viva la conciencia de que, aunque no exista una culpa personal, también la generación actual sigue cargando con las consecuencias del nazismo.
Con este cambio generacional parece que está modificándose asimismo el punto de vista, de los actores a las víctimas. Mientras que en la posguerra los resistentes resultaban personas «incómodas», porque eran testigos de que había habido personas que no se habían dejado llevar por la corriente general, desde hace unos treinta años se está intentando rescatar del olvido y valorar a todas aquellas personas que se jugaron la vida - y en muchos casos, la perdieron - por oponerse al nazismo. Además, como me comentaba en una ocasión Anneliese Knoop-Graf, la hermana de uno de los componentes de la «Rosa Blanca», Willi Graf, tienen un carácter ejemplar: «Mostraron que en todo momento hay personas que, con los medios a su alcance, están dispuestas a luchar contra el mal; nos ha legado el testimonio de que en todas las épocas ha habido personas con la suficiente valentía de alzarse en pie. Esto es lo duradero de su mensaje».
-¿Cuál fue la postura de la Iglesia católica respecto al nacionalsocialismo?
-La primera reacción frente al nacionalsocialismo se remonta a 1923: Cuando Hitler hizo el intento del golpe de Estado el 9 de noviembre, el entonces nuncio apostólico Eugenio Pacelli, el futuro Pío XII, informó al Vaticano calificando el hasta entonces prácticamente desconocido movimiento de Hitler como «fanáticamente anticatólico». En noviembre de 1930, el cardenal Michael Faulhaber de Múnich denominaba al nacionalsocialismo una «herejía, incompatible con la visión cristiana del mundo». El 10 de febrero de 1931, la Conferencia Episcopal de Baviera daba unas indicaciones al clero, en las que se hacían constar las herejías en el programa del NSDAP; durante los siguientes meses, se adhirieron a esta condena los demás obispos alemanes; por ejemplo, el 19 de marzo de 1931 los obispos del Norte de Renania decían: «No está permitido a los católicos compartir esas doctrinas, incompatibles con la doctrina católica».
-Es indudable que el Papa Pío XII salvó una considerable cantidad de judíos, pero ¿condenó «suficientemente» el nazismo?
-El Papa y el Vaticano condenaron inequívocamente el nazismo: la Encíclica «Mit brennender Sorge» de 1937 - redactada por el Cardenal Faulhaber y por el entonces Cardenal Secretario de Estado Eugenio Pacelli - dejaba fuera de toda duda que el nazismo era incompatible con el cristianismo. Buena prueba del efecto que causó son las represalias de los nazis. Lo que los críticos reprochan a Pío XII no es una condena «teórica» de la ideología, sino el supuesto «silencio» ante el holocausto. Cuando Pío XII falleció en 1958, entre las innumerables muestras de duelo y reconocimiento que se sucedieron destaca la que expresó la Primera Ministra israelí Golda Meier, quien lamentó la pérdida de «un gran amigo del pueblo de Israel». El famoso escritor judío Pinchas Lapide cifraba el número de los judíos salvados directamente por la diplomacia vaticana entre 1939 y 1945, en unas 800.000 personas. Lógicamente, no sabemos qué habría sucedido si el Papa hubiera protestado contra el genocidio judío de modo explícito; lo que sí es conocido es qué sucedió cuando el obispo católico de Utrecht protestó, en agosto de 1942, contra la deportación de los judíos de los Países Bajos: como consecuencia de dicha protesta, los nazis enviaron a Auschwitz también a los católicos de origen judío; la víctima más famosa fue Edith Stein, que se había convertido del judaísmo al cristianismo e ingresó posteriormente en el Carmelo. Esta reacción hizo que Pío XII dudara de que la protesta pública era lo correcto y quemó, página a página, un discurso que ya tenía escrito, como refirió sor Pascalina Lehnert. Pío XII comentó a su confidente Don Pirro Scavizzi: «Una protesta por mi parte no solo no hubiera servido de ayuda a nadie, sino que habría desatado las cóleras contra los judíos y hubiera multiplicado las atrocidades. Quizá hubiera despertado las alabanzas del mundo civilizado, pero a los pobres judíos solo les habría producido una persecución más atroz de la que sufrieron». Los que acusan a Pío XII de no haber protestado más explícitamente contra el holocausto, no tienen en cuenta que sus actividades de ayuda fueron posibles precisamente porque el Papa no protestó abiertamente, sino que llevó a cabo una labor callada, dando prioridad a la actividad diplomática.
-¿Cómo el Gobierno de Hitler logró cambiar la postura negativa inicial de los obispos alemanes contra el nazismo? ¿Por qué el partido católico votó a favor de la ley de 1933 que otorgó plenos poderes a Hitler y que le permitió transformar la República de Weimar en una brutal dictadura?
-La cuestión no es fácil de responder: ¿Se trató de una decisión puramente política, la necesidad de un gobierno «fuerte»? ¿O hubo en el fondo una especie de trato: los votos del catolicismo político por el Concordato? La Iglesia católica estaba principalmente interesada en evitar cualquier injerencia del gobierno nacionalsocialista - tal y como sucedió con los «Cristianos alemanes» dentro del protestantismo, como exponía antes -. La jerarquía alemana pensaba que la única posibilidad - aunque fuera la solución «menos mala» - de conseguir una cierta autonomía era celebrando un Concordato. Y, a pesar de que los nazis violaran el Concordato una y otra vez, en cierto modo consiguió preservar una autonomía en un sociedad totalitariamente uniformada; Hubert Wolf, profesor de Historia de la Iglesia de Münster, dice al respecto: «A diferencia de la Iglesia evangélica, en la que se pudo instalar a los “Cristianos Alemanes” como cabeza de puente nacionalsocialista, los nazis no consiguieron penetrar en el espacio interior de la Iglesia católica».
-¿No pecaron de ingenuidad los obispos alemanes en retirar sus advertencias iniciales contra el nacionalsocialismo confiando en la palabra de Hitler de que el cristianismo estaba en la base del nuevo Estado y de la firma de un beneficioso Concordato? ¿Pensaban que una colaboración era posible?
-Dentro del episcopado alemán había, por decirlo esquemáticamente, dos posturas: la de, aquellos que, como el presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Bertram, optaron por negociar; y la de la mayoría, que se decantó por las protestas públicas. Si bien el caso más conocido de oposición es el del obispo Von Galen de Münster, en esta línea se sitúan tanto el obispo de Berlín Preysing como el de Múnich, el Cardenal Faulhaber, principal redactor de «Mit brennender Sorge». Por otro lado, si se acusa a los obispos de haber pecado de ingenuidad, ¿qué cabría decir de los gobiernos de Inglaterra y Francia, que aún en septiembre de 1938 firmaron con Hitler el Tratado de Múnich, pensando en que de ese modo apaciguaban al «Führer» e impedían la guerra? Resulta revelador que, cuando Hitler exija a Lituania que le entregue el territorio de Memel, en 1939, el ministro de Propaganda Joseph Goebbels escriba en su diario: «La reacción del mundo, cero. La democracia comienza a resignarse».
-¿Puede decirse que la Iglesia católica constituyó el principal movimiento opositor al régimen nacionalsocialista? ¿Por qué el nazismo consideró a la Iglesia como un poderoso enemigo si no tenía ni ejército ni armas?
-Si bien, por justicia, hay que hacer referencia también a otros grupos, como los comunistas, que se opusieron sin paliativos y que pagaron esa resistencia con las torturas de la Gestapo, el campo de concentración y en muchísimos casos con su vida, bien puede concluirse que la Iglesia fue el mayor grupo masivo de oposición al régimen nazi. Según el historiador Michael F. Feldkamp, la Iglesia católica «puede decir de sí misma que fue el mayor movimiento contra el nacionalsocialismo». Por ejemplo, durante el Tercer Reich fueron perseguidos 10.315 sacerdotes, más de un tercio del clero; en la campo de concentración de Dachau estuvieron prisioneros 2.579 sacerdotes de 24 países, de los cuales 1.034 fueron asesinados. Muy significativo me parece también el testimonio de Philipp von Boeselager (1917–2008), el último superviviente de los confabulados en el golpe de Estado previsto tras el atentado de Claus von Stauffenberg contra Hitler, el 20 de julio de 1944, quien afirmaba que «el ser cristianos nos unía a todos». Los nazis sabían que los cristianos, y sobre todo los católicos, eran un foco de resistencia. Y esto era así, en definitiva, porque el nacionalsocialismo no fue tan solo un movimiento político, sino una auténtica religión, o mejor la ideología de la sangre y de la raza que suplantaba el puesto de la religión; por ejemplo, en las escuelas donde se formaban a los nazis había lugares de culto para ejercer una religión germánica. En este contexto, veían el cristianismo como una rama judía enemiga del Estado nazi. A todo esto se refiere también la Encíclica «Mit brennender Sorge».
-¿Cuál fue el papel de los laicos en la resistencia contra la barbarie nazi? ¿Qué fue «La Rosa Blanca»?
-En mi libro trato varios casos; uno extremo es el del campesino austriaco Franz Jagerstatter, que por razones de conciencia se negó a cumplir el servicio militar una vez que descubrió las atrocidades nazis. Debido a ello fue condenado a muerte. Otro biografiado en mi libro es el oficial alemán Wilm Hosenfeld, conocido de un amplio público gracias al filme «El pianista» de Roman Polanski: Hosenfeld fue el oficial alemán que no solo no delató a Wladyslaw Szpilman - lo cual, si hubiera transcendido, le habría costado la vida -, sino que le ayudó a encontrar un mejor lugar para esconderse, le suministró alimentos durante varias semanas y, como despedida, incluso le regaló su abrigo militar. Lo que no menciona el filme de Polanski es que no se trató de un caso aislado, pues Wilm Hosenfeld salvó, en los más de cinco años que permaneció en Polonia, a un elevado número de personas, fundamentalmente judíos y sacerdotes católicos. Su lema, referido en particular a las personas que tuvo que juzgar como miembro de un tribunal militar, pero que bien puede extenderse a esos cinco años en Polonia, era: «Intento salvarlos a todos».
La «Rosa Blanca» fue un grupo de amigos, estudiantes de la universidad de Múnich, que en 1942-1943 redactó y difundió unas «Hojas» llamando a la resistencia contra el nacionalsocialismo. Eran conscientes de que la responsabilidad siempre es personal y se sintieron interpelados en sus conciencias, además de sentir responsabilidad de cara al futuro, como dejaron bien claro en una de sus Hojas: «El nombre alemán permanecerá para siempre mancillado si la juventud alemana no se alza para vengar y expiar al mismo tiempo; para aniquilar a sus opresores y construir una nueva Europa espiritual». Algunos de los miembros del grupo, como Willi Graf, estaban muy enraizados en el catolicismo tradicional; pero la mayoría se caracterizó por su búsqueda de respuesta a las cuestiones fundamentales de la existencia. En este contexto resulta significativo que Christoph Probst, que había crecido en un ambiente alejado de la religión, pidiera ser bautizado pocos momentos antes de ser ejecutado. En el caso de Sophie Scholl se puede seguir con gran detalle, a través de su correspondencia y de su diario, el proceso de búsqueda de Dios: se aprecia una crisis religiosa justo en los años anteriores, de la que salió muy madura interiormente.
-Ud. recoge en su libro el papel del cardenal von Galen, «el león de Munster» en la resistencia contra Hitler y, especialmente, contra su espeluznante plan de eutanasia. No era una figura bien vista por los dirigentes nazis.
-Ese apodo le vino a Von Galen por protestar desde el púlpito contra la eutanasia nazi con absoluta valentía y claridad. Su popularidad le salvó de ser hecho prisionero por la Gestapo; pero en varios momentos parecía inminente que fuera detenido. Buena prueba de ello es que llegó a dar disposiciones por escrito para ese caso.
-También cuenta la historia de Karl Leisner, un diácono recluido en el campo de concentración de Dachau y que fue consagrado sacerdote en el mismo campo: ¿cuál fue la situación de los clérigos católicos durante el nazismo?
-Karl Leisner (1915–1945) es la única persona ordenada sacerdote en un campo de concentración nazi. Fue recluido en el campo de Dachau por haber hecho un comentario peyorativo hacia Hitler. Gracias a la presencia allí de un Obispo francés, pudo ser ordenado sacerdote en el mismo campo, por supuesto en la más absoluta clandestinidad. Hay muchísimos casos - en un libro recientemente publicado, Birgit Kaiser recoge biografías breves de 20 personas - de clérigos apresados por hablar en su predicación en contra del nazismo. Hay infinidad de testimonios de sacerdotes a los que la Gestapo tenía fichados y acudían a la iglesia libreta en mano con el fin de tener argumentos para acusarles; sobre los perseguidos y confinados a campos de concentración mencioné ya anteriormente algunas cifras.
-Ud. también cuenta la historia de una mujer que se enfrentó a Hitler, salvó a más de dos mil niños del gueto de Varsovia. ¿Nos la presenta?
-Irena Sendler salvó a más de 2.500 niños judíos del gueto de Varsovia. Tenía entonces 32 años y trabajaba en la Delegación Social. Con unos pocos ayudantes, sacó del gueto de Varsovia a los niños literalmente en sus brazos, escondidos en sacos y cajas, a través de la canalización y de los sótanos. Pero más difícil que sacar a los niños del gueto era encontrar un lugar seguro para ellos; tenía que falsificar documentos y, sobre todo, encontrar padres adoptivos. En la labor de ayuda para dar una nueva identidad a los niños y para acogerlos desempeñaron un papel fundamental muchas personas anónimas, y sobre todo sacerdotes y religiosas: «Ningún sacerdote, ninguna monja - declarará después Irena Sendler - me negaron, jamás, ayuda para salvar a niños judíos. Todo lo contrario: colaboraron, hasta el final de la guerra, poniendo en peligro sus propias vidas». Con todo, sus móviles fueron más de carácter humanitario que religioso, a diferencia de los demás personajes que trato en «Cristianos contra Hitler».
Gilberto Pérez/ReL
No hay comentarios:
Publicar un comentario