Discernimiento es un término muy empleado en los libros de espiritualidad.
Pero antes de entrar en su exégesis, vamos a tratar algo sobre el don. En su segunda acepción el DRAE nos dice que el don es: “2. m. Bien natural o sobrenatural que tiene el cristiano, respecto a Dios, de quien lo recibe”. Es decir, el don es un regalo de Dios a la persona, que la dota a esta, de una habilidad o facultad, para realizar fácilmente un determinado trabajo o actividad, que puede ser de orden material o de orden espiritual.
El don puede ser adquirido desde el momento del nacimiento o con posterioridad. En el orden material, el don es adquirido desde el nacimiento, es una aptitud que posteriormente a lo largo de la vida la persona puede ampliar y desarrollar la habilidad que tenga. Así tenemos los casos de personas, con aptitudes para las artes, las matemáticas, la historia u otras disciplinas académicas. A diferencia del orden espiritual, en el material, no se da la adquisición del don infusamente a lo largo de la vida de la persona. La especialización en un arte o trabajo determinado a lo largo de la vida, crea la aptitud o don. Dios, por supuesto, puede donar una aptitud para algún trabajo o actividad material, a lo largo de la vida de una persona, pero ello no es normal, ni se tienen noticias de que así haya ocurrido.
En el orden espiritual, los términos varían y es frecuente el don adquirido infusamente a lo largo de la vida de una persona, pero en general la persona tiene que ganarse el don. Así, por ejemplo, escojamos el don de la oración; desde luego que Dios puede y de hecho hay veces que lo hace y entrega el don de la oración, a un alma que no haya movido un dedo en trabajárselo, pero esto no es lo corriente. Personalmente cuando al principio de mi vida espiritual, estudiaba los dones infusos, me parecía una injusticia, que el Señor diese el don de la oración infusamente a alguien, cuando otros se han pasado horas sudando y luchando contra las distracciones. Pero más adelante, comprendí que el Señor no actúa ni a tontas ni a locas, y que todo al final, tiene su explicación y justificación, porque llegado el momento final, las varas de medir serán todas distintas y cada uno tendremos, la nuestra que ahora está aumentado o disminuyendo de tamaño en la misma medida en que aumenta o disminuye nuestro amor al Señor.
Y entrando en el tema, diremos que el DRAE, nos dice que discernir es: “Distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas. Comúnmente se refiere a operaciones del ánimo”. Esto es a operaciones del alma. Entonces discernir espiritualmente, o tener el don del discernimiento, es tener la capacidad o aptitud suficiente, para saber ver donde se haya la verdad o las verdades que nos han sido reveladas e interpretar correctamente, los textos de las Sagradas escrituras marginando los errores y falacias.
El discernimiento en general lo adquiere la persona en el desarrollo de su vida espiritual, en la medida que esta avanza, el Señor le va dando un mayor grado de discernimiento. Por ello es una costumbre muy necesaria, la de estar continuamente leyendo pasajes bíblicos, sean estos del antiguo o del nuevo Testamento. Y en esto, es de reconocer que los protestantes nos llevan ventaja. Además de la Biblia, la sana lectura espiritual, también acrecentará siempre nuestro don de discernimiento.
Pero también es muy frecuente, sobre todo entre las almas santificadas, el don del discernimiento infuso que Dios les otorga, a estas almas. En las biografías de los santos se encuentran muchos casos de adquisición infusa del don del discernimiento, que llega en algunos casos a poder ver en el interior de otras almas, así se cuenta del Santo cura de Ars, que siempre tenía unas grandes colas de penitentes para confesarse con él, un día caminando hacia el confesionario, al final de la cola vio a un joven y cogiéndole del brazo le dijo: pase Ud. el primero, que es el que más lo necesita sobre todos los demás. Caso similares a este, se cuentan también del capuchino recién canonizado, San Piero de Pieltrecina.
El buen discernimiento es necesario para el católico, a fin de poder repudiar los sofismas de nuestros enemigos, que quizás de buena fe, pero movidos por el gran instigador, que continuamente a todos nos está atacando, nos hablan o tratan de convencernos con falsas interpretaciones o espurias doctrinas, unas veces de origen herético otras de corrientes espirituales orientales, muy en boga actualmente, y que más de una vez ya han sido condenadas por la Congregación de la Santa Sede para la Doctrina de la fe. La carencia en el católico de un mínimo grado de discernimiento, le deja a este, tal como escribe San Pablo: “sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina” (Ef 4,14).
El Señor ya nos previno frente a los falsos profetas y nos dijo: “Guardaos de los falsos profetas: se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces, por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,15-20). Y es aquí, donde se nos hace necesario el discernimiento. Y en este sentido, son varias las recomendaciones que se nos hacen en los textos de las Sagradas escrituras. Así en la primera epístola de San Juan se puede leer: “No creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1Jn 4,1). Y San Pablo también nos dice: "Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal” (Ts 5,21-22).
La necesidad de discernir, la tenemos todos constantemente que realizarla en el desarrollo de nuestra vida diaria y el Señor nos ofrece la capacidad de discernimiento necesaria, para cada una de las situaciones de la vida, tal como nos dice San Pedro en su segunda epístola, al decir que: “Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2Pd 1,3). Dios después de su Ascensión a los cielos, ni mucho menos nos dejó desarmado. La recta doctrina y la auténtica Verdad sigue incólume en el Magisterios de la Santa Iglesia católica después de más de 2000 años, durante los cuales han nacido decenas de doctrina heréticas, creadas por hombres que carecían del don del discernimiento. Y estas doctrinas con el tiempo han desaparecido, de la misma forma que desaparecerán, las ahora vigentes, todavía en pie. También desaparecerán las modernas corrientes filosóficas que alimentan a un materialismo agresivo, unido a aún hedonismo, a un laicismo en boga, propiciado todo ello por el gran instigador, de no ceja en su empeño de encontrar elementos descarriados para su infierno.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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