Son muchas las cosas que nos que nos pasan y a las que no le encontramos explicación.
Pero todo se explica, la explicación básica, se encuentra, en que nosotros, no hemos sido creados para vivir en este mundo, sino en otro que será nuestra eterna casa. Y esta sencilla explicación que justifica en gran parte, las contradicciones, inconvenientes y sufrimientos que soportamos en esta vida, no le caben en la cabeza a la mayor parte de seres humanos que ahora vivimos aquí, pero que un día partiremos de este mundo. ¡Claro!, que tampoco les cabía en la cabeza, esta sencilla realidad, a los que nos precedieron y mucho me temo que tampoco les va a entrar en la cabeza, a los que vienen detrás de nosotros. Procuremos, que ¡al menos! Nos quepa a nosotros, porque si nos cabe si nos la metemos en la cabeza, estad seguro que viviremos aquí abajo más felices.
Más de una vez, todos hemos oído decir, que: “Somos criaturas creadas para vivir en otro mundo y aquí solo estamos de paso”. Y sin embargo esta realidad, a todos nos entra por un oído y nos sale por el otro. Algunas veces creo que los que nos lo dicen, ni ellos mismos se lo creen. Y ello es, porque nuestra fe la de todos, sea la de los que nos lo dicen, sea la nuestra o sea la del que está escribiendo, no vale dos duros. Más de dos mil años han pasado y personalmente no tengo noticias, de nadie que con su simple deseo, haya trasladado un monte: “Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: "Desplázate de aquí allá", y se desplazará, y nada os será imposible” (Mt 17,20). Es decir nuestra fe ni siquiera tiene el tamaño de un grano de mostaza.
Es muy conocida la frase de San Agustín, que dice: “Nos hiciste Señor para Ti, y mi corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti” Y como quiera que no estamos hechos para esta vida, aunque ella sea solo la única que conocemos, aquí no está nuestra casa. Y precisamente porque no vemos más allá de nuestras narices, nos apegamos a este mundo, en el cual todos estamos solo de paso, para cumplimentar una prueba de amor. Una prueba de amor a nuestro Creador.
Son varias las circunstancias por las que no encajamos en esta vida. Voy a escribir sobre tres que personalmente considero muy importantes: Primeramente examinaremos la referente a nuestro cuerpo actual. El principal problema que tenemos es que nuestro cuerpo actual domina a nuestra alma, y por ello lo nuestro ahora, es una constante lucha interna entre las apetencias de nuestro cuerpo y las necesidades de nuestra alma. “Según Teilhard de Chardin: La materia es el conjunto de cosas, energías y criaturas que nos rodean... Es el medio común, universal, tangible, infinitamente variado y variante, en el seno del cual vivimos sumergidos... Es la causa principal de los dolores y pecados que acechan nuestras vidas. Nos hiere y nos tienta. La materia nos hace envejecer, nos paraliza, nos hace vulnerables”. Escribía San Pablo: “Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte?” (Rm 7,22-24). También la sin par y maravillosa Santa Teresa de la Cruz escribía: “¡Ay, qué larga es esta vida!, ¡qué duros estos destierros!, ¡esta cárcel estos hierros, en que el alma está metida!. Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero”.
Pero así como nuestra alma, creada directamente por Dios, cuando abandonemos este mundo seguirá siendo la misma, no será así exactamente con nuestro cuerpo, que quedará destruido cuando el alma se separe de él, y una vez llegada la resurrección de la carne que confesamos en el credo, resucitará para volverse a unir a nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo actual es fruto de una cooperación entre Dios y nuestros padres terrenales, pero el cuerpo que tendremos en el más allá, será un cuerpo glorioso, glorificado enteramente fruto de las manos de Dios, y no todos los cuerpos se encontrarán igualmente glorificados, pues habrá escalas según se halla amado al Señor, más o menos en este vida. Este cuerpo, que conocemos con el nombre de cuerpo glorioso, no tendrá necesidades materiales de ninguna clase, estará dotado de cuatro características: claridad, impasibilidad, sutileza y agilidad, cualidades estas que ya nos gustaría tener ahora. Y lo que es mejor de todo, es que este maravilloso cuerpo estará siempre sometido a nuestra alma inmortal. Porque como antes hemos dicho, esta divergencia entre nuestro cuerpo actual y nuestra alma, nos obliga a una continua lucha de carácter interno en lo íntimo de nuestro ser, que denominamos “lucha ascética”, si es que queremos alcanzar la glorificación, de nuestro integro ser auténtico, que lo constituirá un alma y un cuerpo glorificado.
La segunda circunstancia que nos amarga la vida en este mundo, es el anhelo de felicidad no satisfecha, que todos tenemos, pues somos criaturas creadas para ser eternamente felices en el amor y la gloria del Señor. Pero esta felicidad, no la conocemos, nos sabemos exactamente como es, ni nadie de este mundo la ha experimentado en plenitud. Solo unas pocas almas, muy entregadas en vida al amor que el Señor, ya en esta vida a todos nos ofrece, han recibido pequeñas briznas de esta tremenda felicidad que el amor de Dios proporcionará al que llega a alcanzarlo a ÉL. El amor entre sus muchas características, tiene una muy importante para nosotros, que es la “reciprocidad”. El amor desea y busca la reciprocidad y si esta no existe el amor se marchita. Escribe el apóstol: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero” (1Jn 4,8). Dios es un Ser ilimitado en todo, incluida su capacidad de amar y este amor, un amor ilimitado en todo, un amor maravilloso al que nadie dejará inasaciado, es el que Él nos ofrece y nos espera cuando lleguemos a Él. De este amor, dado que es ilimitado, no habrá criatura que no llegue nunca a quedar insatisfecha, y su capacidad de recepción, nuestra capacidad de recepción de este amor, estará siempre fijada por la medida, del ardor con el que aquí abajo nos hayamos entregado al amor del Señor. Aquí abajo con nuestro amor al Señor, estamos construyendo una vasija que cuanto más amemos, más grande será su tamaño y más amor recibiremos en el cielo.
Lo que aquí abajo llamamos felicidad, es solo una pobre caricatura de la eterna felicidad que nos espera. ¿Conoce alguien, una persona que durante su paso por la vida haya sido siempre feliz y no haya tenido ningún contratiempo, ni sufrimiento alguno? Desde luego que no, porque la pobre felicidad de este mundo es escasa y corta, y lo que es peor, como continúe un poco más de tiempo termina hastiándonos. Por otro lado cuando hemos logrado alcanzar un poco de esta felicidad mundana, nunca la hemos podido disfrutar plenamente, pues siempre hemos tenido encima, la espada de Damócles de preguntarnos, ¿cuándo se acabará?
La tercera circunstancia está constituida por lo que yo siempre he llamado el dogal del tiempo. Estamos creados para vivir y ser felices en el amor al Señor dentro de la eternidad, pero exactamente no sabemos qué significa eso de la eternidad, ni somos capaces de hacernos una idea de lo que ello representa, porque nadie en este mundo ha vivido, aunque haya sido un instante dentro de la eternidad. Sí, tenemos una definición que nos dice que la eternidad, vivir en la eternidad, es carecer de pasado y de futuro, porque todo es presente. Así como nuestro cuerpo, fruto de una relación material, es material y se descompondrá, precisamente por ser pura materia, nuestra alma es eterna, porque ha sido creada directamente, por un Ser eterno e ilimitado, que es nuestro Padre Dios. Por ello el dogal del tiempo lo tiene nuestro corruptible cuerpo que es materia, pero nuestra alma es incorruptible y eterna, ella pertenece a la eternidad como pertenecerá también nuestro cuerpo glorioso después de la resurrección de la carne.
Dios nos ha colocado solo durante el tiempo que pasemos en este mundo un dogal del tiempo, es como si la eternidad se hubiese troceado en tres fases: pasado, presente y futuro. Y este dogal nos permite ver el pasado, aunque siempre deformadamente pues nuestra imaginación termina deformando los acontecimientos, También se nos permite ver el presente, pero se nos impide ver el futuro. Y uno se pregunta ¿Por qué? Por qué, Dios nos puso este dogal, ¿qué finalidad tiene el que se nos halla privado de en este mundo de la eternidad, que es consustancial a nuestra alma? Pues sencillamente por dos razones: La primera más teórica, es que en este mundo, salvo nuestras almas, todo es materia y a la materia cuando Dios la creó le puso este dogal del tiempo y la hizo corruptible, la materia siempre con el tiempo, termina por desaparecer, al final las estrellas, planetas y satélites todos desaparecen en un agujero negro según nos dicen las astrónomos.
La segunda razón que tenía Dios cuando nos creó, para que en esta vida estuviésemos sometidos al dogal del tiempo, fue para hacernos comprender, que tomásemos conciencia de la cronología, de la secuencia del tiempo en sus fases y comprendiésemos, que aquí estamos de paso y que no nos tenemos que apegar a este mundo, que no es el nuestro, ni acumular riquezas en el transcurso de nuestras vidas en este mudo, porque si así lo hacemos, lo único que al final conseguimos, es ser nuestros cuerpos los más ricos del cementerio, y nuestra alma escoger la peor parte y terminar esclavizados por el maligno.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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