He escrito el verbo "SER" en la tercera persona singular del presente de indicativo entre comillas, porque estamos hablando de aquél que "ES" en esencia y no por participación.
Ciertamente, hubiéramos podido decir "fue" y parecería más adecuado a la realidad histórica. Sin embargo, nos interesa subrayar que el Verbo de Dios quiso encarnarse, es decir, hacerse hombre asumiendo nuestra naturaleza entera y desde los primeros estadios del desarrollo humano.
No podía entrar Dios en el mundo y seguir las cosas como estaban.
Dios ES embrión. El Hijo Unigénito de Dios, Eterno y consustancial al Padre, ha querido hacerse hombre. ES hombre. Al asumir nuestra naturaleza mortal y dañada por el pecado original ha querido asumir el destino nuestro: el dolor, el sufrimiento, los desprecios, la muerte. Todo eso en Él pasa a ser realidad transformada, puesto que ES. En nuestras manos está dejarnos transformar, creyendo en ese signo del que hoy nos habla Isaías: "He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, que se llamará Emmanuel, Dios con nosotros".
Dios ES embrión.
A mí me parece que esta frase, dicha así, con toda su crudeza, puede sonar como un grito de alarma, como una señal de “stop” que invite a muchos a frenar esta escalada de violencia que se ejerce contra la Humanidad en sus miembros más indefensos: los embriones y los fetos. Porque no se trata sólo de los abortos procurados por las propias madres de los que nunca nacerán, sino también de los millones de seres humanos traídos a la vida únicamente con el fin de ser objeto de experimentación y de todos aquellos que duermen su existencia embrionaria en los reducidos espacios de las congeladoras.
Cuantas más veces me repito esta frase - Dios ES embrión, Dios ES embrión, Dios ES embrión - como el estribillo de una canción, más me convenzo de que todos debemos tomar conciencia de la dignidad del embrión. Que Dios sea embrión no significa que el embrión sea Dios, pero sí que está llamado a serlo, que tiene un destino eterno en el Verbo de Dios encarnado en el seno virginal de María.
¡Qué solos hemos dejado a los embriones! Durante siglos la tradición católica ha sostenido la "doctrina común" según la cual los no nacidos no podían gozar de la visión beatífica que estaría reservada a los bautizados. No se les condenaba al infierno, pero tampoco se les abrían las puertas del Cielo. En la Edad Media se inventó para ellos el limbo, un "lugar" en el que pudieran encontrar una felicidad natural.
Sin embargo, en el siglo XX la Teología ha dado pasos de gigante en este terreno. El n. 1261 del Catecismo de la Iglesia nos transmite esta enseñanza que entendemos puede extenderse también a los embriones: "En cuanto a los ‘niños muertos sin Bautismo’, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: 'Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis' (Mc 10, 14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del Bautismo".
Y el Papa Juan Pablo II, en el n. 99 de su encíclica Evangelium Vitae tuvo palabras de tierna comprensión con las mujeres que han practicado el aborto. Las invita a que pidan perdón a Dios y "también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor". Transcribo el contexto en que se contienen estas palabras de esperanza para los niños no nacidos:
"Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abrios con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre".
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