La vida interior de una persona, es para… algunos, un baño de amor, en el cual se sumerge su alma.
El Señor constantemente, minuto a minuto segundo a segundo, nos está contemplando a todos y cada uno de nosotros, su capacidad de visión es absoluta, carece de límites, y cuando ve que el interior de un alma es un baño de amor a Él, su gozo más de una vez le lleva a que esta alma sea tenedora de los llamados “ímpetus espirituales”.
El Señor da mucho valor a la persona que lucha por su santidad, y como para ello ha de amar, y Él siempre está ansioso de amor humano, hasta tal punto, que no es raro encontrar exégetas que califican al Señor, como el “Méndigo del amor” y el Señor cuando encuentra, un alma que camina firmemente hacia la santidad, entonces ÉL se engolosina con estas almas, de tal forma que ya en esta vida la hace parcialmente partícipes, de sus dulzuras y de sus sufrimientos, que en muchos casos, estos sufrimientos están relacionados con los suyos en la cruz.
Rusbroquio en el siglo XVI escribía: “Mientras no se puede alcanzar a Dios ni es posible pasarse sin Él. De ambas cosas resulta en algunos, un ímpetu e impaciencia exterior e interior... Esta inflamación del sentimiento es la más fuerte que acaece en la vida humana. Se experimenta entonces tal magullamiento en la naturaleza corporal, que esta queda extenuada, aunque no lo parezca.… En tal arrobamiento, el hombre anhela a veces con impaciencia, ser librado de la prisión del cuerpo”.
También se le denominan a los ímpetus espirituales, “dones místicos” por ser desde luego regalos del Señor, pero ellos no son siempre otorgados a todas las almas, que podemos denominar místicas. En general la mística es la parte de la teología que se ocupa de la vida espiritual contemplativa, aplicándose el término de místico, al que el Señor le ha regalado el don de la contemplación, que no necesariamente, este ha de ir unido los ímpetus espirituales o también llamados dones místicos. El asceta es aquel que se dedica a la perfección espiritual y que está en el camino y el deseo de acceder a la vía contemplativa, que es la propia de la mística.
Los llamados ímpetus espirituales, pueden ser de muy diferentes clases, tales como: Agilidad.-Arrobamientos y arrebatamientos.- Bilocación.- Consolaciones en la oración.- Estigmatizaciones.- Éxtasis.- Fulgores.- Heridas de amor.- Hierognosis.- Impaciencia espiritual.- Inspiraciones por sueños.- Júbilo.- Levitación.- Revelaciones privadas.-Sutileza.- Transfixión.- Transverberación.- Visiones espirituales.- Lo más conocido y extendidos, de estos fenómenos espirituales son las llamadas consolaciones o visitas en la oración, de las cuales estoy seguro que consciente o inconscientemente más de un lector habrá sido sujeto de ellas.
Toda la vida espiritual de una persona, es un reemplazamiento gradual del ser propio, por Dios, siempre naturalmente dejando nuestra propia identidad personal intacta. En otras palabras, la sabida sustitución del hombre viejo por el hombre nuevo. Según prospera este reemplazar lo humano por lo divino, aumenta la fuerza a nuestra disposición, y las posibilidades de un avance mayor crecen a cada paso. Por eso todo lo que tenemos que hacer es concentrarnos en el primer paso y nunca considerar la dificultad del próximo.
Porque precisamente estas son artimañas del demonio para hacernos desistir en el avance de la vida espiritual de uno, presentándonos dificultades en los pasos que nos esperan y susurrándonos: ¡Déjalo! Esto no es para ti, tú ya te has ganado el cielo; no robas, no matas, vas a misa, que más se te puede pedir. Tú tienes asegurado ya un rinconcito y no eres ambicioso para ser un Santo Domingo, un San Ignacio de Loyola, o una Santa Teresa de Jesús; tú no eres ambicioso, por lo que dedícate a este mundo, que es donde está viviendo y donde Dios te ha puesto y no trates de subirte a las nubes. Y sin embargo, nunca debemos de olvidar, que en la vida espiritual, si dejamos de avanzar, estamos retrocediendo, porque el mero hecho de pararse es ya retroceder.
La verdadera interioridad cristiana o unión con Dios, que es la finalidad última de la vida espiritual de una persona, no es en su fundamento y en su esencia, una actividad de la mente, sino de la voluntad. Es una actitud, un estado, una determinada disposición duradera e inmutable de amor al Señor, de confianza en Él, de total entrega en Él. La verdadera identificación con el Señor es interior, es decir, se sitúa más allá de la vida moral, de la conciencia, de los sentimientos y de las facultades de conocimiento y voluntad. Es ante todo, la invasión de nuestro ser por la persona de Jesucristo. Y este proceso se desarrolla por etapas, y tal como dice Jean Lafrance: “La última etapa de la vida espiritual es con mucho la más bella, pero también la más misteriosa, pues aparece como un sumergirse uno completamente en Dios”.
Muchas veces se cree erróneamente que la contemplación consiste en experimentar fenómenos espirituales extraordinarios, cuales son los ímpetus espirituales. El Señor puede conceder a una persona determinada, una gracia espiritual sin que ella haya dado todavía el paso a la contemplación, ni sepa de qué se trata eso y puede también regalar la gracia, infinitamente más valiosa, de la contemplación, sin conceder jamás ninguno de esos dones místicos o ímpetus espirituales, que no se ordenan de suyo a la propia santificación del que las recibe, al menos necesariamente, sino más bien al provecho de los demás que lo ven, dando así el que los tiene testimonio de la grandeza del Señor.
Al Señor, más le complace transformarnos con medios ordinarios. Le gusta comunicarse y unirse a nosotros de manera sencilla y corriente. Cuando emplea modos extraordinarios, lo hace por alguna razón concreta. Y esa razón, por lo general, solo Él la sabe... Y de ninguna manera, asegura Nemeck F.K., estas manifestaciones de ímpetus espirituales, presuponen que se haya llegado al desposorio espiritual. De hecho, pueden darse en cualquier momento del recorrido de la vida interior de una persona. Es más, la santidad personal de quien recibe estas gracias extraordinarias, no queda, ni afirmada, ni negada en base a estas gracias. No somos ni mejores ni peores, “per se” por tenerlas o por no tenerlas.
Estamos aquí para superar una prueba de amor al Señor. Y amar al Señor, es simplemente cumplir con la mayor precisión y detalle posible sus mandamiento, esto es lo que un alma necesita para santificarse., los ímpetus espirituales no le añaden a uno nada especial para su más perfecta santificación, que es lo que en definitiva nos tiene que interesar.
El dominico A. Royo Marín, es asimismo partidario de esta idea y manifiesta: “La santidad, la única verdadera y auténtica santidad, consiste en la práctica afectiva y efectiva de las virtudes cristianas en pos de Cristo, y en atención a Él. Todo lo demás, incluso los más espectaculares fenómenos místicos y milagros extraordinarios, no añade absolutamente nada al grado de santidad alcanzado por un alma, por la práctica de las virtudes heroicas, sobre todo de la fe, esperanza y caridad que son las más importantes”.
Por su parte, San Juan de la Cruz, más de una vez nos ponía en guardia, frente a los fenómenos místicos, que muy bien pueden no ser auténticos ímpetus espirituales, sino frutos de una determinada actuación demoníaca. Téngase en cuenta que aunque cuanto acabamos de decir puede venir de Dios, pero jamás os habéis de fiar de ello. Ni lo habéis de aceptar. Al contrario hay que huir de ello sin querer analizar si es bueno o malo. Hay un criterio para discernir estos efectos: cuanto más exteriores y sensibles son es menor la seguridad de que sean de Dios. El estilo de Dios es comunicarse al espíritu más que a los sentidos. La comunicación al espíritu da mayor seguridad y es más fecunda que la hecha al sentido. Si Dios le concede al alma esos carismas, no es para que los acepte. Ya que jamás el alma ha de pensar que son de Dios. Si los quiere aceptar abre las puertas al demonio para que la engañe. Cosa que él sabe hacer muy bien falsificándolas y camuflándolas para que aparezcan revelaciones buenas, ya que en su poder está “disfrazarse de mensajero de la luz” (2Cor 11,4), tal como nos prevenía San Pablo.
La carmelita Santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida como Edith Stein, escribe que: “En el Antiguo Testamento estaba permitido en conformidad con la ordenación divina, desear visiones y revelaciones y dejarse guiar por ellas, porque Dios descubría de esta forma los secretos de la fe y manifestaba su voluntad. Y es que lo que hablaba antes en partes a los profetas, ya lo ha hablado en Él todo, dándonos a su Hijo que es el todo. Antes hablaba Dios para prometernos a Cristo. Ahora todo nos lo ha dado en Él y nos ha dicho: “oídle” (Mt 17,5).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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