Aquellos dos alumnos discutían en el autobús.
Uno defendía el creacionismo a ultranza y el otro el evolucionismo. Acabaron insultándose el uno al otro. Cuando se apearon del transporte público, todos se sintieron aliviados. Ya en casa, el joven seguidor comentó:
- Cada día somos más intolerantes con los demás.
El Anacoreta no dijo nada, mientras quitaba las puntas a unas judías verdes y las ponía a hervir. Luego dijo:
- Tenemos ideas falsas sobre la intolerancia... No podemos aceptar todas las ideas, teorías, posturas... Eso es relativismo y no hace progresar el mundo. Si todo tiene el mismo valor... ¿por qué debemos defender nada?... ¿por qué buscar la verdad si todo lo es?
Trinchó un poco de cebolla, ajo y perejil para luego pasar las judías verdes por la sartén, y prosiguió:
- Defender lo que uno cree verdadero no es intolerancia. Somos intolerantes, cuando no respetamos a las personas porque piensan diferente a nosotros. Yo puedo no estar de acuerdo con tus ideas creacionistas, pero no por eso he de despreciarte. Tú no estás conforme con mis ideas evolucionistas, pero no por ello me has de insultar.
Miró el reloj para ver los minutos que llevaban las judías hirviendo y concluyó:
- El no saber distinguir entre las ideas y las personas que las tienen, nos hace mucho daño. Nos impide repensar críticamente nuestras ideas y crea barreras emocionales entre nosotros. Estas barreras son las más difíciles de eliminar...
Y rectificó de sal las judías verdes...
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